Le debemos mucho a los Estados Unidos de América. Por ejemplo, le debemos la notable música de George Gershwin y los himnos negro-spirituals de los ex esclavos africanos cristianizados en Mississipi. Pena que de contrapeso, nos metieran en la garganta el McDonald´s, la Coca-Cola y los Simpsons…
Sin embargo, si reconocemos la deuda, pedimos permiso para interrogar a la Historia y verificar si el Imperio Yanqui, aplastado por una deuda externa de 16 trillones de dólares y un insoportable índice de desempleo, no estará viviendo sus últimos estertores…
Todo crecimiento tiene límites. El Cosmos es finito. Y no sería posible crecer tanto, como se infló Estados Unidos, sin sufrir las consecuencias de ese gigantismo teratomorfo. Debe ser por eso que Suiza permanece pequeña y sobria, encastillada en sus nieves alpinas…
La rápida explosión territorial de Estados Unidos es registrada por Olavo de Carvalho en su sabroso libro “El Jardín de las Aflicciones”, de 1995. En sólo 103 años, los sobrinos del Tío Sam más que duplicaron su territorio. He aquí la escalada imperialista:
– 1803. Compra de Louisiana.
– 1812. Intento (fracasado) de invasión de Canadá.
– 1823. Doctrina Monroe.
– 1845. Inclusión de Texas.
– 1846. Intervención blanca en California. Guerra contra México.
– 1854. Instalación de punta de lanza en Japón.
– 1867. Compra de Alaska.
– 1898. Anexo de Filipinas. Intervención en Cuba. Guerra contra España.
-1908. Construcción del Canal de Panamá.
Olavo de Carvalho pregunta: “¿Cómo fue posible que frente a los hechos de esa envergadura, las potencias europeas no se dieran cuenta de inmediato de que había nacido aquel imperio que Dios predestinó para ser su enterrador?”
Aunque la justificación moral para ese expansionismo fuese la supuesta salvaguardia de la libertad, el Estado yanqui se juzgó en el derecho de ser el martillo del planeta, interviniendo en todos los cuadrantes para imponer su visión del mundo y su geopolítica. Para los Estados Unidos, el crecimiento dependía de la táctica de dividir el mundo en dos bloques: los “aliados” y el resto. Y para quien discordaba, la política del “big stick”. Entre los “aliados” de la patria de la libertad hay varios pequeños tiranos de regiones de interés económico…
La Guerra de Vietnam, 1959-1975, fue un divisor de aguas. Con ella cayó la máscara de “padre de los pobres”. Las imágenes de TV le mostraba al pueblo americano las bombas de napalm deshojando al mismo tiempo que la vegetación tropical y los niños indefensos. Más que la derrota vergonzosa y el luto de las familias norteamericanas, ese conflicto dejó en la lama del Mekong el discurso de que el patriotismo fabricaba héroes. La negra marea de culpa llevó al pueblo estadounidense a golpearse en el pecho y salir a las calles a manifestarse contra la guerra.
Así, amplificadas por la lucha interna en la defensa de los derechos civiles, las voces de rechazo resonaron por todos los rincones. La actual crisis económica de Estados Unidos es mucho menos grave que su crisis moral, manifestada de un modo inequívoco en el millón y medio de abortos legales por año, en los 20 millones de dependientes químicos y en la creciente población carcelaria, dos millones de presos en el año 2002. Más allá del clima permanente de bang-bang, pues el 90% de los ciudadanos de Estados Unidos posee una arma de fuego. Esto fue lo que resultó del “american way of life”.
Respecto a Brasil (¿o BraZil?), cabe preguntar si continuaremos imitando un modelo que lleva a la muerte. Y si todavía hay tiempo para salvar el alma nacional de las metástasis que llegan del Norte…