Haití queda cerca, ¡es aquí!

Publicado por Antonio Carlos Santini 12 de febrero de 2010

La terrible catástrofe provocada por el terremoto de enero concentró las miradas de los medios de comunicación internacionales. Dejando de lado la explotación excesiva (¡Y morbosa!) de imágenes espectaculares, súbitamente, era como si el mundo descubriese de nuevo a Haití, sepultado en la sombra desde el primer descubrimiento en 1492 por parte de los españoles.

En el fondo, era como si hasta ahora Haití fuese solo una isla del Caribe, de clima tropical, con playas cubiertas de bucólicos cocoteros. Como si hasta entonces un velo nos cubriese los ojos y nos permitiese ignorar que en esa nación hay un 47% de analfabetismo en su población, con una tasa de mortalidad calculada en 74 muertes por 1000 hasta el primer año de vida y con una expectativa de vida por debajo de los 59 años.

Con este terremoto, sin embargo, fuimos obligados a contabilizar no sólo los 200 mil muertos, sino también estas cifras mantenidas a media luz.

Ahora Haití no es sólo Haití. El Haití miserable de población afro-española también tiene traducciones en la Madre África. Una pequeña muestra con cinco naciones confirma esta tesis.

Podríamos recordar inclusive la situación de la región conocida como Darfur, en el sur de Sudán, donde la población cristiana ha sido atacada por milicias del gobierno islámico, perseguida, violada y forzada a emigrar en uno de los mayores genocidios de los últimos tiempos, sin que los medios de comunicación occidentales envíen al menos un fotógrafo para documentar el desastre sin espectáculo. ¿Quién sabe si un terremoto nos despertaría? Haití es en Haití. Haití es en África. Haití es aquí en Brasil.

En una de mis viajes misioneros al Norte de Brasil, me mandaron en un avión, un Bandeirantes no presurizado, de Marabá, estado de Pará, hacia Imperatriz, Maranhão, donde seguiría en bus para Araguaína, Tocantins. En Imperatriz, el conocido feudo de la familia Sarney, esperé varias horas en el terminal de buses local. Allí conocí Haití… Aquél terminal de buses me mostró un espectáculo dantesco. Decenas de mendigos, inválidos, ciegos y prostitutas. Familias enteras amontonadas en el suelo, en tránsito para algún lugar, con sus “mudanzas” envueltas en sacos de paño. Un pavoroso cuadro de la miseria humana.

Ese pueblo humilde y miserable no espera nada de nadie. No tiene escuelas para aprender a leer y escribir, y si sobrevive al primer año de vida, heredará de la desnutrición la promesa de vivir poco. Esta es la realidad que se oculta bajo las cifras relativas al analfabetismo, la mortalidad infantil y la expectativa de vida. Están prometiendo un Plano Marshall para Haití, una dosis contundente de inversiones siguiendo el ejemplo de lo que se hizo en Europa después de la guerra. Si de hecho el plan fuera llevado a cabo, el Haití sobreviviente se postrará de rodillas para agradecer a la Madre Gaia el terremoto que le envió.

¿Y nosotros? ¿Necesitaremos de un abalo sísmico para descubrir a nuestro hermano hambriento que está cerca? Haití queda cerca, ¡es aquí!

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