El hecho de haber tenido protrusiones de hernias en todas mis vértebras cervicales a los 27 años de edad puede ser señal de varias cosas… Postura incorrecta al trabajar o manejar, exceso de stress en el trabajo o en relaciones familiares, o como en mi caso, fantasmas del pasado volviendo a acechar. Yo estaba cumpliendo cuatro años y cinco meses de una profunda experiencia de crisis psiquiátrica, profundamente transformadora. Según las estadísticas, cinco años después de la primera crisis, las probabilidades de que ocurra una nueva son mínimas. Yo no necesitaba más remedios, estaba despegando en la vida profesional, tornándome un ejecutivo del ramo librero, mezclado con un poeta historiador, tenía un lado afectivo sólido, con una linda y dulce novia que me satisfacía en todos los aspectos. Estaba bien con mi familia y amigos. Todo, realmente todo parecía perfecto. Yo le daba el valor que las cosas tenían, sabía valorizar cada instante vivido después de haber sido encerrado en clínicas psiquiátricas, después de haber tenido delirios, oído voces y sufrido paranoia. Yo valorizaba la vida, el trabajo, el amor, de manera profunda. ¿Por qué diablos esos fantasmas iban a reaparecer? Pero reaparecieron.
Una noche decidí agarrar el coche y salir solo. No quería a nadie, novia, madre, ningún control externo. Quería beber, salirme del límite, abrir mis alas. Desbordar. Salí de mi casa en dirección al barrio Serra. Allá hay un bar muy bueno, que tiene un chorinho, pero no era el día del chorinho. Yo sabía que cerca había otra cosa, una zona bohemia… Pero no fui para allá. En el camino mi novia me llamó queriendo saber dónde estaba e inventé que iba a la casa de un amigo que vivía en ese barrio. Realmente tengo un amigo que vive allí, y que después iría a un show de otro amigo nuestro, junto a él. No la llevaría porque ella vivía muy lejos de mi casa, la disculpa perfecta. Volviendo, en el camino de la zona bohemia había un bar con un guitarrista, de esos que parecen entidades espirituales con guitarras, tocan lo que les piden en el momento, sacando literalmente de oído. Se quedan tocando con la columna curvada y una oreja pegada a la guitarra, como si hubiese una magia que funde la madera con aquel espíritu humano. Cuando vi a ese camarada paré mi coche y bajé ahí mismo.
Me senté en una mesa al lado del guitarrista, le pregunté su nombre y me dijo que era Zé Nadie. Le pregunté dónde vivía y dijo que vivía donde no vivía nadie, y ya comenzó a entonar esas palabras en una canción. Yo entré en un estado de excitación muy grande, agarré el tablet de la empresa en que trabajaba y lo filmé tocando. Vivo donde nadie vive. Aquellas palabras me tocaron profundamente en el corazón. Porque realmente esa figura no era un guitarrista mendigo que vivía en las calles. Debía ser un iluminado. No, realmente él no vivía donde vivíamos nosotros los humanos, él debía vivir en algún reino astral encantado. Era ciertamente un ser encantado.
Luego pedí un vaso de cachaza, caña barata, una para mí y otra para Zé Nadie, y una botella de cerveza. La noche parecía que iba a ser buena, y tenía que comenzar a turbinar mi cerebro, mi mente y mi espíritu. La cosa es que, dicen los espiritualistas, es que cuando bebemos y fumamos demasiado atraemos espíritus poco evolucionados que pueden influenciarnos. Créase o no, aquél era bien evolucionado e íbamos cantando un repertorio de sambas lindas, recordando los tiempos de bohemia, Noel Rosa, Cartola y Carlos Cachaça. Canciones saliendo y sorbos y pitadas entrando.
Me di cuenta que en la mesa de enfrente estaba un señor, con cara de empresario y una mujer en sus treinta y muchos años, con un bello escote. Miré para atrás, varias mujeres con faldas cortas, algunos empresarios, otros señores… Parece que sin querer había parado en un bar próximo al local que había pensado en ir primero, el reino de la lujuria. Mis instintos se agudizaron, imaginé lo que haría después de ahí, si iría a saciar mi sed, cometer uno de los siete pecados, un adulterio más, o si iría para el show. En medio de todo ese flujo de pensamientos le pedí a mi amigo Zé que tocara una canción más que especial para mí. El mundo es un molino. Encendí el grabador para registrar y comencé a cantar junto a él:
“Aún es temprano amor
Apenas comenzaste a conocer la vida
Ya anuncias la hora de la partida
(…)
Óiiigaaaaame bien querida
Pon atención, el mundo es un molino
Va a triturar tus sueños tan mezquinos”
Fue lindo. Tomé un vaso de caña y las lágrimas casi resbalaron. No sabía yo que eran mis sueños quijotescos que estaban por volver. Que en breve estaría luchando con mis molinos de nuevo. Pero en ese momento no me importaba nada, ni los mensajes en mi celular preguntando dónde estaba, si estaba todo bien, mucho menos la cantidad de alcohol que tomaba. Turbinaba mi mente, expandía mis horizontes. Era superman volando. Era el pájaro queriendo volar, ¿o sólo la mente queriendo engañar?
Después de la presentación triunfal de Zé, finalizando con Cartola, contuve mis instintos primitivos y carnales y decidí ir al show, encontrarme con mis amigos, oír samba-rock. Llegué temprano y curiosamente decidí equilibrar con una botella de agua. El lugar estaba vacío, casi nadie que yo conocía apareció. Pero es a esa hora que los ángeles aparecen. Sí, puedes decirme que los ángeles no existen, ¡pero de que hay, hay! Uno de ellos fue esta mujer.
Ella se aproximó a la mesa en que yo estaba sentado cerca del escenario y me preguntó si se podía sentar allí también. Yo, obviamente, dije que sí. Ahí comenzamos una conversación deliciosa, como si nuestras almas se conocieran hace milenios. Mi amigo y todo el grupo llegó, saludé a todos, pero no dejaba aquella misteriosa mujer, o aquel ángel misterioso, solo. Terminé abandonando a mis amigos y conversé con ella toda la noche.
Una vez u otra, algún amigo suyo la sacaba para bailar y yo me quedaba admirando los movimientos, el baile, el cuerpo perfecto en sintonía y armonía con el ritmo de la samba-rock. Yo quería decirle: ¡enséñame! Muéstrame tu arte. Y mientras tanto tomaba una cerveza, o una cachaza, pero siempre acompañando con agua. Parecía que mi furia interna se estaba calmando.
Me acuerdo que conversamos sobre nuestras vidas y cuántas semejanzas ellas tenían, a pesar de los casi veinte años de diferencia. Ella sufrió una depresión grave. La superó y cambió su forma de encarar al mundo, de vivir la vida. Así como yo. Yo estaba enamorándome de ella en algunas horas, pero todavía había algo dentro de mí que me impidió dar el paso final, aquél tocar de los labios, o el momento en que yo pasaría mi brazo en su cintura y la abrazaría tiernamente para mostrarle cuánto significaba para mí en ese instante. ¿Sería un bloqueo? ¿Miedo de traicionar nuevamente? ¿Repetir una historia que trajo sufrimiento? ¿Sería mi ego, probando cuán libre realmente era yo para demostrar lo que sentía por ella en ese momento? O tal vez podría ser la Serenidad diciendo, ya le mostraste tu sentimiento, no necesitas dar el otro paso que dañaría a otras personas, tal vez hasta a ti mismo.
Nunca tendré la respuesta para esas preguntas. Sé que no cometí el pecado capital en esa noche. Me embriagué, dancé, me enamoré de un ángel. Un ángel cuyo nombre nunca más me acordé… Pero nada de eso me impidió que el torbellino viniera en los días siguientes…