Esclavos del siglo XXI

Publicado por Antonio Carlos Santini 27 de julio de 2011

En estos tiempos difíciles de relativismo generalizado se llega al punto de afirmar que “cada uno tiene su verdad”. Y no perciben que dos verdades opuestas se desmienten. Como mínimo, una de ellas es mentira.

Cecília Meireles lo sabía: “¡O se tiene lluvia y no se tiene sol, o se tiene sol y no se tiene lluvia! ¡O se usa el guante y no se pone el anillo, o se pone el anillo y no se usa el guante!”

A pesar de la lección poética de Cecília – que se dirigía a los niños para corregir a los adultos- siempre que escribo algo de modo categórico alguien reclama que estoy intentando imponer mi punto de vista. Una ofensa a las libertades democráticas. En el contexto general del pensamiento burgués, ser definido es algo que incomoda…

Estuve releyendo a un pensador de la primera mitad del siglo XX, el belga Joseph Schrijvers, que habla exactamente sobre esa propensión a la vida esclava. He aquí lo que él dijo:

“Cuanto más el hombre se cree libre, tanto más él obedece, aunque no lo perciba. Él obedece a la opinión, a las costumbres, a las ideas dominantes, a la moda, a sus pasiones, a sus necesidades reales o ficticias, a su imaginación y a sus caprichos. Él obedece a sus patrones y aún más a sus subordinados; él obedece a sus semejantes, a sus maneras, a sus ejemplos, a su sonrisa”.

¿No es curioso? Alguien me sonríe y yo me siento obligado a sonreír también. Luego, obedezco…

Continúa Schrijvers: “Todo hombre, queriendo o no, es sugestionado por los libros que lee, las apreciaciones que oye, las críticas que sufre, los elogios que busca. Así, la mayor parte de los hombres, creyendo ser libres, no son más que esclavos”.

Entonces, ¿no existen hombres libres? Existen, pero son raros. Uno de ellos fue el filósofo Diógenes, que se deshizo de todos sus bienes y se quedó apenas con un barril sin fondo que le servía de casa y vestuario, y una jarrita para beber agua. Cierto día, en una plaza, vio a un niñito que se aproximó a la fuente y bebió con la palma de la mano. Diógenes agarró su jarrita y la lanzó bien lejos: aún no era tan libre como imaginaba…

Otra vez, Diógenes tomaba sol al costado del camino cuando pasó el séquito de Alejandro Magno. Alguien alertó al emperador de la presencia del filósofo. Alejandro, que apreciaba la filosofía, bajó de su caballo, se aproximó y le preguntó respetuosamente en qué lo podría servir. Este respondió: “Muévete un poco hacia un lado porque me estás tapando el sol”.

Los hombres libres son raros. Uno de ellos fue San Francisco de Asís, que dispensa comentarios. Y hubo también una admirable mujer del siglo XX, la Madre Teresa de Calcuta, quien dejó la seguridad de su colegio, rodeada de jovencitas perfumadas, para recorrer los inmundos barrios pobres de Calcuta, donde pudo servir a mendigos, leprosos y a niños abandonados. En veinticinco años, la Madre Teresa rebañaría cerca de 5000 seguidores en todo el planeta. Parece que la libertad atrae a las personas.

Pero claro, nosotros no hacemos lo mismo porque todavía somos esclavos…

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