Y acá estoy, nuevamente expurgando mis dolores, pos-Pinel, aconteció de nuevo. Pero calma, antes de contar todo lo que pasó en esta nueva crisis, o arrebato, como les gusta decir a los hombres de blanco, les debo contar la mitad. El Entre, el todo, que aconteció entre estas dos internaciones. Entre el abrir de esa puerta, en que mis ojos lagrimeaban al ver la libertad, y hoy, que me encuentro nuevamente “preso” en casa, pos-arrebato.
Se fueron cuatro años y medio, muchas cosas ocurrieron y las causas y efectos, si es que existen, son muchos y entrelazados, y tenemos que retomar los hilos de esta trama para entender la presente situación. Salí de la Pinel en ese mayo de 2008, todavía acelerado, aunque bajo el efecto de pesadas medicaciones. Como ya le había dicho, camarada, habían usado Haldol en mí, enemigo de los poetas y locos. ¿Sanos? Estaba cargado de medicamentos pero en mi mente aún veía el mundo dividido en sus polos dialécticos. Todavía cargaba la marca de los que sufren el trastorno maníaco depresivo, enfermedad tan antigua como la propia humanidad.
Cuando salí, el primer paso era resocializar. Al final, alejado por casi dos meses del mundo de los “sanos”, ¿mediocres?, conversando sólo con los internos, tenía que reaprender a conversar sobre los asuntos, tenía que tornarme nuevamente un homu socialis. Pero dos mujeres todavía estaban en mi cabeza.
La dulce Carmelita, señorita Miel, que había terminado hace poco conmigo, rondaba mis pensamientos… ¿Por qué será que ella se había alejado? ¿Será que yo había contado algo que la había herido? Mis pensamientos con Tatiana, Sandra, ¿será que ella sabía de todo esto y no quiso quedarse más a mi lado? Era un mar de interrogaciones que inundaba mis pensamientos, que no encontraban respuestas. Le mandé un e-mail. Obtuve una respuesta seca. Sin más contactos futuros, por favor. Ella estaba realmente cerrada. Eso me dolía mucho, yo la quería, quería que ella me ayudase a volver a adentrarme en el mundo de los hombres para no convertirme en un Lobo Estepario.
Todavía tenía en mi cabeza la señorita Fernanda, a quien conocí dentro de la Pinel y con quien tuve una rápida relación dentro de la Pinel. Fernanda representaba para mí una salida para el amar y sentirse amado. La llamé, sabía que ella también había salido. Fue en vano. Nuevamente la secura fue total. Yo estaba totalmente desamparado en el campo amoroso, ninguna opción me fue resguardada.
¿Cómo pueden los poetas, los locos, los bipolares, o malditos, vivir sin amor? Cuan cruel no será negarles la posibilidad de amar. Eso fue un golpe. Pero en medio del golpe yo me sentía el Juan y salí con mis amigos a la caza, en búsqueda de nuevos amores. Y poetizaba el mundo, en medio a la aceleración de mis neuronas. Cada pedazo de papel, de servilleta, era una posibilidad de escribir un poema para conquistar un nuevo amor.
El sentimiento de plenitud, de potencia máxima todavía me invadía, aun con todos los remedios mediocrizantes, y a pesar de los bellos poemas y flirteos, cada vez era una nueva frustración en términos amorosos. Parecía que el mundo no me cabía y yo no cabía en el mundo. Comenzaba a “apessoarme”, dividiéndome de forma heterónima para convivir en los círculos sociales. Pero era loco, ¡y cómo era loco! El no encajarse, el no adaptar. Sufría mucho en mi amago, aunque pareciese el más feliz de los seres.
Después vinieron los efectos colaterales de los remedios. Síndrome de persecución. Dificultad de ir al baño. Una lucha. Miedo. Angustia. El escenario fue cambiando. Y yo en la eterna lucha, cazándome en las orillas de mi propio yo.