Existen dos partes en nosotros. Una es exterior, aparente, la máscara. La otra es la íntima, real y verdadera. Aquello que toca lo íntimo es aquello que en verdad nos hace feliz y nos realiza. Aquél que vive sólo de apariencias y escenificación se siente vacío, frío, insatisfecho e insaciable.
Puedo poseer una vasta cultura, ser una persona muy bien informada en lo que se refiere a la vida intelectual, práctica y cultural. Puedo tener una inteligencia bien entrenada, un raciocinio ágil, una buena capacidad de comprender a las personas, conocimiento científico y una vida práctica. Puedo ser una persona hábil, un buen artesano, administrador, dibujante, cantor, músico, obrero o vendedor. Otras personas pueden admirarme por mis capacidades, inteligencia y cultura. Mientras tanto, todo esto puede ser sólo la expresión de lo que me es exterior, mi fachada, mi ser instrumental, aquello que poseo, no aquello que yo soy.
Lo que somos en la intimidad, dentro de nosotros, por debajo de la superficie, abarca la vida de sentimientos, nuestra verdadera índole moral, nuestra sensibilidad y capacidad de vida espiritual. Puedo ser una persona aparentemente fuerte, capaz e inteligente en la parte exterior de mí, sin embargo, allá en el fondo vive un niño carente, una gran fragilidad, un dolor por no sentir que soy verdaderamente amado o entonces percibir que no logro amar, ser generoso, sentir profundamente la vida, la belleza, la alegría.
Si aquello que soy en lo íntimo no encuentra un camino de expresión o de comunicación con la parte exterior de mi ser, me sentiré siempre infeliz y solitario. Puedo ejercer la profesión de médico, psicólogo, sacerdote o músico. O entonces, puedo ser un médico, sacerdote, etc. Si mi profesión es un camino de expresión de aquello que soy en la intimidad, yo estoy entero, soy capaz de sentir lo que hago. Corazón, razón y capacidad práctica están unidos, fundidos. Cuando mi ser íntimo transborda y se expresa en lo que hago o digo, estoy siendo verdadero, real, un ser humano completo.
Puedo tener un hijo y no sentirme padre o madre. Puedo tener amigos y no sentirme amigo. Puedo tener padre, madre, hermanos y no sentirme hijo o hermano. Aquél que logra oír y percibir su lado íntimo puede encontrar un camino de vida que lo haga feliz y le traiga alegría. Aquél que vive para la platea, que quiere sólo fingir, aparentar y manipular, en el fondo está vacío e infeliz, pero no lo percibe. Aquél que todo posee, usó de todo, manipuló a todos, un día se verá con las manos vacías.
El niño carente en nosotros necesita despertar, crecer, madurar, buscar con transparencia y coraje aquello que lo fortalece, alimenta y alegra. Sólo así podemos respirar aliviados, sin miedo a mirar lo que somos.