Tengo una tía que reside hace cuatro años en Estados Unidos y, contaminada por el consumismo, tiene la deliciosa manía de enviarme regalos. Todo de la mejor marca, con precios fuera de mi realidad brasileña de clase media.
Bien, en una de las veces que yo y mi madre, también beneficiada, recibimos la encomienda, vino una súper falda moderna de marca famosa que venía con el precio. Nada más y nada menos que $175, eso mismo, ¡sólo ciento setenta y cinco dólares! Todo ese valor destinado a una falda recta, sujetada a la cintura por algunos prendedores pequeñitos y que deja a la vista las piernas hasta la altura de la rodilla.
Mi madre, mujer moderna, dueña de la propia moda, adoró la falda. El estreno ocurrió una bella mañana de otoño, cuando vistió una pantimedia azul-bebé. Al percibir que no combinaba con los tonos marrones de la falda, se colocó encima otra pantimedia negra con agujeros en las nalgas y en las piernas. No me pregunte el porqué de guardar una media en ese estado, como mínimo, era diferente. Vestida con las medias, colocó la linda falda, una blusa negra de manga larga y por último las botas para completar el look.
Como era día de semana, hizo su trayecto normal, salió de su casa cantando con la cartera a su lado y siguió a pie en dirección a la sede del Instituto de Previsión de los Servidores del Estado de Minas Gerais, IPSEMG, donde ella trabaja. Subió la Avenida João Pinheiro como si fuese la Fifth Avenue, avenida famosa en la región que vive mi tía. Siguió cantando, muy feliz e imponente con su falda nueva, abstraída.
Próximo al Departamento Estadual de Tránsito, antes de atravesar la calle Aimorés, hay un feriante, vendedor de agua de coco, pedazos de piña, naranjas peladas, palomitas de maíz, caramelos y chicles. Está ahí todos los días. Es un señor que ya tiene unos sesenta años, serio, y muy concentrado en el trabajo. Mi madre, que seguía bien distraída, no observó que este señor insistió para hablarle, y continuó caminando con sentido a la plaza da Liberdade. El señor la llamaba, gritaba y ella no respondía.
Mientras esperaba que pasara un auto en la travesía de la calle Aimorés, fue sorprendida por un viento bien frío en las piernas… Se heló porque no sintió la falda en el cuerpo. En ese instante el señor que gritaba fue el blanco de su atención. Se giró para atrás y vio, sin querer creer, que él sacudía en sus manos la falda norteamericana, la falda bonita y cara… Escuchó:
-¡Señora, señora, su falda, señora! ¡Mire, su falda!
Ella volvió diciendo todas las palabras no apropiadas para este texto, con las piernas cubiertas por aquella pantimedia toda agujereada, en medio de la Avenida João Pinheiro, cerca de las 13:00h, horario en que las personas están retornando al trabajo. El señor, sin poder disfrazar su sonrisa, intentaba ayudarla:
-Señora, entre en el carro para ponerse la falda… Puede entrar aquí a la kombi…
-¿Qué entra en el carro? ¡Páseme la falda rápido!
En ese tono bien desaforado, como si el señor fuese el culpable, ella tomó la falda de sus manos, se vistió ahí mismo y se fue al trabajo. Al principio con mala cara, pero a medida que iba llegando a la plaza da Liberdade, el mal humor fue dando lugar a las carcajadas… Se sentó en la acera y se rió hasta el cansancio…
Ese señor, que está siempre en el mismo lugar, cada vez que mi madre pasa, se muere de la risa, ahora son amigos, y él les cuenta a todos sus clientes que pasan por ahí la historia de la mujer que perdió la falda… La única que no le cree es su esposa, que lo acusó de descarado y sinvergüenza por inventar una historia como esa.
-“Dónde se vio, ¡una mujer perder la falda!”
Pero a él no le importa. Sólo hace falta que alguien llegue y él comienza… “Yo que pensaba que ya había visto de todo, no imaginaba ver a una señora perder la falda e irse. ¡Ah! Si yo no grito…”
Tatiana Martins Mendes es alumna de la Carrera de Letras (Portugués/Español) del Centro Universitario de Belo Horizonte, UNI-BH, donde es monitora del Laboratorio de Español.