Cuando convivimos durante muchos años con otras personas, construimos lentamente una historia común. Aprendemos a conocer al otro dentro de la perspectiva del tiempo. Sentimos simpatía y antipatía, admiración y repulsión, nos gustan ciertos aspectos y otros no nos gustan. Aprendemos a confiar o entonces percibimos a la persona como irresponsable, omisa, negligente o deshonesta.
Existen personas que no asumen sus propios errores. Tienen la postura arrogante de que no vuelven atrás, que siempre están en lo correcto. Otros, más flexibles, admiten sus equivocaciones sin hablar del asunto. Ven que erraron, buscan corregirse demostrando en sus actos su intento de reparar lo que hicieron, pero no hablan del asunto. Y están aquellos que piden disculpa abiertamente.
Dentro de la categoría de estos que piden disculpa existen dos tipos. Está aquél que efectivamente lamenta lo que hizo o dijo y busca corregirse y reparar el daño que causó. Existe también aquél que pide disculpa de un modo superficial. Admite que se equivocó, pide disculpa y al poco tiempo repite el mismo error. En realidad él no sólo pide disculpa, sino que se disculpa a él mismo. Ya que yo pedí disculpa está todo limpio.
Puedo hacerlo de nuevo. Si yo fuera agarrado flagrantemente basta sólo con disculparme y todo está bien. Este tipo de persona, aún cuando pide disculpa, no cree que esté equivocado. Sabe que incomoda, perjudica o hiere, pero no le importa. Cuando lo necesita, lo hace de nuevo. Su pedido de disculpa es una forma de intentar calmar al otro, de mostrar que es una buena persona. Pero en la práctica no tiene intención de cambiar. Cuando es conveniente, lo hace de nuevo sin remordimientos.
A veces, este tipo de persona queda extremadamente dolida al percibir que no confiamos en ella. En ella, que es tan sincera, que siempre pide disculpa y hasta llora hablando de los propios errores. De hecho, es más difícil tener rabia de este tipo de persona. Tan simpática, pide disculpa con tanta emoción que es necesario mucha firmeza y discernimiento para mantenerse lúcido.
Amar no es lo mismo que confiar. Puedo amar a alguien, estar disponible para ayudarlo, admirar sus cualidades y gustar de su compañía. Pero si dejo de ver sus defectos e incapacidades estoy siendo ciego. En las relaciones íntimas, sea en el matrimonio, en el trabajo, en las amistades o en familia, construimos lentamente nuestra reputación a lo largo de los años. Podemos ser amados, a veces gratuitamente, a veces a través de nuestras cualidades, pero es necesario que tengamos claro que para que alguien confíe en nosotros tenemos que merecerlo, tenemos que construir esta confianza a partir de nuestros actos.