Dicen que cuando vamos envejeciendo, nuestra mente recuerda más las cosas antiguas. Por eso no me avergüenza contar historias de los años 50 o cercanos. Tenía unos ocho años (oh, que añoranza tengo de la aurora de mi vida) y muchas ganas de entender el mundo.
Yo salía de mi casa en Pompéu, en extremo de la calle llamada Os Cristos, nadie decía barrio de los Cristos, sino simplemente “allá en los Cristos”, e iba a visitar a mis hermanas, hijas del primer matrimonio de mi padre. En esa ocasión, eran cinco hermanas y un hermano soltero. De los Cristos a la casa de las niñas (era así que nos referíamos a su casa) era una buena caminata. Algunas veces me daban mucha atención, decían que yo era muy inteligente. Otras veces permanecía ahí solitario viendo el movimiento de la casa y escuchando radio. Hasta me llevaron para vivir con ellas por un corto período.
Yo me quedaba hasta más tarde en la “visita” para oír al emocionante Julio Louzada. Y fue justamente porque me tropecé con una página en Internet sobre ese hombre de radio por lo que decidí escribir. Para quien no vivió en esa época, Julio Louzada fue un locutor famoso, que tenía un programa diario, a las seis de la tarde, cuando recitaba con una voz súper impostada la oración Ave María. Antes de la oración, él leía una carta de un radioescucha pidiendo consejos, y los daba graciosa y formalmente como un consultor sentimental, un analista sin diván, pero con un micrófono que le daba el renombre que muchos psicólogos jamás tuvieron en sus consultas.
Como ya escribí en otra ocasión, en mi calle no había energía eléctrica, por lo que no teníamos radio. Pero yo procuraba escuchar radio de vez en cuando. Escuché muchos discursos de Getulio Vargas y me quedaba con esperanzas de que los trabajadores un día tuviesen alguna oportunidad. Aún así, mi familia continuaba apoyando al Brigadier Eduardo Gomes, de la Aeronáutica, candidato a la Presidencia de la República por la UDN, bastante reaccionario.
La radio me llamaba la atención naturalmente. Yo no demostraba lo mucho que me fascinaba ese aparato.
Pero lo que me motivó a escribir hoy fue el viejo Julio Louzada. En la casa de mis hermanas, aquél momento, 18 horas, era de suma contrición. Nos sentábamos todos delante de la radio Philips que estaba encima de la cristalera. Ahí, casi en trance, mis hermanas oían el Ave María. Algunos días, ellas colocaban un vaso de agua cerca de la radio para bendecir. Después ellas bebían el agua esperando una vida mejor.
Después del Ave María, creo que teniendo como fondo musical el Ave María de Gounod, el profesional de la radio Julio Louzada, que muchos creían padre, o ex, daba sus consejos. Y la presentación dramatúrgica podría hacer sentir envidia a los actores de las novelas de hoy. La mayoría de las veces los consejos eran para personas con mal de amores. Reclamaban la pérdida de un amor, una traición o una frustración. Debe ser por eso que mis hermanas, dos solteras hasta hoy, además de dos que murieron solteronas, llenaban sus ojos de lágrimas.
Hasta generó una canción de carnaval, cuya letra era más o menos así: “La mujer de mi mejor amigo, me manda notas todo los días, desde que me vio quedo enamorada. Me aconseja Julio Louzada.”
Yo crecí y percibí que había mucha ingenuidad en esa gente simple-simplona que buscaba seguir (¿o no?) los consejos de aquél locutor desconocido.
Y llegué a la conclusión de que el mundo progresó mucho y que hoy nadie creería más en un consejero de radio, periódico o televisión.
Pensaba así hasta que mi mente me traicionó o me salvó, no sé. Trajo una situación tan presente que descubrí que o no estoy tan viejo, o la historia de que no nos acordamos de los hechos recientes es un engaño.
Quién no conoce al embustero Antonio Roberto, que de tanto dar consejos en la TV, se lanzó directamente como candidato a Diputado Federal por Minas Gerais y debe tener mandato vitalicio gracias a sus programas “a la Julio Louzada”, en la radio, en la TV y en los periódicos.