Cuando me muera, llegando al cielo,
San Pedro no me cerrará la puerta.
Aquí está usted, señor – dirá con ojos astutos,
Consultando sus apuntes –
mmm… bien se ve, no fue un santo,
de hecho, cometió un montón de deslices;
pecados, algunos inconfesables,
actos poco abonables;
cobarde muchas veces, lúbrico,
reincidente de mentiras,
ni un poco piadoso…
¡Y un tanto de soberbia!
Consultará a los astros,
hará contacto con una autoridad superior y,
después de rascarse bastante la barba,
va a concluir:
Anda, entra, por lo tanto que penaste
y por las muchas buenas intenciones,
raramente llevadas a serio.
Los méritos son pocos pero estamos
en día de condescendencia.
Y yo entro.
La boca seca, la lengua crepitando.
Doblo en la primera esquina, reflejos que nunca vi,
Me encaminan a un pequeño establecimiento –
Semi-oscuridad, olores conocidos –
Donde me presentan un gélido vaso de cerveza:
Inicio de las delicias sin fin.