El siglo pasado leí en la primera página de un periódico: una estudiante de 15 años de edad “descubrió” que uno de sus riñones “desapareció”… Todo indica que fue durante una cirugía realizada en 1988 en un hospital paulista.
– Hija mía, ¿dónde está el riñón que estaba ahí?
– El gato…
Bueno, no fue el gato. Sé muy bien que la palabra gato en Brasil tiene otros sentidos. Permite connotaciones de agilidad, de acción subrepticia, sacando las castañas del fuego. Connota, quién sabe, a la banda que roba y hurta. Connotará, puede ser, la acción de las mafias profesionales…
– Fui robado ayer. Saltaron el muro de mi casa y se llevaron el televisor de plasma.
– Yo también fui robado. Abrieron mi barriga y sacaron mi hígado…
– ¡Necesitas tener más cuidado! En una de esas se va el corazón!
¿En qué página estamos? ¿En la página de humor o en la página policial? Entonces, ¿un profesional de nivel superior, con juramento Hipocrático y todo lo demás, es capaz de practicar un asalto, bisturí en puño, invadiendo criminalmente la salud y la vida de una niña? ¿Y vamos a reclamar por las balas perdidas y por el tránsito violento?
* * *
Confieso que estoy preocupado. Puede ser que yo necesite una cirugía. Todavía no elegí cuál de ellas. Tal vez extraer tres muelas. Tal vez ese bultito que me incomoda en el conducto auditivo izquierdo. Tal vez aquel comienzo de “papo” que se va apoderando del cartílago junto a la faringe. Tal vez la hernia inguinal, ya promovida a durazno y tendiendo a aguacate. Tal vez los ligamentos del tobillo derecho, que se rompieron durante el baño. Tal vez…
Y ese tal vez es cada vez más incierto, pues las noticias que soplan del hospital no son buenas noticias. Consta que mi cuerpo fue rebajado a la categoría de “depósito de órganos”. Paso frente a una clínica: en la ventana, veo al cirujano que me evalúa por arriba de los lentes: dos pulmones, dos riñones, dos córneas… mmm… un hígado de abstemio…
Por extraño que parezca, mi cuerpo se convirtió en objeto de deseos médicos. Tengo miedo de tener vértigo en la calle y, cuando despertar, estar colgado en el gancho de la carnicería, con el precio en la tabla: muslos, lomo, costillas, solomillo…
* * *
– ¡Mamá, estoy saliendo!
– ¡Vaya con Dios, hija mía! Y no te quedes mirando a extraños, ¿viste? Mira que están buscando donadores de retina…
Y allá va por la avenida, la pequeña Lucimaria. Sólo tiene un riñón. Y por la cara de preocupación de su angelito de la guarda, ella no se puede distraer… o se queda sin el otro.
¡Ay, Dios!