Rico y Poderoso – parte 4 – Ojo por Ojo

Publicado por Tarzan Leão 18 de octubre de 2010
Rico e Poderoso – parte 4 - Olho por olho

Rico e Poderoso – parte 4 - Olho por olho

Cuando estaba por completarse el tiempo para que Beth diera a luz, el Dr. Natan, el médico que acompañó a la joven durante todo el prenatal, telefoneó a Dario queriendo hablar con él.

“¿Algún problema, doctor? Necesito conversar con usted. Cuando salga de la oficina, pase por el consultorio. No quiero que Beth escuche nuestra conversación”.

Al atardecer, poco antes de anochecer, Dario pasó por el consultorio del Dr. Natan. Cuando entró, la secretaria lo anunció, se despidió del médico y en seguida salió, dejándolos a solas.

“¿Qué pasa con mi mujer?”, preguntó Dario, aún de pie.

“Siéntese. Usted sabe que aparte de médico soy espiritista. Y su situación me ha preocupado mucho. Ayer, durante nuestra reunión en el centro tuve una visión”.

“¡No puedo creer que me llamó aquí para hablar de visiones! A mí sólo me preocupa el estado de salud de mi mujer”.

“Cálmese, porque no hay nada de malo con Beth. Y clínicamente está todo bien con el niño. Pero necesito que usted me escuche. Por favor”.

“Hable de una vez”, dijo Dario, impaciente.

“Como estaba diciendo, soy espiritista y en los últimos años he desarrollado mucho mi mediumnidad. Ayer, durante nuestro encuentro, recibí un mensaje destinado a usted. Y no me ponga esa cara de incredulidad, ya que ciencia y religión no son conocimientos que se oponen. En determinados momentos pueden complementarse”.

“¿Y qué dice ese mensaje?”, preguntó escéptico.

“¿Conoce la Biblia, Dario?”

“Muy poco. Pero, ¿qué tiene que ver la Biblia con nuestra conversación?”, preguntó.

“Vea eso”, dijo el médico, entregando la Bíblia abierta en Samuel II. “Lea el capitulo 12. En mi visión mandaron este texto para usted”, agregó el médico, circunspecto.

A medida que iba leyendo el texto, Dario fue poniéndose rojo, hasta que movido por la cólera, lanzó la Biblia sobre la mesa del médico, que a diferencia de toda la furia de su interlocutor, permanecía impasible.

“Sabe lo que debería hacer ahora, Dr. Natan? Yo debería romperle la cara. Llenarlo de golpes aquí mismo, en su consultorio. Yo nunca fui tan insultado en toda mi vida, oraculito de porquería”, concluyó espumando odio.

“No estoy acusándolo de nada, Dario. Recibí un mensaje y se lo estoy pasando. No hice nada más que cumplir mi deber”.

“Su deber es cuidar de la salud de quien te paga, no elucubrar”.

“Cálmese. No sirve de nada estresarse. Lo que tenga que ser, será”.

“Hay una cosa más d-o-c-t-o-r. Mañana mismo voy a buscar a otro médico para que cuide el prenatal y se haga cargo del parto de mi mujer. Siempre lo consideré un hombre serio. Sin embargo, veo que me equivoqué. Que esté bien”. Después se dio media vuelta, golpeó la puerta y salió diciéndole al médico las peores groserías que pudo recordar.

Al día siguiente, Dario buscó a su abogado, le informó sobre lo que sucedió con el médico, pero fue aconsejado para no entrar en proceso. De acuerdo con el Dr. Célio era mejor no revolver el pasado.

“Tres semanas después nació su hijo. La Dra. Eloísa, tan luego como terminó el parto, buscó a Dario y le dijo: “sólo un milagro salva a esa criatura”.

Súbitamente, él se acordó de la conversación que tuvo con el Dr. Natan días antes. Se fue a la casa y durante una semana, ayunó, lloró, hizo promesas hasta que el séptimo día su celular sonó. Era la doctora.

“¿Dario? Habla la Dra. Eloísa. Infelizmente su hijo ha fallecido”, y colgó.

(Fin)

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