El 22 de noviembre de 1943, en medio de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, el gran rabino de Jerusalén, Herzog, presentaba personalmente al Papa Pío XII “sus agradecimientos sinceros, bien como su profundo aprecio por su actitud acogedora en relación a Israel y por la ayuda tan valiosa prestada por la iglesia católica al pueblo judío puesto en peligro”. Estas y otras revelaciones están registradas en el libro de Pierre Blet: “Pío XII y la Segunda Guerra Mundial según los archivos del vaticano” (Librairie Académique Perrin, 1997). A pesar de eso, naturalmente, los calumniadores no dejarán en paz la memoria de Pío XII.
La barrera del silencio
Durante la Segunda Guerra Mundial, tanto en la Alemania nazi como en los países ocupados por ella, un muro de silencio cercaba a las personas y sus consciencias. Después de la guerra, cuando fueron conocidas las atrocidades y las violaciones a los derechos humanos, buena parte de la población alemana tenía dificultad en creer que todo eso hubiese acontecido en absoluto silencio.
La Santa Sede disponía de canales privilegiados de información, de modo que el Papa Pío XII sabía muy bien sobre todos esos crímenes y persecuciones contra judíos y contra cristianos. En la guerra de la información y en el juego de los eufemismos, los nazis hablaban de “emigración” y de “solución final”, cuando se debía leer “deportación” y “genocidio”. Ya en 1942, el Vaticano sabía que la nueva etapa del “tratamiento” para con los judíos incluía la exterminación pura y simple.
Fue cuando Pío XII decidió hablar. Para eso, se valió de su mensaje de Navidad (diciembre de 1942). El gobierno nazi reaccionó: “El papa acusa virtualmente al pueblo alemán de injusticia, haciéndose así portavoz de los criminales de guerra judíos”. Pío XII volvería a intervenir en 1943. En la época, ni siquiera la “propaganda” norteamericana, que no perdía ocasión de acusar a los alemanes por crímenes de guerra, llegaba a hablar de los campos de la muerte. El 30 de agosto de 1944, el Secretario de Estado americano afirmaba: “No hay pruebas suficientes para justificar una declaración sobre ejecuciones en cámaras de gas”.
Actuando en silencio
Observadores de la Santa Sede corrieron riesgos extremos para obtener informaciones seguras sobre los judíos deportados. Y aun sin declaraciones públicas, Pío XII pasó a actuar. Cuando el gobierno alemán exigió la devolución de judíos refugiados en Italia, provenientes en especial de Europa Central, el Papa encontró apoyo en elementos del gobierno de Mussolini, que se negó a ceder a las presiones germánicas. A continuación, cuando los alemanes dominaron Italia, el clero y los católicos dieron refugio a los judíos. Muchos fueron acogidos en los monasterios y en las casas religiosas. El propio Papa acogió a muchos de ellos en el Vaticano, entre los cuales estaba el gran rabino de Roma.
En los países donde la Santa Sede tenía apoyo local, como en Eslovaquia, Croacia, Rumania y Hungría, las intervenciones del Vaticano impidieron la deportación de decenas de millares de judíos. Incluso en Francia, bajo el gobierno de Vichy, fueron numerosas las intervenciones de Pío XII a favor de los judíos franceses.
Los calumniadores de la memoria de Pío XII saben mantener silencio en relación a la actitud de los países aliados, que en 1945 entregaron a Rusia una gran parte de Europa, sometiendo a millones de personas al comunismo. Sin mover una hoja, los aliados aceptaron que fuesen borrados del mapa Lituania, Estonia y Letonia, estados cuya independencia era garantizada por la comunidad internacional. De la misma forma, con la concordancia aliada, Polonia fue rasgada, desmembrada y entregada a los rusos sin ninguna consulta al gobierno polaco.
La Historia hará justicia
Comentando el libro de Pierre Blet, observa el historiador Bernard Peyrous: “La Historia hará justicia a Pío XII y a la Iglesia católica. En ese combate gigantesco, sobrehumano, el papa hizo todo lo que podía hacer. ¿Debería haber hablado con más fuerza? Podría haberlo hecho. Y estaba consciente de eso. ¿Pero con qué consecuencias sobre la población judía? Para intelectuales en su gabinete, fuera de cualquier riesgo y generalmente mudos sobre las atrocidades comunistas es fácil atacar a Pío XII”.
Cuando Pío XII murió, el mariscal Montgomery – el vencedor de Rommel en El-Alamein – escribió en el periódico “Sunday Times” de Londres: “Pío XII era un gran hombre, un hombre bueno, y yo lo amaba”. Un equipo de historiadores revisó exhaustivamente los archivos del Vaticano y publicó entre 1965 y 1981 nada menos que 11 volúmenes, que miden un metro de alto en el estante de la biblioteca. De esos documentos resalta la imagen de un papa que necesitó colocarse ante un episcopado alemán dividido, en el cual muchos preferían la posición de llegar hasta las últimas concesiones frente al gobierno de Hitler. Sin embargo, Pío XII prefirió alinearse a la posición del Cardenal Prayssing de Berlín, detestado por los nazis y siempre dispuesto a enfrentar a la Bestia neopagana. En dos mil años de Historia de la Iglesia, los santos nunca tuvieron miedo.