El pasado deja marcas en nosotros. Marcas de luz y marcas de dolor. Un pasado doloroso se torna para algunas personas una pesadilla que no termina, que siempre se repite y siempre es recordada. Para otros el recuerdo doloroso se va, desaparece y se “olvida”. Entonces la persona carga una tristeza y falta de energía “sin motivo”.
Por un lado está el recuerdo que atormenta, por otro, el dolor vacío, el recuerdo que se fue.
No hay cómo olvidar todo aquello que fue mucho más importante para nosotros en la época en que lo vivimos. Quien “olvida”, inconscientemente intenta arrancar de sí aquello que vivió. Pero no lo arranca. Queda escondido, influye y actúa.
El pasado es presente. Está en nosotros. Tiene que ser digerido, asimilado y comprendido. A veces transferimos a personas del presente sentimientos de otras épocas. Puedo sentir por mi esposa aquello que mi madre provocaba en mí. Puede ser bueno o malo. De este modo no veo a mi esposa, sino al pasado, a la madre. Puedo maltratar a mi hijo del mismo modo en que fui maltratado. Quedo esclavo de lo que recibí. Me vengo.
Tenemos que educar a nuestros hijos. Tenemos que ayudarlos en su formación. Tenemos que auto-educarnos. Tenemos que reformarnos, transformar y rehacer. Ser adulto no es estar listo. Somos incompletos.
Si los recuerdos dolorosos pueden ser como piedras que cargamos, los recuerdos pueden ser como alas que nos dan vida, liviandad y alegría. Buenos momentos, intensamente vividos, pueden ser un alimento que vive en el recuerdo pero que nos energiza para vivir la vida.
No necesitamos ser esclavos de un pasado doloroso. El recuerdo no se borrará, pero nuestro sentimiento en relación al pasado puede ser transformado. Podemos comprender, aprender y perdonar. La serenidad y la lucidez pueden liberarnos.