En un primer momento el encuentro tenía como foco la mirada. Meditar juntos, ojos en los ojos, creó decenas de veces un encuentro mágico. Era un lente de aumento que me impulsaba hacia lo alto y para lo más profundo dentro de mí. A través de mi esfuerzo y de la magia de tu presencia se me obsequió con un esplendor de luz, alegría, amor y paz, y en este mundo celestial, muchas veces te encontré resplandeciente y amorosa, y vivía así una alegría de fusión y de amor recíproco que me saciaba en lo más profundo de mi ser.
El mundo resplandece, luminoso y vasto, a partir del foco de tu presencia amorosa dentro de mí. La vida se renueva, la alegría se transborda, una dulce gratitud fluye sin cesar. ¡Oh! Dulce dolor, ¡oh! Presión suave en mi pecho, ¡oh! Amor intenso que fluye sin cesar del corazón como un sol, como un río de luz amorosa que se derrama sobre ti y se disemina sobre el mundo.
Sentirte fundida a mí, sentir tu aire y mi aire, sentir el momento en que nuestros cuerpos se mezclan, las fronteras se disuelven, es dulce, bello y tierno. Tu desnudez suave, tu belleza irradiando amor, es para mí un toque del cielo, un baño de luz.
¡Oh! Rostro de inocencia y pureza, ¡oh! Niña de luz. Tu entrega, tu felicidad, tu belleza, tu amor, tu placer, me llenan de felicidad y gratitud. ¡Oh! Placer intenso que nace de la dulzura de tu cuerpo, de tu suavidad, de tu cariño, y que abre para mí las puertas de otro mundo luminoso, vasto y excelso.
¡Oh! Diosa de luz y amor, inmensa, grandiosa, bella.
¡Oh! Poder que me atrae, me acoge con dulzura y alegría, me hace pleno, me completa y me inunda.
¡Oh! Poder inmenso que fluye a través de mí, en el cual me torno quien soy y se derrama en ti, se funde a ti, te llena.
¡Oh! Reposo profundo, ¡oh! Éxtasis de luz y amor…