Feijoada en el Minas Tenis Clube

Publicado por Sebastião Verly 11 de agosto de 2011

Belo Horizonte,que nació “Ciudad de Minas” fue la primera capital planeada de Brasil. El trazado urbano de Belo Horizonte es inspirado en Washington, capital de los Estados Unidos, una malla arterial de anchas avenidas de dos pistas y una malla capilar de calles en formato cuadriculado. BH, como es llamada, fue inaugurada en 1897 para ser la capital del estado de Minas Gerais, planeada para recibir todo el funcionalismo estadual que vino de Ouro Preto, antigua capital colonial del Estado.

El Minas Tenis Clube fue construido como un club de ocio para atender a los funcionarios, pero era abierto a toda la población de la recién inaugurada ciudad. El Minas Tenis Clube creció. En sus inicios sólo existía la unidad de la calle Rua da Bahia, justo al lado del Palacio da Liberdade, sede del gobierno estadual hasta el año 2008. Actualmente existe el Minas II en el barrio Mangabeiras y la sede campestre.

El club abriga a la antigua clase rica, la Tradicional Familia Mineira, que llegó a ser conocida por la sigla TFM. Es difícil adquirir una cuota para ingresar en esa selecta cofradía. Su precio anda cerca de los 30 mil reales o 20 mil dólares.

Dicho sea de paso, el Minas es un fruto más de un fraude de los poderosos en el patrimonio público. Me acuerdo del entonces diputado Paulo Campos Guimarães, que en la ocasión hizo críticas a la transferencia de la posesión de un club creado para ser de los servidores públicos, transferido hábilmente, a la sordina, para un centenar de personas más ricas, en la época propietarios de inmuebles, constructoras, banqueros, dueños de corredoras de cambio y ramos similares.

Desde 1972, a partir de mis relaciones laborales con Mendes Júnior, la mayor constructora de Brasil en ese entonces, cuyo dueño era presidente honorario del MTC, sigla que identificaba al tradicional club, pasé a frecuentar el restaurante franqueado al público externo.

Compitiendo con la feijoada del futbolístico Club Atlético Mineiro y con un bar “de vaso sucio” en la Avenida Antonio Carlos, 101, la feijoada del Minas era causa del pecado de la gula cometido todos los sábados.

La feijoada, para los lectores extranjeros, es un plato que fue inventado por casualidad por los esclavos brasileños, de la misma forma que la cachaza, bebida ideal para acompañar este suculento plato. En la época de la esclavitud, cuando se mataba a un cerdo en la casa de los blancos dueños de esclavos, se descartaban las partes “pobres” como pies, orejas y hocico, que eran dadas a los esclavos. Como eran difíciles de cocinar al igual que los frijoles, surgió la costumbre de cocinarlos juntos. Muchos aliños fueron adicionados, principalmente pimienta. La combinación quedó perfecta, y para entenderlo mejor se necesita probarla. Hoy es considerado el plato más característico de la culinaria brasileña.

El Minas representaba realmente a la elite más conservadora de Belo Horizonte. Una vez, en noviembre de 1972, llevé para saborear la “divina feijoada” a un colega llamado Afranio que venía de Tres Lagoas, Mato Grosso do Sul, para trabajar en la misma constructora. En la portería un señor impecablemente uniformizado, como es costumbre de la casa, previamente orientado nos “informó” que “ese sábado el almuerzo era exclusivamente para los socios”. Afranio era negro. Hace algunos años, la dirección del club, que me dijeron que en la época estaba asesorada por un consultor llamado José Domingos, mandó a instalar goteras en sus marquesinas para que los que vivían en la calle no pudieran pernoctar ahí. Hasta hace bien poco tiempo, las niñeras que acompañasen a los hijos de los hijos de los socios comparecían vestidas con los arcaicos uniformes de ajedrez para diferenciarse de las madames y sus hijas. Hoy, el MTC está mucho más liberal debido a que la clase rica no pertenece más a la obsoleta TFM.

Hecha esta aclaración, vuelvo al almuerzo. Caro. Bastante caro. Pero de vez en cuando en la vida todavía me doy esos lujos. En el caso de hoy hubo una causa imprevista. Habíamos marcado para comer la feijoada del año, como siempre me gusta hacer en la época de frío, en el Restaurante Mosteiro, en el barrio Savassi. Llegamos al local y el establecimiento estaba cerrado. Espero que sea sólo temporalmente.

Partimos para el Minas. En la entrada todavía tienen el mismo estilo un tanto discriminatorio en que los porteros tienen que ostentar un uniforme ridículo para no confundirse con los “doctores” que van allí a atiborrarse. El Minas es increíble. Aun así, ofrece lo mejor que hay. Allá dentro los garzones son personas finísimas. Apenas entré me saludaron. “Buenas tardes, doctor”. Un carné moderno, con modales de personal bien entrenado.

Observo que aquellas mesas y sillas tradicionales de cuero original a la muestra son gradualmente substituidas por muebles de estilo más actual. Escoger para sentarse los muebles más antiguos es una forma más de usufructuar del estatus de la presencia en ese lugar. Me alegra que el Minas se libere de hábitos tradicionales superados y priorice ofrecer lo tradicional en el buen gusto de la cocina mineira.

Miro con atención también a las personas, sus actitudes y comportamientos. Llegan dos madames de más de sesenta años, eligen una mesa bien protegida del rincón y esperan. Con una seña de una de ellas aparece un garzón, escucha sus exigencias y sale. Luego llega otro sonriente garzón, da unas palmaditas en la espalda de la mujer y dice estar siempre ahí para servirla. La acompañante, que parecía ser convidada de la exhibida señora, muestra admiración por el prestigio de la amiga.

En un espacio bien apropiado, hay un finísimo self service con las comidas triviales y platos para los más variados gustos. La feijoada, después de muchos años en ollitas individuales, desde hace algunos años es servida también dentro de un amplio buffet. Todos los ingredientes de la feijoada son cuidadosamente identificados en las grandes ollas. La col verde es un complemento esencial. El Minas es actualmente el único lugar que conozco donde todavía sirven esa salsa especial hecha con el caldo de porotos, cebolleta, cebolla, ajo y pimientas enteras.

En Belo Horizonte, un blog llamado “boca pícola”, alerta para llegar puntualmente a las 12 horas y así evitar comer la feijoada con más agua en el caldo, forma tradicional de aumentar la cantidad y atender así a más gente.

A las 12 horas los comensales comienzan a llegar. A las 13 horas el salón está lleno. Las mujeres de más edad, con raras excepciones prefieren la parte interna, el salón. Las familias tradicionales ídem. Hay una especie de mesa cautiva de los más antiguos, gordos e hinchados señores que conversan todo el tiempo sin parar. Los novatos y la gente más joven prefieren la terraza con vista a la plaza de deportes.

Comemos bien poco y quedamos satisfechos. Pedimos la cuenta al garzón que educadamente nos informa que hay una mesa de postres a nuestra disposición, ya incluida en el precio de la feijoada. Me acuerdo de algunos de los dulces maravillosos: ambrosia, nombre que en griego significa “manjar de los dioses”, un dulce hecho de huevos con leche condensada, mousse de maracuyá, torta de limón, arroz dulce, dulce de leche y una docena más que no probé ni guardé en la memoria.

Le prometí a mi hijo que en una próxima oportunidad llevaríamos a su madre para recordar los tiempos en que íbamos allí a menudo. Hoy, ella ofrece sus enseñanzas a la comunidad de Milho Verde, bucólico distrito rural de Serro, ciudad colonial del ciclo del oro. A quien le guste la comida de buena calidad y puede pagar bien, vale la pena almorzar de vez en cuando en aquel refinado club.

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