A veces alguien me cuenta sobre un investigador que registró dos mil patentes industriales antes de morir a los cincuenta y dos años. ¿Conocen las antífonas, aquellos versos que el padre católico canta en la misa, alternando con sus salmos? Leí que un monje del Monte Athos compuso dos mil preciosas antes de ser convocado a la liturgia celeste. Me rasco la cabeza, tuerzo los bigotes de la mente y me pregunto: “- ¿Dónde encontraron tiempo?”
Y me imagino al Dr. Albert Einstein – aquél de la Teoría de la Relatividad – en su despacho personal. Las paredes escondidas por los libros, cuadernos, enciclopedias, donde el saber humano se atrinchera a la espera de los filósofos y de los investigadores. Una especie de Línea Maginot, esa trinchera que los franceses construyeron antes de la 2ª Guerra Mundial creyendo que contendría a los alemanes. Sí, el Dr. Einstein pasó la noche despierto. No podía dormir. Alguna cosa lo dejó en vigilia. Allá en los recovecos de la piamadre, esa membrana que reviste el sistema nervioso central, tres o cuatro neuronas de última generación están casi jugando con letras y números. Una especie de ecuación está por formarse en la cabeza del Dr. Einstein. Mmmm… Parece que se trata de la letra “E”… Intenta sobrenadar, tal vez, una letra “m” abrazada con una letra “C”…
¡Por eso mismo, el gran físico, aún no era considerado de esa forma! Sabe que está a milímetros de un gran descubrimiento para la comprensión del Universo. En la tela de su mente, una ecuación comienza a formarse: E = m…
Es entonces cuando golpean la puerta:
– Albertito, el gas se acabó…
¿Qué pasó? Fue D. Bertha- vamos a llamarla así- que vio su almuerzo interrumpido por la falta de gas y decidió pedirle socorro a su marido. Sí, querido lector, ¡no piense que el Dr. Einstein no tenía razones para mostrarle la lengua a los otros! Ser físico es fácil. Enunciar teorías sobre el Universo es un café pequeño. Pero ser el “patrón”… ¡no es fácil!
¿Y qué me dicen del Prof. Newton, aquél de la manzana cadente? Está en un banquito bajo el manzano, de turno, hace seis horas y diecisiete minutos, esperando que caiga una manzana madura. Es la oportunidad que él tendrá de descubrir unas novedades sobre la atracción universal de los cuerpos. El Profesor Newton ni pestañea mirando la manzana más probable: una rojita, bien lustrosa, cae- no cae…
Súbitamente, como una aparición, ¿quién está en frente? La señora Newton, con un vestido de seda negra, escote osado, perfumada con Chanel nº 5. Ella se contorsiona y dice: – Isaac… querido… ya ni te fijas en mí. ¿Dónde está nuestra antigua atracción? Listo. La manzana se cayó y Sir Isaac Newton, ¡epa! Él todavía no es “sir”, estaba mirando a Eva. Descartó su gran oportunidad de hacerse famoso y baronet del Gran Imperio Británico. ¡Sólo por causa de los sueños románticos de su querida mitad!
* * *
¿El lector benevolente está entendiendo la angustia existencial del cronista? Déjeme ayudarle con algunas preguntas didácticas:
-¿Beethoven tenía que recoger la basura de su casa los lunes, miércoles y viernes?
– ¿Leonardo da Vinci llevaba a su perro a pasear
– ¿Machado de Assis regaba las coles de la huerta en la mañana y en la tarde?
– ¿Sócrates se quedaba en la fila para pagar la cuenta de luz?
¡Lo dudo!
Menos mal que al enfrentar a San Pedro, estoy seguro que él no me hará una sabatina sobre la Teoría de la Relatividad. Pero me preguntará, ciertamente:
– Antônio, você cuidou bem do lixo? Desentupiu o ralo? Consertou a válvula do banheiro?
– ¿Antonio, te acordaste de la basura? ¿Destapaste el desagüe? ¿Arreglaste la válvula del baño?
* * *
En el cielo nadie lee crónicas. Pero si yo encuentro por allá a D. Bertha, ¡ah! ¡Va a tener!…