Puede ser profundamente doloroso ser víctimas de violencia, ya sea la violencia de un estupro, de un asalto, o de la violencia corporal en una pelea o golpiza. Otros viven el dolor de ver sufrir a alguien querido que fue víctima de esta violencia y que quizás murió a consecuencia de ella. Frecuentemente estas situaciones generan en la víctima intensos sentimientos de odio, miedo y repulsión. Muchos buscan hacer justicia a través de los procesos judiciales y confinar o castigar al que fue el causante de tanto sufrimiento. Es evidente que no debe quedar impune quien actúa así. La sociedad busca protegerse de la repetición de actos semejantes confinando al malhechor. Pero no siempre esto acontece. Hay personas que sufrieron hace mucho tiempo, en su infancia o adolescencia, de un abuso sexual o estupro. Muchas veces el autor era una persona de la familia, sin levantar ninguna sospecha. O un desconocido que desapareció. Puede ser que la persona no haya comentado con nadie el hecho. Frecuentemente el acto es acompañado con amenazas que pueden impresionar fuertemente a un niño y él, por miedo, no dice nada. Otras veces el autor es una persona de buena reputación y el niño tiene miedo de que no le crean o ser castigado por mentiroso. En otros casos tenemos la violencia corporal por parte de los propios padres, en forma de golpiza a causa de los errores cometidos por el niño.
Muchas veces, al clamar por justicia, nuestro sentimiento es de odio. Queremos venganza. Que aquel que fue agresor sea castigado de modo ejemplar. No es otro el motivo de linchamiento. Es la justicia con las propias manos, la venganza eficaz e inmediata. ¿Vale la pena, desde el punto de vista de la salud psicológica, cobijarse en el odio y darle abrigo? Frecuentemente quien odia tiene delante de sí al odiado. Es un lazo afectivo intenso. Nosotros nos ligamos a quien odiamos. Es una especie de matrimonio al inverso. Es como gotear veneno dentro nuestro, a través del recuerdo de lo que nos hizo, a través de fantasías de venganza o deseos de que él sufra. También el malhechor justifica a veces sus actos como venganza de lo que la vida le hizo sufrir, en la infancia, en la miseria o por ser víctima de la violencia. Cuando deseamos venganza y dejamos que este deseo viva en nosotros constantemente, en parte nos asemejamos al malhechor.
Es necesario que busquemos justicia para proteger a la sociedad de ciertos individuos, para protegerlos de sí mismos. Pero si igualamos justicia con venganza, la palabra pierde el sentido. Cuando educamos a un niño, si él es castigado por padres rabiosos y agresivos, el efecto será completamente diferente de aquel padre que da el mismo castigo a partir de una actitud amorosa, firme y enérgica.