Lo que aquí llamo deseo, en las relaciones humanas, es el placer que experimento cuando la persona con quien me relaciono hace, expresa o es aquello que me agrada. Entonces deseo a alguien porque es atento conmigo; me aconseja cuando lo necesito; pasea conmigo cuando quiero; me elogia; comprende mis dificultades; me proporciona placer sexual. Cuando dos personas conviven y la mayor parte del tiempo una es capaz de satisfacer los deseos de la otra, la relación es duradera y genera alegría en ambas. Cuando uno (o ambos) no corresponde más a los deseos del otro la relación pasa a ser frustrante y puede generar tristeza, rabia u odio.
El deseo tiene en sí semillas de dolor. Miedo. ¿Y si el otro no me quiere más? El deseo pide reciprocidad. Querer y ser querido. Desear y ser deseado. Es un intercambio que genera alegría y una frustración que produce sufrimiento.
Amor, gota de luz dentro de nosotros. Momento profundo cuando el corazón rebasa de gracia, por la alegría de rebasar. El amor no se frustra. El amor es plenitud, unión, alegría de darse. Alimenta al que lo irradia y puede nutrir a quien lo recibe.
Para que el amor emerja de la mano que agarra y posee, necesita abrirse, relajarse. ¿Para qué tanta avidez? ¿Será que mi alimento está siempre por el lado de afuera? ¿Será que son los otros los que me van a hacer feliz?
No es fácil vivir en la alegría de amar. Perdemos el aliento en aguas tan profundas. El niño carente dentro de nosotros se agita rápidamente. Calmarse no es popular. Todo se agita a nuestro alrededor.
El deseo es una cara básica de aquello que somos. Ocupa la mayor parte de la vida interior de la mayoría de nosotros. Pero que fragilidad, depender solo de aquello que viene a través de las personas.
Conocer la libertad de amar nos torna seres humanos más íntegros, más completos, más adultos. Vivir esto, aunque sea de vez en cuando, nos trae la certeza de otro mundo, otro modo de ser.
Certeza de una autonomía afectiva posible, latente en nosotros, pero que puede, en cualquier momento derramarse sobre el mundo, dejando en nosotros el gusto dulce de una alegría especial, libre y profunda.