XXV – Metamorfosis

Publicado por Bill Braga 2 de noviembre de 2022

Las salidas eran una forma de socialización. Pero al mismo tiempo se reflejaban en mí mis mayores miedos y angustias. El miedo a la soledad. Los reflejos de los medicamentos. Los efectos colaterales eran terribles. Ir al baño era un desafío. Yo, mi órgano genital enfrentando aquel urinario, era como si mis fantasmas se colocasen allí. Y no salía nada. Y yo iba poniéndome más tenso, y no salía el líquido con los excrementos de mi ser. Y en mi cabeza pasaban ideas de persecución, pensaba en mi padre, en Tatiana, en Mel, en Marquinhos, en Fernanda. Y contaba hasta diez, y el líquido no salía. Era un sufrimiento.

Respiraba. Pensaba en cosas buenas, en Leo, en Bussunda, mi gran amigo, en la alegría de estar allí, con amigos, viendo un partido de Brasil con Argentina, el 2008. Tantos amigos ahí conmigo y yo preso en ese baño, en la soledad del peor lugar posible, el lugar de los excrementos, del resto, de lo inmundo. Me quedé ahí al menos veinte minutos, y no pude mear. Sí, mear, porque orinar es una palabra demasiado leve para un proceso tan profundo. Mear y completar el ciclo de retirar de sí cosas, energías, excrementos, todo lo que no nos hace bien. Y yo simplemente no podía. Prendía en mí todo este peso, que debería salir de mí por mis genitales. Pero volví a la mesa, me senté con mis amigos e intenté ser “normal”, si es que esto me era posible.

Veía el partido como quien comanda marionetas. Sentía en mí, dentro de mi fantasía, que el partido estaba dirigido por mi deseo. Un cambio no esperado en la formación era una señal, un pestañeo de un jugador. Pensaba, mentalizaba lo que iba a acontecer, y casi acontecía. ¿Estaría yo realmente loco, fuera de mí, o tenía algún poder sugestivo, que las ondas electromagnéticas transmitían hasta esos jugadores? ¿Estaría yo conectado realmente con ellos, o había salido prematuramente de la clínica, y todavía estaba viviendo en las olas de un arrebato, surfeando en las alas de la imaginación?

De repente, todo ese ambiente comenzó a pesar en mí. Toda la agitación del bar se reflejó en mi interior, mis órganos se agitaban, yo me calentaba por dentro, me agitaba, quería beber, quería besar alguna de aquellas mujeres desesperadamente. Pero me controlé, y le pedí a mi amigo que nos fuéramos. Siempre el conforto del aislamiento de mi cuarto.

El cuarto es un universo. Allí, en esta fase me calmaba, me organizaba, y sobre todo, lograba mear. Fui al baño de mi casa. Conté hasta diez, y levemente mis inodoros fueron siendo tomados por aquel líquido amarillento. Y salió. La sensación de alivio y tranquilidad fue inmediata. Mi cuerpo se relajó, volví a mi cama y dormí. Todavía no podía separar lo que era parte de mi psique y lo que era efecto de los remedios. Estaba caminando en una línea tenue, en una euforia que en pocos instantes cambiaba para depresión. Era una falsa ilusión de control, del éxtasis de la euforia, pero que rápidamente podría caer por tierra. Era un equilibrista con mi propia mente en la cuerda floja. ¿Los remedios ayudaban? La familia me intentaba ayudar… pero, ¿sabía la mejor forma?

Sobre todo, los recuerdos de los amores perdidos, como les contaba, dolían mucho. Fernanda y Mel dejaron marcas profundas en mi psique. Yo necesitaba de un ancla, de alguien para apegarme sentimentalmente, y ya no tenía más. Nadie a no ser yo mismo. Ahora tendría que ser así, yo enfrentándome a mi mayor enemigo, … ¡yo mismo! Y qué batalla difícil. La falta de ocupaciones, a pesar del universo dentro de mi cuarto me angustiaba, veía todos los días, la misma ventana del vecino, el mismo sol entrando por la ventana, los mismos horarios de entrada y salida de la gente, y yo me quedaba. Parecía que me quedaba aparte, un paria, pero era un proceso. Una metamorfosis “a la” Kafka. Estaba despidiéndome de mí mismo, para renacer. No sabía esto en esa época, por eso dolía tanto. Dolor de alma, de estos que no todos saben el peso que tienen. Pero era necesario. Como decía Guimarães Rosa, vivir es muy peligroso, y dar vueltas, sin volver nunca al mismo punto. Y entrar en el mismo río varias veces sin que sea el mismo río, como decía Heráclito de Éfeso, “el obscuro”. Y en estas, dando cabezazos y con dificultades inmensas de mear, fui aprendiendo alguna cosa. Si es que aprendí.

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