La Fiesta de San Juan: alegría, espontaneidad y creatividad
Hoy escribo sobre la Fiesta de San Juan de mi pequeña ciudad, Pompéu, región Central de Minas Gerais, de la forma en que yo la viví hace más de sesenta y tres años. Aparte de eso, también traigo recuerdos de esta misma fiesta en otros lugares y otros tiempos. El día 24 de junio es dedicado a San Juan en el calendario católico, considerado el más brillante de los doce apóstoles. En las pequeñas ciudades brasileñas la fiesta es celebrada en la propia fecha, pero en las grandes ciudades es siempre celebrada el sábado más próximo. En el hemisferio sur la fecha es cercana al Solsticio de Invierno que ocurre dos días antes y tiene el mismo significado de la Navidad en el Hemisferio Norte, es el período más frío del año, la noche más larga y el día más corto. En todas las culturas hay celebraciones próximas a esta fecha, y en Brasil la tradición es hacer la fiesta alrededor de una gran fogata.
Como el mes de junio se celebran también los días de San Antonio, el día 13, y de San Pedro, el 29, cada una de estas fechas sirve como pretexto para conmemorar la llegada del invierno, que ocurre el día 21, y estas celebraciones son llamadas en conjunto Fiestas Juninas. El teatro del Casamiento en el Campo pasó a ser uno de los principales eventos de estas fiestas. La historia es siempre la misma; la novia embarazada es obligada por sus padres a casarse con el enamorado que le “hizo mal”. El novio por su parte tiene otra pareja o entonces es padre de otros niños. Aun así se niega a casarse, pero el padre de la joven con ayuda de un delegado lo obliga a enfrentar el matrimonio. Al final todo resulta bien, el casorio es realizado y todos bailan la cuadrilla. La danza de cuadrilla no es nada más que el festejo del casamiento. En algunas ocasiones los personajes exageraban con la intención de hacerse más graciosos y a veces le agregan chistes demasiado picantes para ese tipo de fiesta.
En el año 1948 yo vivía en el extremo de una calle llamada “Los Cristos”, un homenaje a una numerosa familia que tenía ese apellido y que vivió allí. Al lado de mi casa vivía una señora llamada Lia do Jiló. La Lia estaba hace muchos años separada del marido, apodado Jiló, el nombre de un vegetal de sabor amargo, que pocas veces se aparecía por ahí. Era una mujer respetada y admirada, aparte de ser la amante del hombre más rico de la ciudad, aunque poco o nada usufructuase de esa relación.
Al frente de su casa, dentro de su terreno, ella hacía la famosa fogata de San Juan. En la noche llegaban los invitados. En la sala rezábamos el rosario delante de un cuadro pintado por su compañero oficial, cuyo sobrenombre cariñoso era “Bolo”. Después era servida una canjica de maíz en vasos, jarritas, vasijas, platos y hasta en las “medias”, que era como denominábamos a aquellas tazas mayores, una delicia que jamás olvidaré.
En la víspera, la Lia pedía sillas a los vecinos, bancos y hasta vasijas prestadas para la gran fiesta. Íbamos junto con mis hermanos, bien vestidos pero con los pies descalzos, y con la recomendación de nuestra madre para tener mucho cuidado para no pisar las brasas de la fogata. Pocas veces algún niño se quemó un pie o una mano. Hubo casos que adolescentes para exhibirse intentaron saltar la fogata o llegaron muy cerca de las llamas y salieron chamuscados. Después de la canjica, dentro de la casa, una botella de cachaza era bebida discretamente por respeto a los niños. Todos se quedaban ahí alegremente. Juegos, risas, una alegría pura, sana y natural. Sólo gente simple y humilde. A una cierta hora venía la “invitación” implícita para la retirada: se levantaba el mástil que todavía se usa en algunas ciudades del interior de Minas Gerais. Se elevaba una larga vara de bambú, en cuyo extremo se encontraba la bandera con la imagen de San Juan con el carnerito en los brazos. ¡Aplausos, vivas y “Buenas Noches”!
De esos tiempos no me acuerdo si cerca del Largo da Igreja, donde vivían los más ricos, había alguna casa que festejase al santo con rezos, canjica, fogata y mástil. Pero por los años 1949 y 1950, llegó a la ciudad doña Elza Afonso Tavares, una joven profesora que traía el arte a las escuelas, teniendo resonancia en toda la ciudad.
Eran tiempos de mudanza en la ciudad. El algodón disputaba espacio en la labranza junto al maíz y los frijoles; en el comercio se formaban los primeros “atravesadores”, o vendedores al por mayor, que manipulaban los precios para la compra de la cosecha venidera; la cosecha traía riqueza y alegría para los productores y labradores, como eran llamados en esos tiempos los plantadores del campo, las pequeñas labranzas familiares, generalmente en tierra arrendada a cambio de la mitad de la zafra recolectada. El pueblo estaba bien con esta prosperidad, era feliz y no lo sabía. No es por casualidad que el escritor Agripa de Vasconcelos afirmó que Pompéu fue el mayor centro de producción agrícola del Brasil colonial.
Dejándose de presunciones, volviendo al asunto, doña Elza trajo una nueva forma de educar, era una artista en la escuela. Había mucha alegría en las clases de “gimnasia”. Aprendíamos a respirar al fingir que soplábamos velas, aprendíamos el “toque” con la musiquita que aún está vigente en nuestras mentes: “pirulí que bate-bate, pirulí que ya batió, a quien le gusto es ella, para gustar de ella, soy yo”. Y la “Valsa de los patinadores”, de Èmile Waldteufel, que le trajo lágrimas cuando fue cantada después del fallecimiento de doña Madalena, su madre… Sólo después, ya viejo, reconocí el valor de lo lúdico y de lo artístico en las clases de doña Elza, que eran realizadas justo después del “recreo”, en el Grupo Escolar Jacinto Campos. Una sabiduría implícita en los juegos y bromas. ¡Qué añoranza!
Doña Elza fue quien comenzó con los ensayos para la Fiesta Junina, las cuadrillas infantiles, tal vez ni ella se acuerde que contaba con la participación de la bellísima Eduarda, recién llegada a Pompéu, y quien le ayudaba en los adornos y confecciones de papelotes para los cabellos de las niñas. Y como la memoria es prodigiosa, recuerdo la canción cantada hasta el agotamiento: “Iaiá salta fogata, Ioio no salto, no, salta la fogata Iaiá, salta la fogata que yo te doy mi corazón”. O también “En el terrero arde la fogata, reina la alegría en el salón, casados todos en sus puestos, asado, baile y tragón”. Los adolescentes ayudaban a adornar la escuela con bambús traídos por alumnos, yo inclusive llevaba de mi patio con mucho orgullo algunos bambús con las hojas. ¡Una fiesta! Recortábamos el papel de seda y hacíamos las banderolas para adornar el lugar. De la escuela a la comunidad fue un salto natural: doña Elza invitó a acordeonistas; en el comienzo era Nazareno, y cómo tocaba bien ese joven! Ella también le enseñaba a las muchachas a hacer los vestidos rodados, de indiana; a los muchachos realzar barbas y bigotes con carbón; las jovencitas con exagero en el rouge, único maquillaje de aquellos tiempos; sugería el sombrero de paja y las cintas de adorno. Decían la fiesta del “arraiá”, resaltando el modo de hablar caipira. Me acuerdo de las personas más animadas y alegres como la Diva do Abílio; la Yone do Zé Cecílio; la Terezinha do Candinho estaba más presente que participante; la Valquíria, rubia exuberante que una vez apareció con una osada falda de papel crepé, las hijas de Celso Nunes, Rejane y Augustinha. Gente alegre y comunicativa estaba siempre al frente. La Dilce iba con mucha discreción. La Mariinha do Soca también acompaña la fiesta.
Comenzaron las cuadrillas para adultos y muchas risas y juegos: surgían las situaciones más graciosas y hasta los errores eran motivo de risa. Y la marcación que llevaba a la muchachada a alegrarse, sonreír y prestar atención: después del casamiento de los novios, comienza el baile guiado en francés pero con acento caipira: “¡Vamos entrando! Presten atención… En avant, tour, anarrier, balancé, travessé de caballeros, travessé de damas, travesé general, otrfoá (autrefois)”. Después de algunos años esta bella fiesta se enraizó en la ciudad y la tradición, que venía no sé de donde, se quedó para siempre en nuestro medio.
En Belo Horizonte, hoy la fiesta es producida artificialmente, el poder público promueve concursos de cuadrillas con premiaciones, pero la participación popular es casi mecánica.
Yo viví durante algunos años en Salvador, capital del estado de Bahia. La capital es llamada “Bahia” por los baianos de interior. Allí, como en todo el nordeste de Brasil, las fiestas juninas son las más importantes. Superan en algunos aspectos a la navidad, año nuevo, la semana santa, día de las madres, del niño y de los padres. Este año 2011 los organizadores que afirmaron que iban a quemar mil toneladas de fuegos. ¡Gran inversión!
Uno de los saludos más efusivos que recibí allá, que también causó sorpresa a Binha, mi joven esposa de esos tiempos, fue el “¡Feliz São João!”, acompañado de un regalito que nos llegó traído personalmente por el joven y culto ingeniero Roberto Benjamim, que todavía debe vivir en algún lugar de este mundo. La tarjeta de Feliz San Juan nos acompañó a mí y a mi ex esposa mientras estuvimos casados.
En las calles de la mayoría de los barrios, las fogatas ardían durante toda la semana. En el comercio, desde los pequeños almacenes de secos y mojados hasta los emergentes supermercados vendían las fogatas ya preparadas que facilitaban los festejos.
Allá, como en la mayor parte del nordeste, se comía ese dulce hecho con la pulpa del maíz verde conocido como Canjica, ¡una delicia! Para nosotros aquí en el sudeste, se llama Mingau de Milho Verde. Es la comida más popular en las fiestas de San Juan. Allá también es común lo que para nosotros en el sudeste llamamos Canjica, pero que ellos denominan “mungunzá”. Aquí adicionamos bastante maní tostado y molido, un poquito de coco rallado que no podría faltar y para masticar perezosamente, ese maíz cocido, sin olvidar el clavo de olor.
Lo que quedó de hecho en mis recuerdos y unas restantes fotografías fue una fiesta en la Capital Federal, Brasília, realizada en una chacra, donde en 1972 hice un curso ligado al Proyecto Rondon, que tenía por objetivo llevar estudiantes universitarios para hacer trabajos asistenciales, en un comienzo con poblaciones indígenas y luego con otras comunidades que vivían aisladas en el interior del país. Hubo de todo y había gente de todas las regiones del país. Yo hacía el papel del padre y dijeron en la ocasión que yo superé a todos los demás. Bebí demasiado antes de la fiesta y hablé bromeando verdades y tonterías que jamás habría dicho si hubiese estado sobrio.
Las fiestas juninas, aunque son celebradas en todos los rincones de Brasil, en la región nordestina tienen una expresión significativa. La ciudad de Campina Grande, en el estado de Paraíba, se jacta de tener la “Mayor Fiesta de San Juan del Mundo”. En Brasília, la fiesta es “para que el inglés vea”, o sea, puro marketing político. Sin exagero, valió la pena ver a la presidenta Dilma, como ya lo hacía Lula, su antecesor, afanarse junto a sus ministros en la fiesta de San Juan de la Granja do Torto, casa de campo de la presidencia de la república.
En mi querido Uruguay, donde también estuve en un cantero de obra, los brasileños intentamos reproducir la fiesta. Pero allá el brillo es para otra fiesta folclórica que tiene pasos semejantes, con la participación de personas más jóvenes.
Para concluir, el festejo de San Juan, a pesar de la diversidad de estilos en las diferentes regiones brasileñas, tienen en común la gran alegría, espontaneidad y creatividad, aproximando a personas de diferentes orígenes sociales y distintas creencias políticas o religiosas, siempre dejando su marca en todos los mejores recuerdos.
Participe usted también:
http://www.youtube.com/watch?v=jqYWQxm8sDk