Hace algunos días atrás recibí una invitación para ir a una charla sobre inversiones promovida por un gran banco en Belo Horizonte. Decidí asistir, aunque fue más por curiosidad.
La mayor parte de la platea estaba constituida por personas con algunas inversiones en las varias modalidades ofrecidas por la institución. El orador tenía unos veintitantos años, vestía un terno ajustado que combinaba con su corbata grisácea, cabello erizado con gel, y hablaba de forma intermitente, como una ametralladora, sin permitir que el público masticase sus pensamientos empujados de forma continua, sin ninguna decodificación. Aparte de la edad, yo intentaba identificar el acento y la formación académica del orador.
Al final de un análisis de coyuntura que mezclaba indicadores económicos, financieros y una pequeña pizca de política para decir que ella no incomodaba, concluyó diciendo que los problemas del mundo se estaban resolviendo, y lo más conveniente era creer que todo iba a salir bien. Luego, al final, presentó el menú de inversiones financieras ofrecidas por el banco.
Esperé más de una hora de charla para aproximarme al conferenciante. Descubrí que él era mineiro de nacimiento, se mudó para Rio de Janeiro y, después de estudiar Administración de Empresas y hacer un MBA en Finanzas, regresó a Belo Horizonte.
En los días siguientes, al recibir la noticia del colapso de la economía griega, la gravedad de la situación de Portugal, España, Italia y Japón, percibí que la charla debía referirse a otro planeta o época. Pero el buen vendedor es para las épocas difíciles.
Viajé a mis tiempos de estudiante en la Facultad de Ciencias Económicas de la UFMG al final de los años 70, donde fui militante del Centro de Estudios de Economía, que era el guardián de nuestra formación académica. Sin descuidar las estadísticas y las disciplinas de cálculo, nuestra formación era muy diligente con el estudio de la geografía y de la historia, incluyendo la historia del pensamiento económico.
El análisis de la coyuntura que entrenábamos en los auditorios, en los bancos y bancas académicas, era fundamentado en el dominio de los efectos del tiempo histórico sobre las actividades humanas en su espacialidad, sobre la cultura y el pensamiento. La coyuntura analizada era percibida como parte de un movimiento a largo plazo permeado por una multiplicidad de condicionantes que se entrelazaban. La complejidad, lejos de confundir, ayudaba a iluminar el futuro próximo.
John Maynard Keynes, en su “Teoría General” afirma que “políticos prácticos, que se consideran exentos de cualquier influencia intelectual, son en verdad invariablemente esclavos de algún economista o filósofo muerto”. Después de todo, los economistas, al lado de los filósofos, fueron, o eran, considerados fundamentales para el conocimiento humano. Aún hoy la economía es considerada una ciencia importante. A fin de cuentas, no existe Premio Nobel de Ingeniería o de Administración, ni de Filosofía, ni de Informática. Sí, existe Premio Nobel de Química, Física y Medicina, que son ciencias. Esta última, ciencia aplicada. Existe también el de Literatura, dirigido al lenguaje, que es el esqueleto del conocimiento, y el de la Paz, para prestigiar las iniciativas osadas en el campo político que llevan a la paz, que en la definición de Mahatma Gandhi, es la obra más perfecta del hombre.
Los economistas fueron contemplados entre los grandes científicos y pensadores con este premio que tiene por objetivo incentivar la pesquisa independiente. Ahí se me viene a la memoria el orgullo de “mi” facultad, por casi dos decenas de ministros de estado salidos de sus salas. Y entonces me pregunto: ¿Qué aconteció con los economistas? Después del Consenso de Washington llegaron a la conclusión que hubo “El Fin de la Historia”. Alguien escribió un libro con este título, aunque lo haya renegado. Pero la formación de los “economistas” quedó definitivamente marcada por el Consenso, por el Pensamiento Único. Queriendo importar la positividad de los ingenieros, los currículos de las carreras de economía fueron dominados por cálculos “econométricos” retrocediendo a la antigua “Ley de Say” que decía que “toda oferta genera su propia demanda” y, en consecuencia, volvieron a creer en la “mano invisible” de Adam Smith, que regula el mercado prescindiendo de cualquier instrumento de análisis histórico, espacial o cultural.
Como el propio nombre lo dice, la mano es invisible y su dinámica misteriosa. Así el prestigio es atribuido a quien construye el algoritmo más práctico y “racional” para determinar para dónde irán las bolsas de valores, el cambio, la producción, el consumo, las inversiones, el ahorro, en fin, cómo la riqueza será generada y adquirida. Las dinámicas espaciales, sectoriales y culturales son despreciadas como teóricas y subjetivas en la medida en que no se encuadran en los modelos de los económetras de moda.
Traigo aquí un trecho del artículo “Milton Santos: Por Otra Globalización – La de Todos”, del profesor Délio Mendes de la Universidad Católica de Pernambuco, con citas de Santos.
“Cientistas sociales de los más diferentes matices sucumben ante los encantos de la facilidad de los números y del falso realismo de una formulación económica ideologizada, que se olvida de los seres humanos y los substituye por las ecuaciones y tablas estadísticas que engañan a los dirigentes, metiéndole miedo a todos los que no quieren padecer en el infierno apuntado por quienes proclaman la premisa única… Si no aceptas las premisas y las evidencias de las proyecciones estadísticas, ¡serás responsable por el caos que ha de venir!
En general, la ciencia social se empobrece y nada va más allá de la numerología estadística. Invertir en los sectores sociales acarrea un costo que el capital no se propone pagar, y la ciencia se curva, entra en letargo, deja al mundo en las manos de los “nuevos” economistas que van a llevarla adelante de acuerdo a la lógica de la relación producto-capital y de la competitividad. La ciencia humana se hace pobre para interpretar a un mundo confuso y conturbado… Este enfoque modernoso alcanza rutas nunca antes navegadas por la mayoría de las alocuciones y discursos. Grandes farsas son inventadas y reinventadas. El privilegio continúa privilegiando al privilegiado. “Los actores más poderosos se reservan los mejores pedazos del territorio”. Inclusive del territorio del pensar para impedir el pensar. Se apoderan de las mentes y de los corazones y, por consecuencia, de las vidas en pleno movimiento de la vivencia. Todo esto en el mundo de la competitividad. La competitividad revela la esencia del territorio, los lugares apuntan para las luchas sociales, haciendo evidente las virtudes y debilidades de los actores de la vida política y de la sociedad.”