Quiero apelar para tu mente analítica. Piensa por un momento y dime cómo explicarías la contradicción entre la inteligencia del hombre, el ingeniero, y la estupidez de sus sistemas de creencias, o la estupidez de su comportamiento contradictorio. Los brujos creen que los predadores nos dieron nuestros sistemas de creencias, nuestras ideas del bien y del mal, nuestras costumbres sociales. Ellos son los que causaron nuestras experiencias, expectativas y sueños de éxito o fracaso. Nos dieron ganancia, avaricia y cobardía. Son los predadores los que nos tornan complacientes, rutinarios y egomaníacos.
Para mantenernos obedientes, sumisos y débiles, los predadores se involucran en una estupenda maniobra, estupenda, claro, desde el punto de vista de un luchador estratega. Una maniobra horrenda del punto de vista de aquellos que la sufren. ¡Ellos nos dieron sus mentes! ¿Me estás oyendo? Los predadores nos dan sus mentes, que se tornan nuestras mentes. La mente de los predadores es barroca, contradictoria, morosa, llena de miedo de ser descubierta en cualquier momento. A través de la mente, que al final es la mente de ellos, los predadores inyectan en nuestras vidas de seres humanos lo que les es conveniente. Y de esa manera garantizan un grado de seguridad que actúa como un amortiguador contra su miedo.
La Sombra Voladora del Predador
Los antiguos brujos vieron el predador. Lo llamaron volador porque él salta a través del aire. No es una visión agradable. Es una enorme sombra, impenetrablemente oscura, una sombra negra, que salta a través del aire. Entonces, aterriza plana en el suelo. Los antiguos brujos quedaron muy incómodos con la idea cuando aparecía en la Tierra. Ellos raciocinaban que el hombre debe haber sido un ser completo en un cierto punto, con insights increíbles y hazañas de consciencia que hoy en día son leyendas mitológicas. Y después parece que todo desapareció, y ahora somos hombres sedados. Lo que estoy diciendo es que lo que nosotros tenemos contra nosotros no es un simple predador. Él es muy astuto y organizado. Sigue un sistema metódico para tornarnos inútiles. El hombre, el ser mágico que él está destinado a ser, no es más mágico. Es un mero pedazo de carne. No hay más sueños para el hombre, sino sueños de un animal que está siendo criado para tornarse un pedazo de carne: banal, convencional e imbécil. Ese predador que, claro, es un ser inorgánico, no nos es totalmente invisible, como lo son los otros seres inorgánicos. Creo que cuando niños lo vemos y decidimos que eso es tan horroroso que no queremos pensar en eso. Los niños evidentemente podrían insistir en focalizar esa perspectiva, pero todos los que los rodean los convencen de no hacerlo.
La Capa Brillante de Consciencia
Los brujos ven a los bebés humanos como extrañas bolas luminosas de energía cubiertas de arriba a abajo con una capa brillante, algo como un casco de plástico que es ajustado y bien apretado sobre su capullo de energía. Esa capa brillante de consciencia es lo que los predadores consumen sin saber lo que es. Cuando el ser humano alcanza la edad adulta, todo lo que sobra de esa capa brillante es una franja estrecha que va del suelo hasta arriba de los dedos de los pies. Esa franja le permite a la humanidad seguir viviendo, pero sólo sobreviviendo.
Hasta donde sé, el hombre es la única especie que tiene capa brillante de consciencia fuera de ese capullo luminoso, por lo tanto se tornó una presa fácil para una consciencia de diferente orden, tal como la consciencia pesada de un predador. Como esa franja estrecha de consciencia es el epicentro de la auto-reflexión, que es el único punto de consciencia que nos sobró, los predadores crearon relampagueos de consciencia que ellos pasaron a consumir de forma implacable y predadora. Nos dieron problemas fútiles que fuerzan a esos relampagueos de consciencia a surgir, y de esa forma nos mantienen vivos en buena condición para que puedan alimentarse con el relampagueo energético de nuestras seudo-preocupaciones.
No hay nada que tú o yo podamos hacer al respecto. Todo lo que podemos hacer es disciplinarnos al punto de no dejar que ellos nos toquen.