Conocido partidario de convicciones antiliberales, Francisco Campos se tornó uno de los elementos centrales en los preparativos de la implantación del Estado Nuevo. En las vísperas del golpe del 10 de noviembre de 1937, Vargas lo nombró ministro de justicia, cuando le encargó elaborar la nueva Constitución. El jurista justificaba el matiz autoritario diciendo que la inestabilidad social se había instaurado en el país. La revuelta comunista de 1935 y el levantamiento integralista que se produjo el año siguiente, 1938, reforzaban su punto de vista. Para él, el liberalismo democrático, centrado en la creencia de la libertad de expresión y de pensamiento, entraron en franca decadencia, como evidencia la colección de textos de su autoría publicada en la obra “El Estado Nacional”, de 1940, y que expresa tal convicción.
También en la visión de Campos, la radio, la prensa y la propaganda en general serían capaces de llevar a la opinión pública a un “estado de delirio” y de “alucinación colectiva”, facilitando la adhesión de la población a los ideales subversivos, especialmente las ideas socialistas. Un antídoto contra ese peligroso proceso, en su opinión, era el cultivo del “mito de la personalidad”: la política de masas que se inauguraba incluía el clamor por un “Cesar” capaz de conducirla.
Después, Campos fue nombrado Consultor General de la República. Fue responsable por la redacción de algunos de los más importantes diplomas legales de la historia brasileña, los Códigos Penal y de Proceso Penal (1941), cuya “Exposición de Motivos”, de su autoría, es notable. También fue autor de la CLT – Consolidación de las Leyes del Trabajo (1943), bien como el primer diploma sobre derecho del consumidor, el decreto-ley que define los crímenes contra la economía popular.
Cabellos grises, habla fluyente, mansa y muy firme, era un viejito simpático. El Doctor Chiquinho, como era conocido en la ciudad, adoptó Pompéu como su tierra del corazón. Su hacienda, el Indostão, a mitad de camino del distrito de Buritizal, actualmente Silva Campos en homenaje a él, era donde siempre iba a descansar, jugar cartas y conversar. Era administrada por un profesional. Fue pionero en la crianza de ganado cebú, que importaba directamente desde India.
Cierto día, a los 74 años de edad, él jugaba “buraco” con su amigo y médico, el Dr. Deusdedit Ribeiro de Campos, a quien siempre convocaba para ir al Indostão, cuando le preguntó a quemarropa: ¿Ustedes no quieren construir un hospital aquí en Pompéu?”. El médico, que era director y clínico de la Santa Casa de Misericordia, que a pesar del nombre funcionaba en una pequeña casa arrendada, respondió asustado: “¡Claro que sí! Sólo falta conseguir el dinero”. “Ustedes organizan el directorio con estatuto y todo y después me buscan en Rio”. Dicho y hecho. Junto con el alcalde Levi Campos, el médico entró en un automóvil y fueron a “apear” a la Playa do Flamengo. Después de una breve recepción, el Dr. Chiquinho telefoneó al ministro de salud, que en aquel año de 1964 todavía tenía su sede en Rio de Janeiro. El ministro, que los atendió inmediatamente, providenció una dotación de presupuesto para el proyecto. El diputado estadual pompeano Carlos Eloy Consiguió recursos de la Compañía de Desarrollo del Vale do Rio São Francisco, CODEVASF, para ayudar en la construcción. El vicario Bertoldo Van Zee consiguió un dinero de su país, Holanda, que dicen que era su herencia familiar, y así Pompéu adquirió un hospital con 34 lechos. El Dr. Deusdedit, hoy historiador de la región, cuenta ésta y otras historias en su libro “Dona Joaquina do Pompéu, su historia y su gente”, edición independiente de 2003. El libro de 942 páginas en tres volúmenes, aparte de la historia, tiene el nombre de todos los descendientes de la Sinhá Brava, como era conocida la matriarca, actualizados hasta la fecha de publicación.
Era ahí, en el Indostão que el Doctor Chiquinho más influía en las decisiones de la UDN nacional. En la soledad de la terraza de la casona colonial, cercada de tamarindos, jatobás, genipas, birosqueiras, entre los trinos y gorjeos de curiós, jilgueros dorados y comunes, zorzales y patativas, el olor ancestral del corral, el crujir de las maderas de los portones, el arreo de los vaqueros, el trote de las mulas, el mugido de los gir, de los guzerá y de los indubrasil, él pulía las piezas del esqueleto institucional del país. Según los amigos, allí había libros de todos los asuntos esparramados por todos lados.
Llegaba a la ciudad con uno de esos carros grandes negros chapa blanca, importados y dirigidos por un chofer negro. El pelo siempre bien arreglado y una característica exclusivamente de él eran los pantalones bastante cortos, en ese entonces llamados “agarra-pollo”. Fue sin duda el precursor de los bermudas modernos. Le gustaban mucho las ropas de lino de color beige. El primer café “amargoso” era siempre a un costado del fogón a leña de la casa de mi tío Xisto, líder de la UDN local, donde él se sentía cómodo. En la sala de visitas había dos retratos grandes: el de él y el otro del gobernador Milton Campos. No es coincidencia que los dos primeros nietos de mi tío recibieran los nombres de los dos políticos.
Una curiosidad es que no hubo sólo un Francisco Campos, sino dos. Eran hermanos. Francisco José da Silva Campos, el más viejo, era denominado por las malas lenguas “Chico Burro”. Francisco José vivió muchos años en Abaeté, en el límite de Pompéu y Dores do Indaiá. Sin embargo, a pesar del apodo, el hermano era un hombre de una inteligencia notable, un excelente matemático, de una prosa cautivante, en lo que era acompañado por su esposa, D. Laura. Francisco Luís, el “Chico Ciencia”, dijo en cierta ocasión, que – siendo él y su hermano hijos del mismo padre y de la misma madre, sus aptitudes y tendencias eran muy diferentes. Aseguraba que en el campo de las ciencias exactas su hermano lo superaba ampliamente. Francisco José fue el primer alcalde de Pompéu.
Una de las veces que llegó a Pompéu quería llevar un funcionario a Rio de Janeiro para cuidar su biblioteca. En ese año, el periódico Tribuna da Imprensa divulgó una nota en la cual afirmaba que su biblioteca poseía más de 150 mil volúmenes. Llevó a un negro de poco más de veinte años, habitante de la punta de una calle, pues la ciudad aún no tenía barrios, para limpiar y recolocar los libros en el estante, pero éste no aguantó el trabajo ni la vida en Rio y volvió para Pompéu para trabajar con el azadón.
Sobre el Doctor Chiquinho existen varias leyendas. La primera es que él, cuando era Ministro de Justicia, creó un decreto que permitía a quien tuviese una mujer loca anular el matrimonio. Y luego que se separó, revocó el decreto. Otra historia fue cuando los hijos de un influyente líder de la UDN de Pompéu mataron a una persona en la ciudad vecina de Abaeté. El padre le envió un telegrama a Rio pidiendo que él asumiese la defensa de los muchachos o le recomendase un buen abogado para asumirla. Dicen que él respondió el telegrama orientando al correligionario y amigo que contratara a un simple rábula de la región, lo que desvalorizaría el crimen. Dicho y hecho: los jóvenes fueron absueltos y quedaron en libertad.
El Doctor Chiquinho contó cierta vez que el día 9 de noviembre de 1937 llamó a su apartamento de Rio de Janeiro al periodista Assis Chateaubriand y le informó que el día siguiente iba a ser promulgada la nueva constitución, decretada por el Presidente de la República. Colocó a Assis Chateaubriand al frente de un foco luminoso, mientras Francisco Campos se encontraba en el lado que estaba en penumbras, desde donde podía observar las reacciones del periodista. Al tener conocimiento del asunto, Chateaubriand dijo que el día siguiente a la promulgación de la Constitución todos sus periódicos en el país irían a desencadenar una campaña violenta, de reacción inmediata. Francisco Campos sólo le dijo: “su alma, su palma”. Un día después de la promulgación, toda la cadena periodística de los Diarios Asociados defendió con entusiasmo la nueva Constitución.
En 1964 participó de las conspiraciones contra el gobierno del presidente João Goulart. Después de la implantación del régimen militar, volvió a colaborar en el montaje de una estructura institucional autoritaria para el país, participando de la elaboración de los dos primeros Actos Institucionales bajados por el nuevo régimen (Al-1 y Al-2) y enviando sugerencias para la elaboración de la Constitución de 1967. Murió en Belo Horizonte el 1º de noviembre de 1968, o sea, un mes antes de la edición del Al-5, cuya labranza muchos llegaron a atribuirle.