Otro día estuve en la oficina de un amigo, gerente de una empresa, y di con los ojos en un caimán. ¿Cómo? ¿El lector no lo cree? Bueno, es natural… Me olvidé de un detalle insignificante: era un pequeño caimán de metal, fundido en dos partes, presas a un eje a la altura de la mandíbula, y con la elegante cola sirviendo de palanca…
Miré a mi amigo, como quien acababa de desvendar su pasado inconfesable, y pregunté a quemarropa: “¿Ya fuiste farmacéutico?” Él sonrió, mi amigo, ¡no el caimán!, y lo confesó. Antes de entrar en el mundo de las finanzas había sido un farmacéutico en una pequeña ciudad que quedaba a la orilla de un río. Y desembolsó media docena de historietas, historias pintorescas, desde el parto hecho en la ausencia del médico, hasta centenas de cuentas que quedaron “colgadas” años y años, debido a la caridad y del corazón blando ante el dolor humano…
En ese momento, el amigo no sabía, pero el caimán de metal extendía un puente para mi pasado, para la farmacia de Seu Tiu, padre de Atinho, compañero de internado en mis pasados tiempos de estudiante. En la farmacia São Sebastião, de Sebastião Acácio Teixeira – más conocido por el hipocorístico familiar citado más arriba-, bien fijo y atornillado sobre la cerca de madera que bordeaba el balcón, mis ojos de niño enamoraban otro caimán, en las mismas dimensiones, tal vez un primo en segundo grado de este tranquilo saurio, quien sabe un melanosuchus niger, el caimán negro reducido a morder corchos de corteza que recalcitraban en entrar en el gollete del frasquito de tintura de yodo…
Fue en la Farmacia São Sebastião que vi por primera vez aquel súper pescador que arrastraba en los hombros al pez de la Emulsión Scott. ¡Ah! ¡¿Quién puede olvidar esa maldita Emulsión Scott empujada garganta abajo?! Fue ahí mismo que me dieron una serie de inyecciones antirrábicas, cuando el perro manso y sin raza de la Tía Maninha me mordió el tobillo. De allá salían las cápsulas y los elixires contra fiebres, dolores e inflamaciones.
Hoy en día, el farmacéutico es un comerciante cualquiera, que cierra los domingos, duerme temprano y nadie lo saca de la cama en la madrugada para oír la ronquera del Coronel Marcolino o del hijo de la viuda de la lavandera… Última extensión de una red que tiene su huevo en los laboratorios de las empresas multinacionales ávidas de lucro, el farmacéutico es obligado a ser un burócrata de la enfermedad.
Antiguamente no era así. Raros y distantes los médicos, y siempre fuera del alcance de las finanzas del pobre, era el farmacéutico quien acudía a cualquier tiempo, y en cualquier cuchitril o vertiente de la sierra, cuando convulsionaba un peón mordido de cobra, o gemía la campesina en su hora, o sofocaba el morenito en las bandejas de la difteria.
El señor boticario heredó de Merlín sus humos de químico. A la luz de la lamparilla, Chernoviz en puño, molía en el mortero casero su arsenal de sales, hierbas y raíces, para espantar la fiebre malsana o la cólica que podía dar nudo en las tripas…
Y para que nadie dude de las sabiendas medicinales del antiguo boticario, mi amigo gerente trajo de casa y me prestó – ¿lo devolveré algún día?, su propio Formulario Chernoviz, en su 18ª edición. El Chernoviz era la biblia de todo farmacéutico. En él puedo leer sobre el Aerómetro de Baumé, sobre las aguas destiladas, los compuestos químicos y la terapéutica en general.
En la página 107, leo la receta de los Gránulos de strychnina:
-Strichnina 0,5 centig.
-Azúcar de leche pulv. 2 gram.
-Goma arábica pulv. 0,50 centig.
-Jarabe de miel q.s.
Según Chernoviz, deben ser administrados en casos de amaurosis, parálisis, impotencia, chorea, asma y neuralgias.
Y en las últimas páginas incluso aparecen los bisabuelos de los comerciales de productos farmacéuticos. Para la prisión de vientre, CASCARA ALEXANDRE; para várices, HAMAMELINA ROYA; para la gota, cálculos y reumatismo, SAES DE LITHINA EFFERVESCENTES. Y allá están, entre los últimos descubrimientos de la ciencia médica, la Medicación Cacodylica Arsycodile, la Papaína del Dr. Niobey, el jarabe E. Fournier, el Aethone C7H16O3. ¡Y la maravilla de las maravillas! – el PHÉNOL-BOBOEUF, único desinfectante, destruidor de TODOS los microbios, precioso preservativo de todas las enfermedades contagiosas, incluyendo la fiebre amarilla, cólera, tifus, fiebre tifoidea, escarlatina y tubercoulosis, premio MONTHYON, conferido por la Academia de Ciencias de Paris…
Y si buscan con atención, en alguna parte de esas 2.342 páginas, amarillas y envejecidas, allí debe estar la pasta, el ungüento o sublimado milagroso capaz de curar todos los males de este mórbido inicio de siglo, sin excluir el cáncer, el stress y el desamor…
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