Bajé, o mejor dicho, aterricé del bus en el corazón de la Savassi, en Belo Horizonte. Valéria, la enfermera, conversa muy dulcemente conmigo mientras les cuento. Ella realmente me cuida, no como ese señor-represor vestido de blanco. Valeria tiene la candidez, la dulzura. A veces me hace cariño como si fuese su hijo, me deja colocar el colchón en el suelo. Tal vez ella pueda entenderme. Ella me ayuda mucho a disminuir el peso del encarcelamiento. Ella y Sandra, la otra compañera de las madrugadas. La ternura en sus miradas al encararme como que me dice: yo te entiendo. Solo eso ya lo suaviza todo. Quería poder congelar sus miradas en mi mente para no olvidarme nunca más. Pero ellas tienen que darme los malditos remedios.
Yo bajaba de la Savassi, todavía eléctrico. Todavía pulsando, todavía en el torbellino. Salí del bus corriendo como quien intenta huir de algo que no sabe lo que es. Corrí y canté. Dice un viejo dicho que quien canta sus males espanta. Yo los intentaba espantar, pero el canto no era suficiente. Bajé intentando encontrar dónde estaban escondidos los emisores de esas voces que resonaban en mi cajita. ¿Debajo de los asientos? No, tal vez estuvieran escondidos en el maletero. Es eso, desde allí ellos destilaban sus mensajes angustiosos. Solo podía ser eso. Y fui. Pasé al frente de todos y me introduje entre las maletas, ¿dónde están?, ¿Dónde está ella? Yo necesitaba encontrarla, Tatiana, solo ella con su belleza y sabiduría me podría ayudar. Pero ellos no estaban ahí. Ya debían haber salido. Cómo eran esquivos. Yo necesitaba hallarlos, necesitaba encontrarla, necesitaba beber de esa fuente de vida encarnada – Tatiana, o fuente T.
Agarré mi maleta y salí buscando para encontrar las voces. ¿Cómo podemos encontrar voces, si ellas son ondas electromagnéticas, frecuencias que solo nuestro aparato auditivo capta? Mis ojos necesitaban verlas, mi tacto tocarlas, mi boca sentirlas. Las voces tenían que materializarse, solo así me calmaría. Caminé con mi radar interno encendido atrás de ellas. Entré en los bares, restaurantes, revisé las cocinas y los depósitos. Apenas encontraba su escondite ellas se mudaban, salían como cobras, en una rapidez que me dejaba atontado. Los dueños de los bares intentaban impedir que entrara, que subiera a las bodegas, pero no lo lograban. Yo iba con todo el ímpetu atrás de mi padre, Tatiana y Marquinhos, que me torturaban por dentro. Nadie me entendía, y sus miradas represivas, llenas de odio, me dejaban todavía más nervioso. Posiblemente había algunos guardianes ayudándome. No sé quiénes eran, pero había. Alguien me protegía, yo sentía eso, pero no podía saber quién era. Podían ser ángeles, que solo yo sabía que estaban ahí. Pero de que estaban, eso es seguro.
Encontré mi reposo en un bar, me senté y quedé con las voces en paz durante un cierto tiempo: Baiana do Acarajé. Lugar de la diversidad, de la intelectualidad. Me senté y pedí una cerveza. Si recuerdo bien, mi madre me llamó, yo le dije que había llegado pero que no iría para casa. Estaba en la Savassi, y permanecería allí. Estaba buscando a mi padre. Estos malditos remedios no me dejan acordarme si conversé con mi novia. Ella merecía más cuidado, pero no lograba pensar en eso. Tal vez si ella estuviese conmigo las voces no me agitarían más. Tal vez ella pudiese ser como Tatiana. Creo que hablé con ella, pero estaba eléctrico, ciertamente ella no entendió nada. Nadie entiende. Nadie está listo para entender. Nadie sabía ayudarme de la forma que yo quería. Y la música fue calmándome, la cerveza iba pasando como agua e inundando mi pecho. Y Tatiana me dejaba más tranquilo, ella estaba conmigo.
Mientras el caos interno disminuía, comencé a observar a todos los que estaban alrededor. Habían gays, lesbianas, heterosexuales, y todos me parecían un mundo de posibilidades. Todos parecían entenderme, y mientras esbozaba algunas cosas, ese ambiente me trajo un poco de paz. Yo quería conversar, pero no me atrevía a hablarles. Ellos estaban ahí para ayudarme y el script decía que no necesitábamos conversar. Solamente estar. Y en ese momento llegó mi madre, no tengo idea cómo me encontró, junto a su novio Pedro y mi hermano Leo. Se rompía la momentánea paz del ambiente, y las voces comenzaban a incomodarme de nuevo.
Valeria me pide que descanse, me llama para contarme un poco más de su vida. Ella me tiene como un puerto seguro, mi colchón es su diván. Ella me ayuda, por lo que no puedo negarle eso. Confieso que a veces yo quería ir un poco más allá. Ella es linda, tiene cabellos negro y la piel alba. Una melancolía tierna en la mirada. Necesito oírla, a pesar de yo querer continuar contándoles la historia. Ella me necesita más a mí de lo que yo a ella. Tal vez por eso me mantengan aquí enjaulado en esta clínica. Yo traigo armonía a los locos …. y a los sanos.