¿El mundo está yendo mal? ¿Cómo es posible transformarlo?
Si los noticiarios reflejan la realidad dominante, el mundo realmente va mal. Los pesimistas aplauden.
Los escépticos dudan de la posibilidad de arreglar y concertar el planeta de los hombres. Sus defectos de fabricación, ellos no creen en el pecado original…, serían insuperables.
Los revolucionarios discuerdan. Para ellos es necesario cambiar el mundo urgentemente, transformar la sociedad, triturar el capitalismo. ¿Cómo hacerlo?
Hay más de una receta. Por ejemplo la insurrección, como en Rusia, o la revolución, como en China. Ambos métodos incluyen el uso de la fuerza, la práctica de la violencia, la ruina del sistema vigente. Se puede decapitar a la reina, como en Francia, o aplastar minorías como en Afganistán. Todo vale. El cambio rápido y radical ignora la ética y la estética.
Claro, tales decisiones brotan de un impulso de omnipotencia. Como escribió Mao Tsé-tung, “nosotros somos los abogados de la omnipotencia de la guerra revolucionaria… Todo el mundo puede ser remodelado por el cañón”.
¿Qué dicen los cristianos? ¿Adoptarían uno de esos métodos de transformación social?
Se trata de una tentación permanente, que puede dominar un padre católico, como Camilo Torres, y hacer de él un guerrillero en Colombia. La misma tentación afectó los nervios y los valores de Jean-Bertrand Aristide, padre salesiano que, inspirado por un ramo de la teología de la liberación, creyó que le haría bien a Haití como líder político. Fue presidente por tres períodos, y ya expulsado de la congregación de Don Bosco, llevó al país a una sangrienta guerra civil.
¿Estaremos en el reino de lo absurdo? ¿Para construir la paz usaremos métodos violentos? ¿Para vencer la injusticia adoptaremos los mismos procesos de los injustos? ¿Asesinando a los tiranos no nos tornamos iguales a ellos?
Paso la palabra a Henri Nouwen, citando su libro “Carretera para la paz”: “una de las razones por las que tantas personas nutren fuertes reservas en relación al movimiento pacifista es precisamente el hecho de no ver en los pacifistas la paz que están buscando. Muchas veces, lo que ven son personas amenazadoras y furiosas intentando convencer a los otros de la urgencia de su protesta. La tragedia es que los pacifistas con frecuencia revelan más los demonios contra los cuales están luchando que la paz que desean promover”.
La historia es neutra, sólo registra: allí donde el cañón fue elegido como método de pacificación, allí mismo el hombre se volvió carne de cañón. El precio de la paz fue la opresión, la ruina y la muerte. Ciudades destruidas, campos devastados, mujeres violadas, niños huérfanos, minorías sedientas de venganza. ¡Triste paz!
¿Qué alternativa nos resta como cristianos? Devuelvo la palabra a Henri Nouwen: “Un pacificador ora. La oración es el comienzo y el fin, el origen y el fruto, la médula y el contenido, la base y la meta para toda búsqueda de paz. Digo eso sin apología, porque me permite ir directo al centro de la cuestión, que es el hecho de la paz ser una dádiva divina, un don que recibimos en oración”.
Y debo también citar a Douglas Hyde, un ex dirigente comunista: “El arma del cristiano es la espada del espíritu. Las armas son diferentes, la meta, sin embargo, es la misma, ganar los corazones y las inteligencias de los hombres y transformar el mundo”.
Natural, porque orar significa apostar en Dios. Extender las manos vacías para recibir de él el don de la paz. Algunos prefieren jubilar a Dios y volverse ellos mismos el todopoderoso que hace la guerra en nombre de la paz.
Mientras sea así, palestinos, sudaneses y ucranianos continuarán oyendo el silbido de los misiles y la explosión de los cañones.
¿Todavía es tiempo de rezar?