Hay un tipo de violencia de la cual los niños y adolescentes pueden ser víctimas que, en cierto sentido, es peor que la violencia explícita de golpe y de estupro. La violencia manifiesta deja marcas en el cuerpo. La persona puede ser denunciada, otros lo perciben. El estupro puede ser diagnosticado por un médico ginecólogo. Sin embargo, existen abusadores inteligentes que no dejan marcas, no dejan pistas, y si son denunciados, no hay pruebas contra ellos. Los procesos judiciales pueden ser en vano.
Escuché muchas historias en muchos años de profesión. Son adultos que hablan de lo que sufrieron hace diez o veinte años. Muchas veces nunca nadie supo, o solo años después de que ocurrieron los hechos. No es difícil enmudecer a un niño pequeño. Hasta los ocho o nueve años en general tienen muy poca autodefensa.
1. Dos hermanas, entre siete y nueve años, por separado, son llevadas a visitar a los abuelos. El abuelo desviste a la niña, la coloca en su regazo y le acaricia el cuerpo. La abuela sabe y se calla. Las visitas se repiten muchas veces. Hasta que ya un poco más crecida, la niña tiene el coraje y la firmeza para decir no y rechazar las visitas. Los padres nunca lo supieron. ¿Quién sospecharía de sus propios padres? Ya adultas, las jóvenes conversan entre sí y descubren que fueron víctimas en la misma época.
2. La niña es llevada para que visite al tío querido de toda la familia, el hombre es bueno y está por encima de cualquier sospecha. Él le da regalos, la cuida con cariño, la lleva a pasear, y la desviste y la acaricia por todo el cuerpo, inclusive los genitales. La niña vive la tensión dolorosa de sentir aversión y placer. Las visitas se repiten muchas veces hasta que la niña consigue negarse. Nadie de la familia supo nunca. Solo cuando es adulta se lo comenta al marido.
3. El padrastro, tarde en la noche, hace visitas a la habitación de la hijastra de trece años. La madre no permite que ella cierre la puerta del cuarto para dormir. Todos duermen con las puertas sin llave. Él le acaricia el cuerpo por dentro de la ropa y los genitales. La joven no logra decir no, ni hablar de eso con nadie. Su relación con la madre no es buena. El padrastro es un hombre de excelente reputación, sin vicios, considerado por todos una persona honesta, responsable, inteligente e íntegra. Las visitas duran años. La joven un día, siendo mayor de edad, lo interpela. Él se justifica: “soy enfermo”. Al final ella se muda a otra ciudad y se va a vivir lejos.
4. Un niño de nueve años se hace amigo de un hombre adulto muy gentil con los niños del sexo masculino. Hace juguetes para ellos, los lleva a pasear, conquista la confianza de los padres y los lleva a pequeños paseos a haciendas en los alrededores. Después de uno de estos paseos, de noche, en la carrocería de un camión en movimiento, él acaricia los muslos desnudos del muchachito. Éste lo encuentra extraño, pero él se justifica: “¿Por qué no, si yo soy tu mejor amigo? El niño logra alejarse y no sale más con él. Jamás nadie supo del hecho.
5. La madre necesita ausentarse y deja a su hija de entre 6 y nueve años con los cuidados de su sobrino predilecto, en quien confía. En una casa grande, desierta, en absoluto silencio y en la oscuridad total, la niña es violada muchas veces con el pasar de los años. Relaciones anales. Nadie nunca supo. Con el tiempo, la niña logra negarse a quedarse en el lugar. Continúa conviviendo con el criminal, pero nunca lo denunció, incluso después, siendo adulta. Él permanece disfrutando de una óptima reputación en la familia y fuera de ella.
La reacción de cada niño o adulto al trauma, sea de origen sexual o de cualquier otro tipo, siempre es individual. Hay mujeres abusadas en la infancia o adolescencia, que incluso habiendo sido víctimas de estupro, logran rehacerse y tener una vida sexual plena, libre y normal. Otras, aunque logren vivir sexualmente en plenitud, tienen en la memoria del estupro o abuso una herida permanente que arde en soledad, palpita, pulsa de tiempo en tiempo, desvitalizando, llenando el alma de tristeza. Y existen mujeres que jamás se recuperan. Tienen miedo de los hombres. Buscan vida sexual, no desean la soledad, pero el miedo invade a la hora de involucrarse. Nunca se relajan totalmente. Recuerdan con frecuencia los traumas sufridos hace años cuando están con la persona que aman y desean. Desarrollan un patrón enfermizo, doloroso, una llaga abierta que desde el pasado invade la vida en el presente de cada involucramiento erótico y sexual.