Segunda Sesión de Cine

Publicado por Sebastião Verly 18 de enero de 2010

Con 15 años, el único dinero que usaba para diversión era para ir al cine. También era la única diversión que existía en la ciudad. Sí, gastaba un poquito conmigo. Algunas veces chupaba un helado hecho ahí mismo por el famoso Zé Roscão. Los refrescos no eran tan diseminados como lo son hoy en día. Había también mermelada de mocotó del tío Nezinho, el dulce de leche y el barquillo relleno de Dorita, mi prima, y el pudín en el local de Tíão, mi tocayo. Eso acontecía más en los días en que recibía mi pago. Los frijoles con arroz en casa satisfacían bien nuestras necesidades. A mí me gustaba tanto el cine que llegaba a ver dos veces la misma película, principalmente cuando pasaba en matiné y en la noche. Una de las travesuras que más me gustaba era entrar en las salas de películas impropias para menores. El dueño del cine se hacía el tonto y me dejaba entrar. Él necesitaba cada centavo de cada entrada para mantener el cine funcionando. Claro que él sabía que yo era “de menor”, como se decía en esos tiempos. Sabía bien, porque él era mi profesor en el gimnasio. Dentro del cine existía una galería más elevada donde a pocos les gustaba sentarse. En general la galería era ocupada cuando el cine se llenaba totalmente y estaban ocupadas todas las sillas de la platea. Era para allá que a mí y a otros niños nos gustaba ir. Era ahí que nosotros conversábamos, criticábamos las películas malas, nos reíamos alto de los chistes y hasta hacíamos travesuras exageradas. Por ejemplo, en una escena muy triste, dábamos carcajadas o hacíamos como si estuviésemos llorando. Muchas veces, mi prima Ju, esposa del dueño del cine, venía a pedirnos que moderáramos las bromas. El grupito se reía pero atendía a su pedido. Algunas situaciones quedaron grabadas, como el día en que ocupé un lugar reservado. Reservar un puesto en el cine no es legal, y la persona que había hecho la reserva llamó a la policía. El sargento, que no había entendido bien la queja, llegó y me dijo: -¿Usted no sabe que no puede reservar un puesto en el cine? Yo miré al muchacho que había reservado y dije: -¿No te dije? Fueron muchas las historias, algunas aborrecedoras, otras graciosas, como una vez que estaban pasando una cinta de Tarzán, y yo fui a verla en matiné, que era propio para jóvenes y niños. Había un momento en que Tarzán enfrentaba con las propias manos a varios cocodrilos que avanzaban contra Jane, su compañera. En un verdadero estallido, él se acuerda que tiene un cuchillo preso en la vaina en la cintura casi desnuda. Él saca de un golpe el cuchillo y la muchachada suspira y hasta aplaude la propia salvación y la de su compañera. Yo hice un plan junto a mis amigos para ir a ver de nuevo el filme en la noche. Cuando la situación estaba peligrosa, el héroe pasando un mal momento, yo desde encima puse las manos en forma de concha en mi boca y grite con todas mis fuerzas: -¡Es con el cuchillo Tarzán! Simultáneamente, él saca el cuchillo, mata al cocodrilo. El cine, eufórico, casi se vino abajo: alivio, risas, palmas y gritería…

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