No hay como vivir sin sufrir. La vida frustra. Muchas veces no conseguimos lo que queremos: compañía, empleo, popularidad, afecto, comprensión, etc. A veces no somos como nos gustaría ser: en la apariencia corporal, en las capacidades intelectuales, prácticas o en las cualidades morales. Existe el dolor corporal, las enfermedades. Dicen que sufrir hace madurar. Mientras hay muchas personas que apenas se vuelven amargas, agresivas o deprimidas a raíz de los sufrimientos de la vida.
En la depresión, muchas veces existe un desistir, ganas de morir, desesperanza. Ya que la vida no me da lo que quiero, yo no quiero vivir. En la agresividad destructiva, en la delincuencia, hay un movimiento semejante en su origen. Ya que la vida no me da lo que yo quiero, ustedes son culpados. Todo el mundo me va a pagar por esto. Voy a destruir, agredir, dañar, torturar. El deprimido y el delincuente tienen cosas en común. Son pasivos. No se creen agentes que puedan construir para sí mismos una vida digna y que traiga alegrías y realizaciones. Ambos viven en la auto-piedad. Se sienten víctimas. Ambos apelan a la destrucción. Uno quiere destruirse a él mismo, morir. El otro quiere destruir a la sociedad donde vive.
Hay personas que tienen o tuvieron vidas de gran sufrimiento y no se vuelven amargas, deprimidas o destructivas. La causa del sufrimiento, la base, está en nosotros. Es una cierta forma de reaccionar contra las personas o circunstancias que generan sufrimiento, o bien, algo que nos ata al sufrimiento, que nos hace quedar atrapado a él o a su recuerdo.
Hay vida en nosotros. Algo en nosotros quiere vivir y enamorarse de la vida. El placer de la destrucción es un placer menor, un placer amargo. Premio de consuelo para el que se siente fracasado, sin fuerzas para proseguir, construir, realizar. En el fondo de nosotros hay amor por la vida. Alegría. Por atrás de la auto-piedad, de la destrucción, del sentimiento de inferioridad o de arrogancia, hay algo intacto, límpido. Esto puede ser descubierto. Construir da placer. Sentirse capaz alegra. Trascender un pasado amargo, lavarse de él, nos da un sentimiento de purificación, de entusiasmo, de pureza. Deshacerse del odio, de la tristeza, del resentimiento, de la desesperanza es posible. Es bueno. Da una sensación de libertad, como alguien que se libra de una ropa muy apretada.