Con la gracia de Dios, como escribió Fernando Sabino

Publicado por Sebastião Verly 22 de marzo de 2011


Escribo este texto, crónica/informe, como una forma bastante personal de agradecer a todos los que me acompañaron, apoyaron y principalmente me soportaron en estas dos últimas semanas, cuando viví la incómoda posibilidad de tener que mudarme de mi acogedor apartamento, el cual queda bien cerquita de mi trabajo. Quiero personalizarlos en las figuras de Vladimir y Sandrinha, esas personas humanas muy por sobre la media de este mundo.
Siempre pasé por encima de las enemistades, hechas por mí y mi familia, en todos los años de mi vida, pero continué con esa mala voluntad absurda, que vino de mis antepasados tal como la enemistad entre los montéquios y capuletos. Así, continué ese alejamiento que mi familia siempre mantuvo de Dios y de sus parientes, incluso de su simpático hijo Jesús, tan comprensivo y, según dicen que fue en su época, muy servicial. Dicen que hacía hasta milagros.
Frente a las presiones de la vida, hoy desperté pensando: “a partir de ahora, soy, evité el futuro, un nuevo hombre. Un hombre ético, con mucho coraje y amor. Pensé incluso en aproximarme a Dios, pero el sábado es su día de descanso y no voy a incomodarlo.
Tomé los remedios, ahora casi completos porque ayer por la noche ya me había hecho el ánimo y pedido los que la farmacia cearense puede entregar sin recetas ni documentos.
Tomé un excelente desayuno en la cafetería que gané de regalo de mi amita querida Ester, comí pan con queso y mantequilla, me lavé los dientes, puse una gota del colirio recetado por el oculista. Encendí el computador y abrí el correo: justamente veinte mensajes. Leí y sólo no respondí porque la mayoría no lo exigía.
Vestí mi camisa naranja, la que uso más para campañas de mi autarquía responsable por la limpieza urbana de la capital, cuyo color es de un naranjo bien semejante. Esta camisa también fue un regalo de mi última y estimada novia. Siento mucho su ausencia.
Al vestir la camisa anaranjada, me acordé de mi Mirtes, con quien viví bajo el techo de mis hermanas durante un año, y que en aquel tiempo creía devotamente que determinado color de una ropa traía más suerte que otras, especialmente para con los pretendientes. Después, vino esa música cuya letra decía “vestí azul y la suerte mudo” que la Ritinha, entonces “revolucionaria juramentada”, cantaba alegremente.
Retorno al asunto y prosigo para narrar mi faena de este sábado.
Antes de salir fui a “Google mapas”, ese semi-dios de la Internet, verifiqué cuál bus debía tomar para llegar hasta la firma donde me esperaba la abogada que cuidará del contrato de arriendo del apartamento en que vivo.
Pensé: “Si Dios quiere, todo va a salir bien”. Pero luego corregí: no sería ahora que estoy en apuros o en la hora de la muerte que voy a hacer las paces con Él. Sería demostrar debilidad y puro oportunismo. Hasta puedo tornarme su amigo fiel, en una ocasión que esté de buen humor.
Llegué al lugar indicado para tomar el bus 9803 recomendado por Google, el vehículo acababa de llegar. Y yo, que conservaba trazo de hombre de otros días, me imaginaba esperando ahí por mucho tiempo. La línea 9803, supe a través de dicha pesquisa, recibió buses Apache Vip, que es considerado el vehículo ideal para cualquier terreno. Y anda bien.
En poco más de veinte minutos recorrí la enorme distancia que separa mi casa del referido escritorio de administración de inmuebles. Aproveché el viaje para dar una revisada en el libro “Caso oblicuo”, esa obra prima de Beatriz de Almeida Magalhães, madre de Manoel, amigo de mi hijo. Me asusté cuando un pasajero que escuchó mi pregunta al cobrador se apuró en alertarme que debía bajar en la próxima parada.
La abogada era una mujer joven, linda y muy gentil. Hubo una pequeña confusión en mi llegada, ya que ella me confundió con otro cliente con quien también había marcado para ese sábado. Pero la sonrisa continuó y se comportó como la “hija” amable que nunca tuve. Girlene, este es el nombre de la señora, inclusive logró bajar un 12,5% en el valor total del arriendo exigido por la nueva dueña del inmueble. Una excelente alternativa. Además, la inmobiliaria se llama ALTERNATIVA.
Me emocioné mucho con el trato recibido y no tuve cómo no dejarla percibir. Las Inmobiliarias son así mismo, en la hora de reajustar el arriendo ponen un mega aumento, te dejan en pánico con la amenaza de un eventual desalojo, después de un tiempo viene un ángel y sopla, disminuye el tamaño del aumento y usted lo acepta feliz de la vida. Muy normal en esta época de boom inmobiliario, como dijo mi primo.
Volví a la parada del bus 9803, en esa misma calle, para poder retornar a mi casa. Eran las nueve y media. Yo estaba satisfecho con mi desempeño global. El vehículo apareció, el chofer y unos pasajeros muy simpáticos intercambiaban conversas de “viejos conocidos” en la línea.
Bajé en la plaza que queda a una media docena cuadras de mi casa y el ánimo para caminar era alto, a pesar del calor de treinta y tantos grados.
Hace mucho, venía teniendo unas ganas simplonas de comprar un coco verde sólo para tomar su agua pura y natural: sin hielo ni aditivos. Paré al frente de un carrito de esos que venden de todo y le pedí el coco puro, sin hielo. El amable señor me dijo que las aguas puras ya no son tan buenas como lo eran en otros tiempos. Su auxiliar, una mujer negra bastante simpática, se apuró en recibir y darme el cambio, siempre con buen humor y risas naturales.
Caminé firmemente y en las dos últimas cuadras de la llegada, acompañe a una señora que veo todos los días llevando a los hijos a la escuela. Todo en ella me atrae, principalmente esa mirada estrábica, factor máximo de belleza entre los antiguos incas. Yo, que siempre la veo con su compañero ahí en los márgenes de la favela, tuve ganas una vez más de decirle que estaba linda, con el cabello afro en trencitas bien cortas. ¿Y el coraje? Me faltó sólo momentáneamente. Fue ella la que comenzó a hablarme del tiempo, que ella le pedía a Dios que continuase firme porque esa noche iba a quemar una carnecita en su barracón. Le resumí mi simpatía, nombre que usé para despistar mi verdadero sentimiento, y le pregunté si era su cumpleaños. Ella me dijo que haría un baby shower para una vecina que está esperando un hijo, y yo, con esa memoria prodigiosa que Dios me dio, me acordé de haberla oído decir algo al respecto durante la semana, cuando ella volvía del jardín en donde deja a su hijito. Al despedirme, tomando el camino para mi apartamento, ella dijo enfáticamente “Vaya con Dios”.
Llegué a casa como un joven de otras eras.
Agarré las recetas de los remedios que me faltaban (en total son doce), fui a la farmacia más cercana, donde el joven gerente, al verme hacer una compra de gran valor, me preguntó si yo vivía en las inmediaciones, le pidió al vendedor que me acompañara hasta la caja y me diera una tarjeta. “Cuando necesite”, dijo, “es sólo preguntar por mí que cubriré los precios de cualquier farmacia”.
Los remedios para la diabetes, los más baratos, son ahora pagados por el gobierno federal. Yo lo merezco, o mejor dicho, nosotros, los diabéticos, lo merecemos.
Salí feliz y me acordé que necesitaba recargar mi celular. Entré en una tienda de lotería y la muchacha que estaba adelante me permitió pasar en primer lugar. Aproveché, ya que era mi día de suerte, y aposté en un juego de mega-sena que el cartel anunciaba que estaba acumulado. Si gano, búsquenme. Jugué el 3, 13, 21, 33, 47 y 54.
Cuando volvía, mientras esperaba la señal para atravesar la avenida, una simpática mujer que decía dirigirse también a una lotería en otro lugar, donde iría a probar suerte, me alertó sobre los carros que venían veloces en mi dirección. Llegó a tocar mi hombro para sujetarme.
Llegué a la verdulería y, para mi sorpresa, encontré un paquete con dos espigas de maíz “cristal” de la forma que vengo buscando hace meses.
Entré, compré caqui – estaba delicioso, me acordé de la colega Elania que le gustaba tanto esa fruta, tomé un saludable cacho de banana prata, una papaya y media docena de manzanas, estas las guardaré en el refrigerador para mi súper cocinera que vendrá el próximo miércoles.
Una gordita, cajera de la verdulería, muy simpática, me metió conversa para oír mis chistecitos de viejo que se cree chistoso. Dijo que se llamaba Denise, me ayudó a embalar la mercadoría; cuando iba saliendo, se rompió una bolsa y quien me socorrió fue una bella y madura mujer que hacía compras, ayudada por un fuerte joven que evidentemente era su hijo. Fue más allá de los límites, tomo el producto de mi mano, lo embaló y lo colocó junto a las otras bolsas en mis brazos.
Llegué a casa, feliz, como hace muchos años no me sentía. Encendí el computador y en el correo electrónico ya estaba la respuesta del joven abogado recomendado por mi hermano, a quien le pedí que revisara la minuta de su colega y dueña de la firma de administración de inmuebles. Ambos realmente me encantaron.
Enciendo nuevamente el computador. Más de treinta e-mails estaban esperándome. Los leí y respondí los que merecían respuesta en ese momento.
Calenté los frijoles y el arroz, cociné un bife que a un estudiante en práctica, el Bruno, le encanta oírme hablar. Agregué bastante cebolla y comí como si fuese un príncipe.
Ahora me relajé completamente al sentir que tengo treinta meses para disfrutar continuamente de este rinconcito que hace más de una década me acoge con tanto cariño.
Casi me tiento a creer que Dios, o que el “Padre”, como afirma mi oftalmólogo, está de mi lado. Tal vez Él está queriendo conquistarme para acabar con esa antigua rencilla.
Renitente, ni siquiera quise creer en la suerte de la camisa naranja.
Decidí que de ahora en adelante soy un hombre nuevo, un hombre que enfrenta todo y tiene ánimo para actuar, caminar, esforzar y entender lo que me proponen los hombres y la sociedad y, sobre todo, para mostrar la energía y repartir todo el amor que tengo dentro de mi pecho.
Recordé la fuerza del coraje que sólo yo mismo y nadie más puedo crear en mi interior. En esta sí que creo, o mejor dicho, yo siento y sé que es verdadera: la fuerza que viene de dentro.
Perdonen el abuso en esta hora, pero, que vengan todos los tsunamis de la vida.
Estoy listo.

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