Uno de mis orgullos en relación a mi viejo padre, de padre y madre analfabetos, era su conocimiento de la cultura popular. Había muchas cosas que él decía que luego yo contaba para mi profesora, jactándome de tanta sabiduría. Y por suerte, ella reforzaba mis palabras. Las cuestiones relacionadas con la agricultura me impresionaban de sobremanera y se confirmaban la mayoría de las veces.
El plantío de manaiba, manaiva o rama de mandioca era una de esas demostraciones de conocimiento más allá de lo normal. Mi viejo miraba el tiempo, escuchaba el canto de los grillos, el callo adolorido en el pie, la rana croando, las termitas aumentando sus nidos y decía: “puede picar la manaíba”. Él nos enseñó a cortar pedazos de las astas de mandiocas de aproximadamente un palmo, y sólo a la hora de colocarlas en el hoyo, repicar, hacer cortes leves para que surgiese la “leche” de la rama.
Nos explicaba todo detalladamente para que hiciésemos nuestro trabajo con consciencia. La “leche” debería tener el plazo de secarse después de ser cubierta con tierra, antes de que la lluvia la lavase. Era de ahí que nacería la raíz que sería el alimento tan apreciado. Así plantábamos la rama de mandioca, oyendo todos los años que “no se planta mandioca” sino que manaíba. Todo era hecho con atención, en un trabajo rápido y continuo.
Generalmente, alrededor de fines de octubre o mediados de noviembre, retirábamos de un monte las ramas que habíamos guardado en el transcurso del año, bajo la sombra de un árbol bien copado y escogíamos las más robustas, llena de brotes y aún verdes.
¡Era facilísimo!, daba mandioca de buena calidad y en grandes cantidades. Para eso, él preveía, tres días antes, con precisión, la fecha de la primera lluvia. Y no sé cómo, pero preveía también las lluvias siguientes.
Sabíamos muy bien el día de lanzar todas las semillas de los otros cultivos en la tierra. Y nuestra cosecha siempre era abundante. Hubo años en que aparecía el veranito, ese loco período de estiaje, como el de este año 2011 que duró cuarenta y tantos días, y ahí la solución era replantar, especialmente maíz y frijoles.
Actualmente intento acompañar las previsiones vía Internet. La semana pasada encendía el computador y luego clicaba en una página web de previsión de tiempo en Belo Horizonte. Planeamos para el día 26, en el parque ecológico de la Pampulha, un gran evento para celebrar el día del agua, y el servicio de meteorología preveía lluvias fuertes para ese sábado. Yo en una santa ingenuidad le pedí a Dios que no mandara lluvia en esa mañana festiva.
Parece que yo estaba adivinando que tendría mucho éxito en los trabajos, como prueba hoy mi foto en el Diario Oficial del 29 de marzo, con aires de profesor para el “alumno” alcalde, con su atenta mirada a mis explicaciones. El día soleado, un calor que le daría envidia hasta a los cariocas y más de tres mil personas oyendo mis exhortaciones para la reducción de la cantidad de residuos sólidos lanzados a la recolección pública o dejados en terrenos baldíos, lotes vacíos, riachos y nacientes. La Ley 12.305 extinguió el uso de la palabra “basura”. En otra oportunidad volveré a esa cuestión de suma importancia para el futuro.
No llovió, y el servicio de meteorología nuevamente pasó a anunciar lluvia para el lunes y martes siguientes. El domingo busqué de nuevo la previsión. Había cambiado para el día 1º de abril y después, en un nuevo pronóstico, para los días 4 y 5 de ese mes. Y el servicio especializado va postergando seguidamente la esperanza de la famosa “crecida de São José”, que debería haber llegado el día conmemorativo del santo, el día 19, o la crecida de las guayabas en los días anteriores o siguientes. O más “científicamente” el día 20 o 21 con “las aguas de marzo cerrando el verano”.
Llegó el otoño y la esperada tempestad no vino. Guardaré las “excelencias” para rezar el próximo año. Pero sólo después de investigar un poco más descubrí la lógica de los pronósticos. Y parece verdadera. Lea este texto, es bastante esclarecedor.
“Con la aproximación del invierno, los indios acudieron al chamán y le preguntaron:
-¿Será que este año tendremos un invierno crudo o será ameno?
El viejo brujo, viviendo tiempos modernos, no había aprendido los secretos de meteorología como sus ancestros. Pero claro, no podía mostrar inseguridad o duda. Por algún tiempo miró el cielo, extendió las manos para sentir los vientos y en tono sereno y firme dijo:
-Tendremos un invierno muy frío… es bueno que nos preparemos juntando mucha leña.
Al día siguiente, preocupado con su trola, fue al teléfono y llamó al Servicio Nacional de Meteorología, teniendo como respuesta:
-El invierno será muy frío.
Sintiéndose más seguro, se dirigió nuevamente a su pueblo:
-Es mejor que juntemos mucha leña… tendremos un frío muy fuerte.
Dos días después, llamó nuevamente al Servicio Meteorológico y oyó la confirmación:
-Sí, este año el invierno será muy crudo.
Volvió a hablar para su pueblo y dijo:
-Tendremos un invierno muy crudo. Recojan todo pedazo de leña que encuentren, también tendremos que aprovechar las astillas.
Una semana después, todavía no estaba satisfecho y llamó al Servicio Meteorológico otra vez:
-¿Está seguro de que tendremos un invierno tan fuerte?
-Sí. Este año tendremos un frío intenso, estamos seguros.
-¿Por qué están tan seguros?
-Porque este año los indios están juntando mucha leña”.