El impulso natural de cada uno de nosotros es buscar el placer y evitar el dolor.
Hay placeres que se ofrecen con cierta facilidad: comer, beber, dormir, relacionarse sexualmente, tomar baño, etc. Sin embargo, algunos de estos placeres fáciles pueden tornar nuestra vida difícil. Cuando adquirimos malos hábitos alimenticios, el placer de comer puede generar dolor. Engordamos, perjudicamos nuestra salud comiendo alimentos nocivos. El placer del sexo, si no está cercado de ciertos cuidados puede generar un embarazo indeseado o enfermedades venéreas. Además, para que un adulto tenga condiciones de comer, vestirse y tener un hogar, necesita dinero.
El dolor frecuentemente se mezcla con nuestra búsqueda por el placer. O el camino para el placer puede ser desagradable – hacer lo que no quiero para conseguir dinero – o la consecuencia del placer: engordo, me embarazo, enfermo. Para vivir bien necesitamos disponernos calmamente a dosis variadas de sufrimiento, privación, esfuerzo y cansancio. Nuestras metas de placer a corto plazo se deben transformar en metas a largo plazo. Renuncio al alimento nocivo o al exceso porque quiero mantenerme saludable y con buena apariencia. Renuncio al placer menor, inmediato, porque quiero el placer mayor, futuro: salud y belleza.
Para pasar en un concurso tenemos que estudiar intensamente. En vista de un placer mayor, el empleo, renuncio a mi bienestar inmediato y me esfuerzo con total intensidad para conseguir el éxito.
Todos tenemos, en mayor o menor grado, deficiencias o excesos en nuestra personalidad. Puedo ser explosivo. Hiero o alejo a las personas que yo deseo que les guste mi compañía. Puedo ser muy tímido. No logro expresarme, decir lo que pienso, quiero o siento. Para que nuestra personalidad se modifique no existe una receta fácil. Es necesario esfuerzo, disciplina y persistencia. Por más que otros nos ayuden – amigos o profesionales – la parte principal del esfuerzo le corresponde a cada uno. Si esto no fuera hecho con la intensidad adecuada, la mudanza no ocurre o no se mantiene.
En un cierto sentido, esfuerzo intenso es dolor, cansancio y privación. Pero quien no se dispone al esfuerzo no conquista el placer mayor que vendrá como fruto de este esfuerzo. Y nuestra alegría no está solo en el resultado futuro. Es posible descubrir un cierto placer en el uso pleno de nuestra energía, aplicada con intensidad máxima en una tarea. Es el placer de sentirse totalmente concentrado. Es el placer de percibirse capaz y competente delante de cada pequeño resultado conseguido. Amar el esfuerzo no significa tener un gusto por el sufrimiento. Es saber que solo este es el camino para alegrías cada vez más profundas y más duraderas.