En respuesta a la lectora Cezarina da Silva Almeida
Estimada Cezarina, atendiendo su pregunta, hago aquí una reflexión sobre lo que significa envejecer.
La vida de cada uno de nosotros recibe la influencia de dos factores poderosos y al mismo tiempo impalpables. Uno se llama pasado, el otro futuro. El pasado dejó su marca sobre nosotros, de alegría, dolor y conocimientos y lo llevamos con nosotros, coloreando, iluminando u oscureciendo cada instante del presente. Y este desconocido que se llama futuro también ilumina u oscurece de otra forma el presente.
Tener deseos, aspiraciones e ideales, significa intentar construir el futuro. Aquél que nada quiere o que no tiene ideas que lo impulsen, se queda apático, vacío e infeliz. La infancia y la juventud son por excelencia los períodos en que hervimos de deseos. Hay tanto por conocer y experimentar. Son estudios, personas, viajes, matrimonio, hijos, profesión. Todo nos llama y despierta nuestra curiosidad.
La mirada que una persona de más de cuarenta años lanza sobre la vida ya es diferente. Si tuvo una vida más o menos normal, ya experimentó muchas cosas. Alegrías, decepciones, crecimiento, una cierta madurez. El entusiasmo juvenil pasó. Cautela, a veces el cansancio se transluce en la fisionomía. El cuerpo ya no tiene la misma apariencia de los 20 años.
El joven, de cierto modo, en sus emociones, vive como si la muerte no existiese. Quien muere son los otros, no yo. En la edad madura la muerte se va tornando real. El cuerpo va declinando y sabemos que el apogeo de la juventud ya pasó. Estamos en la segunda mitad de la vida.
Hay personas que en esta etapa de la vida, en vez de sentirse dentro de un cuerpo que va envejeciendo, se sienten el propio cuerpo. Se obcecan por la idea de enfermedad y muerte y paran de vivir. Observan apavorados y asustados la declinación del cuerpo. Pierden la alegría de vivir por causa del miedo a la enfermedad y a la muerte.
Aquí se formula la pregunta: ¿somos un cuerpo que envejece o tenemos un cuerpo que envejece? Cada ser humano tiene que responder a esta pregunta y la respuesta encontrada es personal. Pero una cosa es cierta: aquél que vuelve su mirada para el cuerpo buscando a todo instante señales de enfermedad está enfermo en el alma. Se apaga para la vida.
Por otro lado, encontramos personas de setenta años que no volvieron su mirar para el cuerpo. Están vivas. Aceptan el cuerpo envejecido pero no se sumergen en él. Se sienten vivas y jóvenes dentro de un cuerpo que envejeció. Se interesan por la vida, tienen entusiasmo, alegría, proyectos y van en busca de lo que quieren.
Frente al futuro podemos tener miedo o esperanza. Aquél que se sumerge en el miedo, sufre sin cesar. Quien tiene una esperanza activa, construye y atrae para sí la energía de la vida.