Después de leer la obra “1984” de George Orwell, siempre tuve mucho cuidado con elogiar cualquier tecnología nueva que surge y que pueda influenciar la vida de las personas. Fue así con los celulares, que demoré a adherir, y ahora con esos lentes de color rosa.
La joven, de una gordura impar, ajustó a rudos golpes los lentes en mi cara. Fuerza no le faltaba. Fuerza y brazos bien gruesos tiene Tamires, ese es su nombre. Luego dijo que era sólo pagar en la caja y salir luego de la tienda. No sé si las palabras fueron exactamente esas.
El efecto es inmediato. Hace algún tiempo, yo la hubiese insultado con los nombres más feos que conozco. Hoy vi que esa niña debe haber hecho un excelente curso de ventas y sabe lo que el cliente quiere. O mejor, lo que el cliente necesita. Le pregunté: ¿Tú hiciste el curso conmigo?, acordándome de mis cursos para vendedores. Ella objetivamente no respondió.
Percibí que su objetividad me daría más placer en la vida y cuanto más rápido mejor. No vamos a perder tiempo con esas conversas de vendedores. Palabras inútiles. Salí de ahí y quise pasar en una tienda de libros usados en la calle de encima. Actualmente la tienda es sólo de libros escolares para primer y segundo grado. Le pregunté al muchacho que atendía adónde había ido “Páginas Antiguas”, mi tienda de libros usados favorita.
– No sé ni quiero saber, respondió el pícaro.
Mira la ventaja de los lentes nuevos. Vi claramente cómo el sujeto era objetivo y no me dejaba perder tiempo. Los jóvenes de hoy son mucho más directos y claros. Salí aún más feliz.
La lluvia comenzó a caer y con mi nuevo equipamiento pude ver lo bueno que es vivir en Belo Horizonte: las aguas se acumulaban en las alcantarillas entupidas por basura y hojas de árboles, creando verdaderas piscinas. ¡Cuánta belleza!, ¡y gratis! En los barrios la cosa es aún más linda porque lleva tierra al natural: rojita.
Intenté entrar en la Casa de CDs y el dueño, sabiendo que yo iría a perder más tiempo, me puso una cara seria como diciendo vete de aquí ya que no vas a comprar nada. Eso me hizo comprender que felizmente las personas se preocupan más contigo que con cualquier cosa.
Entré en la librería y tal vez para hacerme el gracioso le dije al gerente, que era conocido mío y tiene mi primer nombre:
– Tocayo, estoy entrando con un libro. ¿Hay algún problema?
El tocayo sólo me dio un muxoxo. Muxoxo en portugués es ese ruidito que se hace con la boca para mostrar un cierto desagrado. Pero en ese caso era la preciosa objetividad. Para qué tomar mi tiempo expresando en palabras. La lluvia paró y todavía daba tiempo para volver al Banco do Brasil, de donde salí con mucha rabia ayer. Hoy sería la prueba de fuego para los nuevos lentes.
Llegué corriendo a tiempo de sacar la última seña, la misma que ayer juzgué como una burocracia inoportuna, para ir directamente a la caja como me enseñó ásperamente Rafaela, la mujer que me prestó sus servicios el día anterior.
Fui a la caja y la joven inicialmente horrorosa luego se transformó con mi nuevo auxiliar óptico. ¿Qué es lo que quiere hacer? ¿Sacar, pagar, o qué? Como dije anteriormente, qué alegría lidiar con los jóvenes de hoy. Objetividad, claridad y todo lo que el cliente necesita.
Quiero transferir mi saldo de cuenta corriente para una cuenta de ahorro.
– ¿Trajo su cédula de identidad?
– La sé de memoria, es…
– Quiero ver la cédula de identidad, dijo con toda la saludable energía que trae en el cuerpo.
Sonreí agradecido por tamaña gentileza. Espero que ella no me tome por irónico, pero realmente me gustó la chica. Escribió algo en el teclado y me entregó dos tickets. Quise mayores explicaciones porque sabía que me fue dada la última seña para la caja prioritaria de tercera edad, pero ella me anticipó: mire para atrás y verá cuántas cabezas blancas todavía tengo que soportar hoy.
Miré y vi que alguien podría lograr entrar después del horario de cierre de la agencia bancaria, nunca se sabe, y me fui feliz de la vida. El atendimiento hoy es mucho más práctico. La pérdida de tiempo acabó.
Estaba con sed y un poquito de hambre, por lo que decidí entrar en un supermercado para comprar algo. En la caja de los viejos, la joven conversaba con la colega que cuando está de buena voluntad embala las compras.
La mujer de la caja, en vez de entregarme el vuelto en las manos, lo colocó encima de una de las compras y continuó la conversa con la colega embaladora. Con mis nuevos lentes pude ver que ambas consideran al anciano una persona capaz y saludable. Nada de andar tratándolo con mesuras.
Satisfecho me fui a casa a pasar un pañito en mis lentes nuevos. Leo en internet que Brasil es el quinto país con mayor número de usuarios de lentes de color rosa del mundo. Recomiendo inclusive para la presidenta Dilma, pues tengo certeza que ella va a adorar la Política de Seguridad Pública de su gobierno.