Entonces, ¿el mundo se acabó?
Claro que no. Pasa el día 21/12/12 y el cosmos todavía navega en el espacio rumbo al punto Omega. Sólo porque no había más espacio en la piedra del calendario maya, alguien pensó que no existiría más espacio para la Vida. Eso es hacer poco del Creador…
Al contrario, acabamos de iniciar un año más de promesas. Este tiempo nos ofrece en gotas diarias todas las novedades y los imprevistos de un futuro que le pertenece a Dios, y por eso mismo, nos trae a Dios como futuro. ¡Bello presente y futuro! Él es como un desierto habitado por secretos y misterios en la sombra de cada duna arenosa… Todo es posible en el futuro: ¡es el tiempo de las promesas de Dios!
Cuando el Señor llamó a Abraham, lo convocaba para el futuro. El pasado presente registraba la vejez, la esposa estéril, la convivencia con una cultura politeísta. Ya el futuro que Dios extiende en su frente oculta a Isaac, el hijo de la alegría que ríe, la tierra donde corre leche y miel y – ¡lo absoluto inesperado! – la relación con un Dios-que-es-Uno.
¡Cómo desfiguran el futuro! ¡Cómo lo desprecian! Así hacen los deterministas de turno, tanto los que ven el mundo determinado a partir de lo alto (como si Dios lo hubiese creado para no evolucionar), como aquellos que lo juzgan determinado a partir de atrás, como si los genes y las moléculas ya contuvieran en su diseño todas las formas posibles.
Y Dios se ríe. Agita el caos. Hace nacer a la nueva mariposa, a la orquídea inédita, el santo de mañana. Un río de milagros asusta los microscopios. Un océano de imposibles choca los telescopios. Porque el futuro está embarazado de promesas…
En la visión de John F. Haught, “hoy, incluso la ciencia parece estar próxima de un cambio revolucionario de su comprensión característica de causas sólo en términos del impacto del pasado sobre el presente. Las descripciones científicas recientes de auto-organización, del caos y de la complejidad de la naturaleza en general no logran ocultar la premonición constante de que todos esos hechos son anticipatorios en la naturaleza. De alguna forma atraídos hacia un futuro indeterminado, esos acontecimientos son más que un mero desdoblamiento previsible de una serie pasada de causas”. (En “Dios después de Darwin, Ed. José Olympio, Rio, 2000)
Sí, debemos esperar por novedades. Estos arreglos actuales de la flora y de la fauna, de las aldeas y megalópolis, de las castas y clases sociales, de los poderes y de las jerarquías – todos son meros esbozos provisorios de novedades impensadas. Vea el nido en la rama de morera. Hay tres huevitos. ¿Qué pájaro saldrá de allí? Debo esperar… Veo la espata con la sombra de dos flores. ¿Cuál será el color de la orquídea en proyecto? Debo esperar…
El cristiano siempre lo supo. Él siempre esperó por la Nueva Jerusalén que bajará del cielo, por el mundo nuevo sin lágrimas ni luto, por el eterno festín de las bodas del Cordero. Ser cristiano es vivir como la flecha de un arco tenso, dirigida hacia el blanco que nos será dado a su debido tiempo.
Mientras tanto, trabajamos. Trabajamos y esperamos por las promesas, contribuyendo con nuestro ladrillo para la edificación del Reino que vendrá. Esperamos por el gran Día del Señor.
En el centro del Cosmos, Alguien estará cantando: “¡He aquí, yo hago nuevas todas las cosas!” (Ap. 21, 5)