Cara dura

Publicado por Sebastião Verly 7 de febrero de 2013

Hoy, a diferencia de lo que acostumbro a hacer, comienzo este escrito con el título, pues generalmente el título surge con el correr de la escrita. Quiero desahogarme, informar y mostrar lo que significa ética, valor noble que pocos conocen. En Brasil le decimos cara de palo a este cara dura nos dio el título del texto.

Hace años, volvía de São Luís do Maranhão, en una carretera libre que pasa por el estado de Piauí, donde la señalización indicaba el límite de velocidad de 60 km/h. Mi esposa en esa ocasión, manejaba con seguridad a 82 km/h según mostró el radar y fuimos parados por la Policía. El policía que nos abordó fue directo al grano: “no intenten sobornarme, porque si lo intentan voy a tener que llevarlos detenidos”.

Durante años, le conté a mucha gente este hecho, que podría ser considerado inédito en los anales de la justicia de este país. Incluso, por la naturalidad con la que habló el policía, dio a entender que todos allí actuaban de la misma manera. Pensé en dar un regalo al policía por la brillante forma de actuar, pero me arrepentí al pensar que en realidad podría parecer un soborno. Esta es una de los pocos buenos  recuerdos que tengo de ese período en que trabajé en São Luís do Maranhão.

Durante un viaje a Uruguay, en la penúltima semana de enero del 2013, escuché de mi hijo una lección que jamás olvidaré: “hay gente buena y sus opuestos por todos lados”.

Así fue que conocí, por la amarga experiencia esa verdad absoluta, al encontrar en la “Policía Caminera”, el llamado – por los propios medios uruguayos- “cara dura” (cara de palo en Brasil) para aquellos policías de carretera que abusan – mejor sería decir asaltan – a los incautos conductores en las carreteras del interior del pequeño y admirable país.

Ya dije y escribí cientos de veces sobre la gran admiración que tengo por el pueblo uruguayo.

Cuando volvíamos de Colonia de Sacramento en el final de la tarde, después de andar pocos kilómetros, vimos una patrulla nueva de esa especialidad policial, la cual hizo señas para que mi hijo parara el vehículo en la calzada central, entre las dos pistas. En una situación normal, dejaría que mi hijo bajase solo para recibir la multa por estar manejando un poco sobre de la velocidad permitida. Mientras tanto, uno de los policiales al percibir que se trataba de “turistas” brasileros, mandó que mi hijo esperara que pasara un vehículo que vino después y fuese estacionar en la calzada de nuestra pista, lugar que debería haber indicado para la parada como el procedimiento normal en la primera orden para parar.

Paramos, mi hijo bajó, y luego el sujeto ya había visto que el coche era arrendado en Uruguay y hacía un tipo de conversa que en Brasil llamamos “Cerca Lourenço”, para mantener una conversa sin contenido. La conversa demoraba más que lo normal para esas situaciones y decidí bajar y acompañar de cerca. El bandido sonreía, cada momento más.

Bajé y saludé al impostor, mientras mi hijo buscaba otros documentos que él, el inmoral, dijo que quería ver. Me preguntó, siempre con la sonrisa llena de inmoralidad, dónde yo trabajaba en Brasil. Y me preguntó si la multa de casi mil reales, o 500 dólares sería un problema para nosotros. Claro que sí, respondí.

A esa altura él no se cansaba de repetir que el papel propio que permite recibir la multa en el lugar se había acabado. Y para el pago en la Oficina Central de la Policía Caminera, iría a complicarse más aún para nosotros, ya que tendríamos que pagar obligatoriamente la multa hasta el día siguiente. Con los documentos de mi hijo en las manos, no escribió nada en el talón que él tenía. Reiteraba insistentemente que las multas en Uruguay son muy altas y que él tendría que comunicarle a la empresa que arrendó el vehículo inmediatamente, pues era la tarde del día jueves, y como saldríamos del país el domingo, ellos tendrían que ser informados para cobrarnos el exorbitante valor.

Con una de las sonrisas más indecentes que ya vi, nos cansamos con su blablabla innecesario y explicaciones mentirosas. Y siempre decía que sus compañeros en los próximos puntos estarían vigilando nuestros pasos.

La irritante conversa proseguía hasta que él fue directo al asunto: “por la mitad del valor de la multa, si la aplicamos, allí, a escondidas de los colegas que fingían ocuparse en vigilar la vacía carretera, él nos dejaría ir. Al principio no nos conformamos. Sin embargo, gracias a su repetición de que sus colegas nos agarrarían en el próximo punto para aplicarnos una pesada multa por cualquier motivo, fuimos obligados a ceder. Cuando ya estábamos a punto de ceder, la novia de mi hijo, que también tiene el ADN de la ética, quiso bajar del vehículo y él exigió que mi hijo la obligara a quedarse dentro del coche, lejos del asalto. Antes, confirmó que mi hijo era empleado del banco y repitió que quería dólares. Dejó bien claro que no teníamos salida, expresión que usó en su conversa. Lo mejor para todos sería el dinero corruptor.

Mi hijo fue hasta la novia, que poseía 500 dólares en billetes de 50 y agarró cinco billetes que entregó al asaltante. En una cerda ironía sugirió que no íbamos querer el vuelto en pesos, la desvalorizada moneda de Uruguay. Yo percibí que él guardó separada e inmediatamente dos billetes de 50 dólares en su bolsillo, con la clara intención de engañar a sus propios colegas.

A continuación, cuando quise darle la mano para despedirme, se mostró un tremendo burlón al negarse a darme su mano y decir en tres palabras que éramos personas decentes, insinuando que no estaba bien tocar la mano de un bribón.

En un país como Uruguay, con gente de la más alta calidad y valor, un cara dura de esos confirma la enseñanza pétrea que recibí de mi hijo: en todas partes hay gente de todas las formas, actitudes, comportamientos y formas de actuar. Gente buena y sus opuestos.

Y lo mejor, mi querido hijo me enseñó algo más, es olvidar tamaño desacato. Tenemos muchos más recuerdos agradables de Uruguay que un asalto efectuado por un insignificante vagabundo, un cara de palo sin límites.

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