Ex consultora del Banco Mundial y de la Goldman Sachs, DAMBISA MOYO, nacida en Zambia, África, acaba de publicar el libro “Dead Aid”, Penguin Press, 188p., con una tesis sorprendente: la ayuda internacional a las naciones pobres perjudica más de lo que ayuda. Son préstamos que sofocan a los países pobres, atienden a intereses personales de los hombres en el poder y dejan para el futuro una herencia mortal.
Del lado del bandido
La ceremonia de coronación del “Emperador” Bokassa, Jean Bédel, en la República Centro-Africana en 1977, costó la bagatela de 22 millones de dólares. ¿Quién prestó el dinero? El banco Mundial. ¿Quién debe pagar la cuenta? El pueblo del país. También fue con dinero del Occidente rico que Idi Amin Dada, el sangriento dictador de Uganda, realizaba sus banquetes donde era servida… ¡carne humana! Al mismo tiempo, Idi Amin fue responsable de la muerte de 300.000 opositores.
En enero del 2000, fueron publicadas las denuncias contra el gobierno de Yahya Janneh, en Gambia, involucrando el desvío de 2 millones de dólares. También podríamos mencionar los ríos de dólares desviados por el corrupto tirano Samuel Doe de Liberia. El dinero venía siempre de la misma fuente.
Frente a eso, se puede oír el grito que brota del corazón de África: “Por favor, ¡paren de ayudarme!” Tal vez el Continente Negro no sea atendido, pues hay muchos interesados en continuar prestando dinero para después vender armas, obtener favores económicos y ventajas financieras.
El bien que hace mal…
El objetivo de Dambisa Moyo, comenta el periodista italiano Luca Gallesi, es “destruir el falso mito de la eficacia de la ayuda a los países pobres”. La autora afirma que inundar de dólares a las frágiles naciones africanas sirve solo para enriquecer a los especuladores y callar la consciencia de los «beneficiados». Y la realidad le da la razón: después de décadas de ayuda internacional, no se ven en África resultados efectivos de la inversión; al contrario, la situación empeora cada vez más, desde el agotamiento de los suelos, pasando por los conflictos tribales hasta la pandemia del SIDA.
Entre muchos ejemplos proporcionados en el libro de MOYO, hay un dato chocante: en los años 80, el Producto Interno Bruto de numerosas naciones africanas, entre ellas Malawi, Burundi y Burkina Faso, ¡superaba el PIB de China! Esto, dice la autora, “para no hablar de la situación anterior, o sea, de la época colonial, que garantizaba más libertad y bienestar al continente africano”. Y ella presenta números que confirman esta tesis.
Para MOYO, la disponibilidad de fondos aumenta la inflación y aniquila la iniciativa privada, desmotivando a los emprendedores. Al final, ¿quién iría a encallecer sus manos para obtener alguna ganancia cuando sin ningún esfuerzo puede obtener “ayuda” gratis? Y más: con la ayuda, la población no se revuelta contra los tiranos, la tierra deja de ser cultivada y los más corruptos suben al poder.
Un camino para hoy
¿Existiría otro camino para las naciones pobres? Parece que sí. Y el ejemplo viene desde India. Premio Nobel de la Paz de 2006, el banquero hindú Muhammad Yunus demostró pragmáticamente que una política de microcréditos – ¡invención de él! – ayudó a millones de personas a salir de la miseria con su propio trabajo y con la formación de pequeñas empresas familiares.
Un proverbio africano dice que hay dos momentos más adecuados para plantar un árbol. El primero fue hace 20 años. El segundo es hoy. ¿Será que África aún tiene un “hoy”?