Emociones y Trascendencia

Publicado por Carlos Bitencourt Almeida 5 de mayo de 2011

Los momentos que marcan en la vida son aquellos en los cuales hay intensas emociones presentes. La emoción intensa es una abundancia de energía que genera una profunda marca en la memoria. Son los momentos inolvidables. Estas emociones son de dos tipos: dolorosas y placenteras. En el dolor de una separación amorosa, en la muerte de una persona que amamos, en el dolor de una humillación pública, en un momento de gran peligro donde mi vida o la vida de personas importantes para mí está amenazada. En cada momento de estos, si fue realmente perturbador, estábamos intensamente vivos, vibrantes, burbujeantes de dolor, de miedo, de vergüenza, de rabia, de tristeza, etc. Son momentos inolvidables porque nuestra autoconsciencia está aguzada al máximo. La energía emocional transborda en todas las direcciones.

En el caso de las emociones intensas y placenteras existe un estado de consciencia similar. Cuando estamos enamorados y nuestro amor está siendo correspondido, cuando finalmente conseguimos algo que deseamos durante mucho tiempo: una casa, un empleo, un hijo. En situaciones donde somos públicamente aclamados: un homenaje en familia o en el trabajo.

Y existen también situaciones donde las emociones dolorosas y placenteras se mezclan. Cuando necesitamos hacer un gran esfuerzo por un período significativo de tiempo: sea realizar una charla, atender a una persona que está en una situación de sufrimiento físico o emocional intenso, escalar una montaña que ofrece gran dificultad o ejecutar cualquier otra tarea que exija gran habilidad y atención, donde si nos debilitamos, nosotros mismos u otros serán perjudicados o quedarán profundamente decepcionados.

Todas estas situaciones traen la marca de la intensidad: intensidad de sufrimiento, de alegría o de esfuerzo. Puede parecer extraño agrupar los momentos de gran sufrimiento con los de gran alegría, ya que las consecuencias en cada caso pueden ser muy distintas. Es verdad. Las marcas de dolor pueden traer perjuicios permanentes a nuestro desarrollo personal: traumas, cicatrices emocionales, quiebre de la autoconfianza o desesperanza. Por otro lado, existen personas que salen de las grandes crisis dolorosas fortalecidas, más maduras y serenas. El dolor es un gran revelador. Hace aflorar las tendencias ocultas del ser, sus fragilidades o sus fortalezas y las capacidades adormecidas.

En los grandes momentos de tristeza o alegría, la energía generada seguirá el camino que hayamos abierto a través de nuestro desarrollo interior. Si hay muchas fragilidades ocultas, deseos inconscientes descuidados y frustraciones, estos saldrán a la superficie y poblarán nuestra consciencia, serán nutridos. Existen personas que en momentos de gran alegría y felicidad vivencian el miedo de la pérdida, el miedo de terminar lo que están viviendo. La energía de la alegría y del placer se derrama hacia abajo, en la dirección de las fragilidades, emociones y carencias. Entonces pierden o manchan lo que están viviendo por la incapacidad de entregarse al momento presente.

Por otro lado, si hay en nuestra vida una sincera, profunda y transparente aspiración y empeño en dirección a los valores espirituales, la energía generada seguirá por estos canales ya abiertos y nos dará las alas para experimentar diferentes aspectos de lo trascendente.

El individuo que coloca en el centro de su vida la aspiración a una vida espiritual, que quiere la certeza vivenciada de su propia esencia espiritual y del fundamento espiritual de las personas y del mundo que lo cerca, luego descubre que la realidad secreta no es accesible fácilmente. Aunque se esfuerce con sinceridad a través de la meditación, del estudio esotérico y de la acción que aspira a ser amorosa, sabe que la mayor parte del tiempo tiene que lidiar sólo con sus recursos humanos habituales. Lo trascendente, casi siempre, aun en los casos de una búsqueda exitosa, es como un relámpago en medio de la noche.

Los textos sobre vida espiritual frecuentemente enfatizan la necesidad de la calma, del silencio interior, del recogimiento y del estudio solitario. Y de hecho este es un énfasis necesario. Pero realmente entrar en lo espiritual exige también una energía extraordinaria, entusiasmo, dedicación y una aspiración incansable. Es esta una de las paradojas del camino: silencio, quietud, calma y, al mismo tiempo, intensa energía, entusiasmo, vivacidad interior. Por este motivo, aquél que verdaderamente tiene una vida consagrada a la búsqueda espiritual, tendrá en los momentos intensos de la vida oportunidades preciosas para tener acceso a lo trascendente. En el dolor intenso, en el placer y alegría intensos, en los momentos de gran esfuerzo, la energía de la vida está presente, abundante, transbordando. Si su aspiración espiritual despierta en este momento puede trascender la emoción humana habitual y ampliarse dentro del misterio.

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