me hizo muy bien escucharla
Acabo de recibir el nuevo CD de Urbano Medeiros, “A música do Vale do Sabugi”. Hace pocos días que él me había telefoneado contándome de su nuevo trabajo, pero me advirtió que era “un disquito desnudo, donde quiero presentar la música pobre del Vale do Sabugi”. De hecho, el material gráfico es pobre, viejas fotos desgastadas, hasta enverdecidas. Pero basta oír la primera canción para sorprendernos.
Sin embargo, antes de hablar del disco, y a título de contextualización, Vale do Sabugi comprende un área que abarca regiones de los estados de Rio Grande do Norte y Paraíba, englobando a unas dos decenas de ciudades. Región preferida por gitanos, religiosos y cangaceiros en tiempos pasados. Fray Damião, el misionario fraile italiano, tenía una predilección especial por ese inmenso y seco valle. Además, la toponimia del Vale do Sabugi se asemeja mucho a la Palestina del tiempo de Jesús, razón por la que muchos nuevos cristianos, huyendo de las persecuciones que sufrían en la Península Ibérica, escogieron el valle para asentar ahí su morada: los Oliveiras, Pereiras, Medeiros, y tantos otros marranos, muchos de los cuales ya perdidos en los libros de genealogías, son sus descendientes directos. Urbano nació en los márgenes del río Sabugi, en la falda de la Sierra do Mulungu, en São Jorge do Sabugi.
Estructuralmente hablando, “A Música do Vale do Sabugi” no tiene nada que ver con “Orando con Efrém da Síria”, primer CD de Urbano. Si en Efrém da Síria, él vuelve a nuestras raíces cristianas, en A Música do Vale do Sabugi, Medeiros nos remonta a sus raíces regionales, catingueiras, por así decirlo. De hecho, el disco carece de cualquier sofisticación electrónica. Las melodías son pre-gonzagueanas, remontándonos a un período en el que en su región solo se conocía el acordeón de 8 bajos y la música instrumental era mucho más aceptada y difundida. Yo mismo, cuando niño, fui a esos sambas, tocados por mis tíos Chatu y Jó Balcão, Chico Véi, entre otros tantos tocadores de forró. Xotes, baixões, pagodes, xaxados, todos ellos ejecutados magistralmente por Urbano que, en la mayoría de las canciones, toca todos los instrumentos. Urbano y su inconfundible saxofón. El mejor soplo que ya oí. Y él está de vuelta, visitando al mitológico Vale do Sabugi.
Son once canciones sertanejas, donde también se hace presente una fuerte influencia gitana. Ahí, en esos parajes, periódicamente éramos visitados por gitanos y grupos de personas que huían de las grandes sequías que frecuentemente asolaban y aún castigan a la región nordestina.
En “A música do Vale do Sabugi”, Urbano baja – y bajar aquí tiene un sentido de profundidad, de ir al fondo del pozo a buscar la última jarra de agua cristalina – las mismas bien intencionadas fuentes que le hicieron concebir “Orando com Efrém da Síria”: el corazón humano, fuente última de donde emana todo el arte.
La idea inicial de Urbano era bautizar el CD con el nombre “A música pobre do Vale do Sabugi”. Consultado, sugerí que retirase el adjetivo pobre.
Y yo estaba en lo cierto. No hay nada de pobre en este CD. El arte, cuando es verdadero, jamás será pobre, aunque sea concebido sin sofisticaciones electrónicas y esté desnudo de grandes y pomposos proyectos gráficos. Un disco vale por lo que se oye. “A música do Vale do Sabugi” me hizo muy bien escucharla.
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