SOS: ¡salven el Domingo!

Publicado por Antonio Carlos Santini 30 de septiembre de 2009

domingo

En el acelerado proceso de des-sacralización del hombre y del mundo, también el tiempo sufre las consecuencias. El Domingo se torna un día de “feria”, como cualquier otro día. La supresión del ritmo de la Creación hace del hombre un simple esclavo. Diente del engranaje productivo, donde el lucro es el único valor. O será que, en la práctica, ¿tendremos prejuicios en vez de lucros?

Un sábado para los hombres

En el mundo de la Biblia, Israel recibió como mandamiento guardar el día sábado. Creado a imagen y semejanza de Dios, el hombre debía imitar al Creador, que “descansó” en el séptimo día. Hacer un shabbat, hoy sinónimo de “huelga” en Israel, significaba hacer una pausa. Una parada. No solo para descansar, sino para afrimarse como hombre libre, después de la experiencia de esclavitud en Egipto, cuando todos los días eran días de trabajo.

El mismo pueblo de Israel recibió el precepto de los años sabáticos: cada siete años se interrumpía la faena de trabajar la tierra que, así, podía descansar y recuperarse. Cada 50 años, 7 x 7 + 1= 50, se vivía el año del jubileo cuando, aparte de la parada general, hasta las tierras eran devueltas a sus antiguos propietarios, como don precioso, objeto de la promesa de Adonai a las doce tribus y a cada familia del pueblo de Dios.

En el siglo XIX, los judíos de Polonia, operarios de las minas de carbón de propietarios católicos, necesitaban trabajar dieciseis horas diarias para garantizar el pan. Pero el sábado, imponían a los patrones su shabbat. Lavados de la capa negra de carbón, vestidos de blanco, compraban un pescado – figura del Leviatán, el monstruo de las profundidades bíblicas que simboliza al pecado – celebraban el sábado con tres comidas rituales. Así mostraban al mundo que no eran bestias de carga, completamente transfigurados en criaturas de Dios.

El día del Señor

Con la resurrección de Jesucristo, los cristianos vieron el sábado proyectarse para el Domingo, día de la asamblea de los fieles. El Domingo se tornó el día del Señor. En palabras de Juan Pablo II, “El día del Señor – como fue definido el Domingo, desde los tiempos apostólicos -, mereció siempre en la historia de la iglesia, una consideración privilegiada debido a su estrecha conexión con el propio núcleo del misterio cristiano. El Domingo, de hecho, recuerda, en el ritmo semanal del tiempo, el día de la resurrección de Cristo. Es la Pascua de la semana, en la cual se celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, el cumplimiento en él de la primera creación y el inicio de la “nueva creación” (cf. 2 Cor 5,17). Es el día de la evocación adoradora y grata del primer día del mundo y, al mismo tiempo, de la prefiguración, vivida en la esperanza del “último día”, cuando Cristo venga en la gloria (cf. At 1,11; 1Ts 4,13-17) y renovar todas las cosas (cf. Ap 21,5)”. (Dies Domini, 1.)

Pero el Domingo es mucho más, dice Juan Pablo II: es el día del Cristo resucitado, el día de la iglesia que celebra la pascua, el día del hombre libre del engranaje de la producción y disponible para la familia; en fin, el “Día de los Días”, cuando anticipa el gran Día del Señor, en el fin de los tiempos, cuando la fiesta será permanente y el tiempo del reloj será catapultado en eternidad.

¿Y si nosotros parásemos?

En el mundo pagano, todos los días eran iguales. Sobre una mentalidad de explotación del mundo y sus riquezas naturales, se trabajaba siete días por semana, ignorando que, a su alrededor, toda la creación tiene su ritmo. En 28 días, tenemos cuatro lunas, ritmadamente. Cada año, 4 estaciones, en ritmo constante. El músico y maestro canadiense Murray Schaffer llama la atención para la armonía de la naturaleza en su tierra natal: cuando el verano trae el zumbido de los insectos, el croar  de las ranas, están ausentes los sonidos de invierno, con los aullidos de los lobos y los vientos del Ártico. Solo el ruido humano es caótico, superponiendo industrias y motores, máquinas y vehículos, bocinas y sirenas.

Si hubiésemos continuado observando el shabbat, dejando a la tierra reposar, no tendríamos contaminación.

En los años 80 en Volta Redonda, Rio de Janeiro, cuando se verificó la primera huelga en la historia de la Compañía Siderúrgica Nacional, después de tres días la población contemplaba extasiada el cielo, al ver por primera vez que su cielo era azul. Hornos e industria de acero parados, la belleza de la Creación se hacía visible…

¡Quieren matar el Domingo!

La voracidad del lucro no se resigna a “perder” un día por semana. El objetivo es hacer toda una semana de “ferias”: segunda-feira… terça feira… quarta feira… quinta feira… sexta feira… sétima feira… oitava feira!!!  La maravilla de comprar y vender, negociar y lucrar todos los días, a cualquier precio, a cualquier costo humano, social y espiritual.

En la carta apostólica “Dies Domini”, Juan Pablo II reflexionaba: “Hoy, sin embargo, incluso en los países donde las leyes sancionan el carácter festivo de este día, la evolución de las condiciones socioeconómicas terminó por modificar profundamente los comportamientos colectivos y, consecuentemente, la fisionomía del Domingo. Se impuso ampliamente la costumbre del “fin de semana”, entendido como momento semanal de distensión, transcurrido, tal vez, lejos de la morada habitual y caracterizado, con frecuencia, por la participación en actividades culturales, políticas y deportivas, cuya realización coincide precisamente con los días festivos”. (DD, 4.)

Tiempo de atestiguar

En varios países de tradición cristiana, crecen las presiones para hacer del domingo un día sin privilegios para el hombre y para la familia, negándoles el derecho de la convivencia familiar y de la participación eclesiástica. Si el cristiano cede, indiferente, a esa nueva (¿o vieja?) propuesta de vida social, torna imposible el ideal de una vida eucarística, que tiene como eje principal exactamente el Día del Señor.

Delante del mundo esclavo del lucro y del capital, el cristiano da su testimonio. “Instituído para amparo de la vida cristiana, el Domingo adquiere naturalmente también un valor de testimonio y anuncio. Día de oración, de comunión, de alegría, él repercute sobre la sociedad, irradiando sobre ella energías de vida y motivos de esperanza”. (DD, 84.)

En muchas naciones, los agentes de la secularización ya impusieron el divorcio y el derecho al aborto legal, a la eutanasia e inseminación artificial. Falta negar al hombre el derecho al reposo festivo, el último refugio de la humanidad libre. El Domingo…

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