La frustración del deseo despierta en nosotros tristeza. En muchas personas, a la tristeza le siguen la rabia, el odio. Cuanto más intenso y profundo es el deseo que fue frustrado, más intenso podrá ser el odio que despierta. Cuando reaccionamos con odio contra aquello que nos frustra estamos en un sueño profundo. Nuestra lucidez se adormeció. Estamos ciegos. En este momento dejamos de percibir que el deseo está en nosotros, es interno. Colocamos en alguien o en alguna situación la culpa, la responsabilidad por nuestra frustración. Hay personas que cuando están infelices necesitan quebrar, herir, destruir. Unos quiebran vasos, o llegan a la casa y quiebran muebles y aparatos eléctricos.
Hay personas que fermentan su odio lentamente. Queda reprimido, oculto. Aparentan calma y autocontrol. Luego, después de algunas cervezas, se tornan violentos, crueles. El alcohol no genera violencia. Ella ya estaba guardada dentro de la persona. Hay personas que más tarde se disculpan diciendo que no sabían lo que estaban haciendo, que la culpa es de la bebida. Es mentira. El alcohol saca a la superficie lo que estaba guardando, desinhibe. Hay alcohólicos que jamás son violentos.
En las relaciones entre hombre y mujer, frecuentemente el deseo frustrado se torna odio. Son agresiones verbales, violencia física o incluso homicidio. “Yo tengo deseos, siento falta de cariño, placer, atención, comprensión o de alguien que me obedezca. Ya que tú no sientes por mí lo que yo quiero, no te comportas como a mí me gusta, te voy a agredir, maltratar, destruir”. Casi siempre en las relaciones que son llamadas amorosas, lo peor que existe en nosotros se hace visible, se revela.
Nadie tiene la obligación de hacernos feliz ni de atender a nuestros deseos. Cuando me decepciono de alguien, descubro algo sobre el otro que yo no esperaba y descubro algo sobre mí. Descubro que no fui lo suficientemente inteligente para percibir que no podía esperar de esta persona lo que estaba esperando. Es posible ser feliz, pero solo para aquellos que paran de colocar en los otros la responsabilidad por sus carencias y frustraciones. El arte de ser feliz exige practicantes lúcidos, ponderados, prudentes, esperanzados y dispuestos a una autodisciplina constante.