Cómo es difícil saber dosificar dentro de las relaciones cuándo convivir y cuándo alejarse. Aún más difícil porque son dos personas, dos voluntades. Ahora yo quiero, pero el otro no quiere. Ahora ella quiere pero no es mi momento. Todas las relaciones exigen esta sabiduría – padres e hijos, amigos, enamorados y cónyuges. Hay parejas que habiendo vivido juntos por años deciden vivir en casas separadas y de este modo la relación puede proseguir. Cuántas amistades se debilitan o se rompen, o entonces sufren fracturas importantes cuando las personas se vuelven socias en un mismo trabajo, o van a vivir juntas para dividir el arriendo, o incluso cuando conviven intensamente durante un viaje largo. Muchas personas enamoran durante cinco u ocho años, conviven bien, pero casándose se separan después de dos años. Muchas veces la relación entre padres e hijos se torna positiva sólo cuando los hijos se van a vivir a su propia casa, ya sea porque se casaron, se mudaron de ciudad, o sólo porque quieren vivir solos en su espacio propio. Existen parejas felices cuya relación entra en crisis porque el marido se jubila – o los dos se jubilan – y la convivencia se torna intensa.
Cómo es difícil percibir que aun cuando existe amor verdadero entre dos personas es necesario saber no sofocar al otro con nuestro deseo: “Ahora yo quiero, estoy carente, te necesito”. Al mismo tiempo saber donarse: “Ahora ella realmente necesita de mi presencia, consuelo, ayuda y cariño. Tengo que dejar de lado por algún tiempo mi vida, mis intereses y necesidades, porque la necesidad de ella es mayor y más urgente que la mía”.
Es necesaria una inmensa lucidez para no acumular resentimientos, tristezas o deseos de venganza cuando la persona que amo no puede, no quiere, y necesita cuidar sus intereses lejos de mí. “Si él de verdad me amase haría eso por mí”. Sin embargo en otros momentos somos nosotros los que decimos que no y queremos que el otro acepte y comprenda: “¿Será que él/ella no considera necesario ser fiel también con mi familia, mis amigos, mis hijos?
Cada uno de nosotros es un manojo de necesidades variadas y está dentro de una tela de relaciones familiares, de amistades y de compromisos profesionales. Existen personas que necesitan períodos de soledad, sea en el hogar o fuera de él para reabastecerse, para que el sentimiento de extrañar renazca, para que el amor despierte. Incluso las personas muy gentiles y solícitas no viven en estado de amor perpetuo. El amor, la ternura, la disponibilidad para oír, consolar, dar placer y cariño nunca son permanentes en nosotros. Tenemos que cuidar de nosotros mismos, tenemos que descansar, tenemos que cuidar de otras relaciones que también son esenciales: “Todo amor es sagrado”.
Claramente existen personas muy egoístas que sólo quieren recibir y casi nunca están disponibles para oír y ayudar. Incluso con ellas tal vez no sea necesario cortar la relación y alejarse totalmente. Existen personas que son pésimas oyentes, que no quieren saber de convivir con quien necesite de ellas, pero que aun así tienen su belleza, su encanto, fascinan. Nosotros recibimos de las personas, somos nutridos por ellas de dos maneras. Primero cuando son solícitas, gentiles, amorosas, les gusta ayudar y son solidarias. Recibimos entonces algo que va directo al encuentro de nuestra necesidad. Quedamos agradecidos de aquella persona y sabemos que es confiable, que frecuentemente o de vez en cuando podemos recurrir a ella en momentos de necesidad, pues sabe ser buena amiga y es generosa.
Pero por otro lado existen egoístas encantadores. Casi nunca atienden a nuestra necesidad, pero tienen una relación bella con la vida o con algún aspecto de ella. En el acto de estar cerca de la persona, de atender a su necesidad, oírla, ayudarla, recibimos, aprendemos y somos enriquecidos. Aunque ella no esté atenta a nuestras necesidades, es sensible, inteligente, creativa e interesante. Recibimos de ella mientras ella nos absorbe. Ella no es generosa pero nos alimenta, no a través de lo que ella da, sino a través de lo que ella es. A veces el acto de ayudar a alguien, aun siendo alguien muy egoísta enriquece a quien dona.
Necesitamos una flexibilidad inteligente para que fluyamos dentro de las relaciones. Nunca alguien nos dará todo lo que queremos a la hora que necesitamos o deseamos. Ser frustrado por las personas, aunque sean las más amadas, aunque sean las más amorosas, es inevitable. Nosotros también, queriendo o no, vamos a frustrar en un momento u otro a las personas que más amamos. El gran esfuerzo, la necesaria lucidez es no enojarse, no colocarse siempre en la posición de víctima, no agredir al que nos frustra. Respirar profundo, relajarse, quedarse callado para no ser injusto. Saber esperar. Si sabemos discernir lo que cada persona tiene para darnos, lo que puede y lo que no puede ofrecernos a cada momento podremos establecer con muchas personas relaciones constructivas, amorosas y nutritivas. El arte de amar y ser amado es también saber entregar el sí y el no, es saber recibir el ofrecimiento y el rechazo con levedad, serenidad, alegría y gratitud.