Ardo de añoranza de tu presencia. Dulce fuego que se nutre de las marcas que Tú dejaste en el centro de mi ser. ¡Oh! Sublime encuentro. ¡Oh! Diosa de la vastedad y de la luz. ¡Oh! Fuente de vida y belleza que perfuma. Dulzura suprema saberte mía, enlazada a mí, fundida conmigo en la alegría del amor.
Tú me obsequiaste muchas veces. En cada mujer que amé y amo tú te revelas de modo singular, jamás la misma y, sin embargo, tu presencia resplandece por detrás de cada encuentro humano. Tú eres la variedad infinita y siempre única.
El encuentro humano de amor es como piedra preciosa perdida en el medio de muchos días comunes. Cuando es encontrada brilla como un sol que jamás se apaga. El fuego de la vivencia presente se prolonga en la intensidad de la memoria que brilla en la eternidad. En este otro mundo el paisaje de cada encuentro es siempre vivo y fresco, aconteciendo ahora y siempre.
Encuentro de amor. Dulce regazo terso y suave. Intensa belleza que irradia del rostro y del cuerpo de la amada. Intenso placer en la fusión de los cuerpos. Todo esto sólo es posible porque la bendición del amor envuelve a todo en su abrazo, hace resplandecer, disuelve lo concreto de la materia y nos torna viento, flor, agua y luz, perfume que irradia, música que encanta.
Y Tú, Diosa suprema, a veces sonríes y me abrazas desde dentro del cuerpo de la mujer que amo. Arrebátame y llévame para el espacio infinito, en la danza de la alegría de amar. Otras veces sólo me bendices y me dejas entregado al regazo de aquella que eres Tú misma, en forma singular. Sí, hijas de la Diosa son todas las mujeres, cuando son permeadas por la fuerza del amor, permitiendo que su cuerpo desabroche cual flor que se abre al sol, la lluvia y al viento.
Tantas veces sufrí el dolor de la soledad. Tantas veces estuve amargo deseando el regazo femenino, la dulzura encantada del encuentro amoroso. Pero cuando hoy contemplo los dolores del pasado, no encuentro nada. El fuego que destruyó no impidió que todo rebrotase.
Dentro de lo Sagrado, a medida que los años pasan, florecen nuevas presencias femeninas, nuevos encuentros de amor se revelan en el mundo donde no existe desencuentro. En la bendición de tantas presencias, dentro del encanto y perfume de tantos amores, intensos y vividos, en el ahora eterno, sólo puedo sentirme agradecido.
El encuentro humano es tan frágil. Fácilmente se quebranta. Estremece. Fractura. Tristezas. Decepciones. Desentendimientos. Confianza que cesa o mengua. Personas que se alejan. Añoranza que queda.
Es sólo dentro de lo Sagrado que el amor revela su faz. Sereno. Duradero. Permanente. La fresca alegría de un nuevo encuentro siempre posible. La firme llama de la comunión espiritual.
Sagrado misterio del amor. En un cuerpo de mujer transfigurado por la luz del espíritu, brilla inmortal la belleza. Sediento y extasiado me sumerjo en estas aguas, me acuesto en este nido terso y suave. ¡Oh! Dulce placer que me abrasa e incendia. Me convierto en llama, uno contigo en la luz del espíritu. ¡Oh! Diosa sublime que resplandeces en la mujer que amo en la primavera del amor. Fugaz y eterno. La luz se apaga pero fulgura en la memoria la certeza del encuentro. Tu rostro es único en cada mujer que amo. Única, irrepetible. En un nuevo amor resurges con nueva belleza. Dulce misterio de la diversidad. ¡Oh! Dádiva inmensa de un destino generoso que siempre de nuevo me regala contigo en una nueva faz. Tantos amores, tantas alegrías. En la luz del espíritu vivo entre ellas, en la dulce y alegre comunión de amor, en el mundo de la eternidad.