Buscamos la perfección. Queremos recibir. Se nos hace doloroso ser frustrados. Principalmente en las relaciones con las personas, frecuentemente focalizamos los defectos ajenos. Somos autocomplacientes pero queremos que los otros sean impecables con nosotros: generosos, amorosos, justos, gratos, accesibles y gentiles. Muchas veces nos indignamos cuando se quejan de nuestros defectos: “No es así. Tú no comprendes lo difícil que es mi vida y cómo ya sufrí en este mundo”.
El hecho es que nadie nos dará todo lo que queremos recibir dentro de las relaciones. Nos decepcionamos con nuestros padres, con los hijos, con amigos, novios, con patrones y colegas de trabajo. Nadie es lo suficientemente bueno para satisfacer nuestros deseos, para gratificar nuestras necesidades, que siempre parecen más urgentes e importantes que las ajenas.
De cierto modo, frecuentemente permanecemos como niños. Queremos quien cuide de nosotros, nos proteja, nos dé placer, alivie nuestra soledad, nos comprenda, valorice, nos elogie mucho y sea grato.
El problema es que la soledad duele. Estamos rodeados de personas que nos decepcionan, pero no queremos quedarnos solos. ¿Será que es posible ver aquello que recibimos de las personas y valorarlo? Es evidente que existen personas que no nos entregan nada, sólo quieren parasitar, agredir y despreciar. Dejémoslas en las manos de la vida. Cuando vemos un perro grande y feroz en la calle nos alejamos de él con cautela. Con muchas personas es ésta la mejor conducta que se puede tener.
¿Será que seremos capaces de demostrar gratitud a las personas que de alguna forma u otra nos ayudaron, nos apoyaron, fueron comprensivas y generosas con nosotros? Aunque sólo haya sido por poco tiempo o después se volvieron inaccesibles y nos frustraron.
Sentir gratitud no es raro. Tengo un sentimiento bueno por alguien que me ayudó. Agradezco, le digo a esta persona lo importante que es para mí, hago declaraciones de afecto, amor, bien querer. Este ya es un pequeño comienzo. Bastante cómodo además…
Alguien nos ayuda durante años, o muchos meses, o tal vez semanas. Ahí, conmovidos, agradecemos, abrazamos y nos sentimos buenas personas… Sentir gratitud es óptimo. Pero, ¿será que esto es demostrar gratitud?
La actitud de gratitud es mucho más que el sentimiento de gratitud. Y mil veces más raro… ¿Será que yo consigo retribuir aquello que yo recibí de alguien? Alguien me ayuda durante años, meses o semanas. ¿Será que tengo la capacidad de retribuir con actos que se prolongan durante años, meses o semanas? Actos nutridos por el sentimiento de gratitud, de buena voluntad y alegría. No se trata de un sentimiento de culpa, sentirse en deuda, pagar con sacrificio y un sentido de deber toda la deuda adquirida. Esto ya sería alguna cosa, pero pocos hacen esto realmente… ¿Será que tenemos la levedad, la alegría de ser capaces de retribuirle a alguien que nos ayudó durante años con otros años de actitudes de cuidado, protección, diligencia y ternura? ¿Será que tenemos la capacidad de retribuir con amor y alegría aquello que recibimos con amor?
Tuve una relación amorosa con alguien. Durante meses o años fui muy feliz con esa persona. Amé y me sentí amado, crecí y estimulé el crecimiento del otro. Vivimos momentos lindos, nunca antes vividos. Y un día esta persona me abandona. No me quiere más, por una u otra razón, que me puede parece justa o injusta. Evidentemente la pérdida es tremendamente dolorosa. Seguro que sentiremos rabia, tristeza o resentimiento. Pero seré capaz después de algún tiempo de mirar atrás y decir: “Valió la pena. Con ella viví algunos de los momentos más bellos, intensos y felices de mi vida. Me siento lleno de alegría intensa por el tiempo en que estuve con ella. A pesar de la pérdida y del rechazo, ¿quiero ser honesto y justo lo suficiente para ser agradecido con esta persona que por tanto tiempo me hizo feliz?
La actitud de gratitud trancende a las generaciones, razas, lenguas y nacionalidades. Click en el link abajo, espere cargar y emocionese con el vídeo: