XXVI – La locura es la sanidad travestida de felicidad y placer

Publicado por Bill Braga 2 de diciembre de 2022

El rechazo de mis supuestos amores, Fernanda y Mal, me lanzó a una isla de aislamiento. De a poco, ni siquiera las salidas me satisfacían más. Veía con monotonía aquellas conversas fútiles y banales que mis amigos y los hombres y mujeres comunes llevaban. Al final, ¿de qué valía la vida sin amor? Nada. Un vacío inmenso se adentraba en esa época en mí ser. Era el vacío de amar, la necesidad constante del amor como vía de doble sentido. El foco de mi deseo estaba en dos mujeres que no querían un mínimo contacto conmigo. Mis lazos con el mundo se deshacían en la medida exacta del rechazo que sufría… Y cada vez más tediosa parecía la vida ante mis ojos.

La fuga inicial se daba por la veta poética que desarrollaba. A través de la poesía, cuando salía daba un montón de piropos, flirteaba con mujeres anónimas, seducía indistintamente buscando huir de mí mismo y de la inmensa ausencia que sentía de las mujeres que deseaba. ¿Deseaba a quien yo había herido, aquellas que marqué profundamente, en medio de mis ataques de locura? Herí profundamente a la pobre señorita de dulce nombre. Y Fernanda, pobrecita, no quería cargar ningún recuerdo de la clínica, y yo representaba un trauma que ella no lograba cargar… Y a pesar de todo esto mantenía mi deseo dirigido hacia ellas, en una insistencia que abría un inmenso vacío, llenado solamente por la necesidad de poesía.

¿Sería la poesía el substituto del amor?¿Lograría ella satisfacerme en el plano de la imaginación mis deseos frustrados en la realidad? En la práctica los poemas escritos en servilletas no se transformaban besos, sino en miradas de admiración, como si nunca hubieran visto a un poeta de carne y hueso. ¿Yo era un poeta? ¿La locura me había transformado en poeta? ¡Sabrosa locura! Pero entre la imaginación y el palabrear, hay un espacio-tiempo real. Y el verbo pluriamar, tan bien conjugado por Drummond, debería haber sido conjugado en la vivencia, tan bien como en la imaginación.

Yo tenía una fascinación por los ojos. Los ojos, decía Fernando Pessoa, son las ventanas del alma. Los ojos melancólicos me atraían aún más. Era como si pudiese captar la tristeza, la melancolía en el alma por detrás de esos ojos y la transubstanciase en palabras. Y en eso los ojos cambiaban, me miraban con admiración, como quien dice: ¿cómo adivinaste mis dolores profundos? Era sólo poesía, regada por el resto de locura que todavía persistía no domada por los remedios…

¡Pobre poesía, heredera del fardo de una vida! Pobres musas de la poyésis, mi amigo. Pues ellas no aguantaron… Vino el otro lado de la moneda, según el hombre de blanco o psiquiatra, el otro lado del arrebato. El lado negro, la depresión, la angustia, la afasia. De a poco me fui soltando de todos los lazos que me prendían a este mundo. El amor ya no lo tenía. La familia, no representaba más que abrigo, era indiferente. Y entré en las profundidades del ensimismamiento. Sí, no hay mejor palabra, el proceso de inmersión dentro de sí, sin comunicación con el mundo externo, cierre total a la vida, pensamientos turbados. Sin alegría sin habla. Sin vida. Me fui tornando un ser casi vegetal, prendiéndome a mi cama y a la televisión, a la cual veía de espalda.

Y la vida pasaba, pareciendo no pasar, lentamente… ¿Sería la depresión una causa natural post-crisis o sería ella causada por los remedios que me habían dado,  por el exceso de medicamentos? Cabe la pregunta siempre… Nunca hay una depresión natural. Depresión es desequilibrio en el alma. Es el desequilibrio del hombre internamente con su medio ambiente, es falta de paz interior… Nada de eso es natural, pero nada es más natural en estos días peligrosos de vivir, todo es artificial mi amigo. No sé si debo contar los pensamientos más profundos de este período, ellos son cargados, pueden hacer mal. Pero por otro lado, yo renací. Salí de allá y estoy acá. Pero el hecho es que está todo en la mente. Y mienten aquellos que dicen que no. Hombres de blanco, racionalistas, dueños de una falsa verdad, piensan pensar. Pero se limitan. Las curas para estos males, por todo lo que pasé, las retiré de dentro de mí, no vinieron de los pharmakóns.

Un día van a entender mejor lo que digo. Esa agitación, aquella melancolía que siempre sintieron, el malestar de la civilización, tiene cura. Pero el camino es largo y tortuoso, no todos están dispuestos a enloquecer para sanarse. Sí, es eso. La locura es la sanidad travestida de felicidad y placer. Por eso causa miedo. Tenemos miedos de los travestis, tenemos miedo de ser felices plenamente y de realizar todo lo que nos da placer. Sentimos culpa. Freud los explica. Marcuse ayuda más. El hombre es multidimensional, y nos prendemos en nuestra unidimensionalidad racionalista. ¡Malditos sean los iluministas que nos dejaron de herencia esta tradición! Pero volvamos a los hechos, siempre me olvido de ellos.

En medio de la culpa que sentía y al vació dejado por los amores, me sumergí en una depresión profunda. Casi no hablaba, casi no comía, no socializaba. No sonreía. No tocaba guitarra. Era el imperio del no. Todo al contrario. Pero los pensamientos más fatalistas me invadían. Necesitaba de una solución para el dolor que sentía en el alma profunda. La salida se iba tornando más clara…

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