Hoy escribo sobre un tema muy común para mis colegas de la Superintendencia de Limpieza Urbana de la Municipalidad de Belo orizonte, SLU. El otro día, una colega nuestra que se dedica a la separación de vegetales para compostaje, contaba la historia de uno de sus entrenamientos de trabajadores de una verdulería, establecimiento donde pasó a ser hecha la recolección de restos de frutas, legumbres y hojas que son llevadas para el patio de la Central de Tratamiento de Residuos Sólidos, donde son procesados para convertirse en fertilizante.
Ella dijo que sintió desde el interior del establecimiento un olor agradable de café recién hecho. Sonriente como siempre, hizo un comentario: “¡Qué olorcito rico de café!”
Inmediatamente unos de los empleados de la verdulería fue hasta el comprimido espacio en que otro colega de su equipo preparaba el café y trajo un vaso de plástico lleno para mi amiga. El vaso estaba completamente cubierto en toda su extensión por una costra de suciedad. ¿Y entonces?
Fue entonces que me acordé de algunas historias que acontecieron en mis trabajos de movilización social por la periferia de Belo Horizonte. Cierta vez ingresó en la SLU un estudiante en práctica de comunicaciones para sacar fotografías junto a nosotros. Fuimos a la periferia, en la región Oeste donde siempre permanecía, y no sé si todavía permanece, una cascada de basura que los habitantes depositaban en el lugar. Después de fotografiar por encima, observé que había una casa en construcción allá abajo, al otro lado del depósito clandestino de basura.
El vigía de la construcción nos permitió entrar, pero en una mezcla de delicadeza y locura impuso una condición: exigió que tomásemos el café que él había colado recién. Trajo un vaso de plástico bien antiguo y con una camada de suciedad agarrada y propia de los recipientes cuando son abandonados. Zé Luiz, fotógrafo, con pantalón y camisa de lino, barba bien cuidada, mostraba no asustarse por la situación. Decidí que yo tomaría el café por él. Cuando el señor Vicente, el vigía, percibió, fue junto al enorme perro que lo auxiliaba en la guardia de la casa y del suelo, bien próximo del animal, recogió otro vaso idéntico al primero. Volviendo a la autarquía, Zé Luiz pidió salir de la práctica, con menos de un mes de experiencia.
En la tarde de anteayer, en una reunión en un CRAS, Centro de Referencia de Asistencia Social, en la Región de Venda Nova, durante el horario de merienda, tuve la feliz idea de contar dos historias. ¡¿Ah, para qué?! Todos los demás participantes de la reunión tenían experiencias similares para contar.
Avergonzado de haber comenzado el asunto, pasé a vivir un nerviosismo que me hizo enmendar (enmienda peor que el soneto) una visita en que yo y una colega fuimos a hacer a una autodenominada lider comunitaria en el barrio Casabranca. Ana Paula, mi colega, hoy también gerente de un CRAS en la Región Este, decidió pedir un vaso de agua.
Doña Sandra, la lider de la comunidad, fue donde estaba su compañero que estaba borracho, desmayado en el suelo, y agarró el único vaso de vidrio que existía en la casa, un poco sucio con resto de leche y lo sumergió en un pote de barro para recoger el agua que ofreció a mi colega. Ana Paula me debe esta: yo pedí beber primero, en una aparente falta de caballerosidad, para que el gusto de la leche desapareciese en la segunda vez.
Para quien lidia con gente es necesario tener fuerza, es necesario tener fibra para enfrentar los ires y venires. Y saber que también existe el lado bueno. Otro día hablaremos de cosas bellas y emocionantes que vivimos, especialmente en la periferia de Belo Horizonte.