La máquina del crimen

Publicado por Antonio Carlos Santini 14 de febrero de 2014

 

En aquel mes de enero murió el último criminal de Swekia.

El país comenzó a sufrir una profunda transformación. Inútiles, los policías fueron desmovilizados, juntamente con los delegados, investigadores y escribanos de la policía. Las celdas estaban vacías, se despidieron también a los carceleros. Fueron demolidos los viejos y obsoletos presidios. Muchos arquitectos pasaron hambre, pues ya no había cárceles para proyectar. Los confesionarios quedaron vacíos y los predicadores no tenían más asunto para sus sermones…

En seguida, cayó la fabricación de vehículos, pues las flotas policiales estaban desactivadas. Los fabricantes de armas cerraron sus malditos establecimientos, con despidos en masa y un súbito crecimiento de la tasa de desempleo. Los productores de cofres y sistemas de seguridad electrónica necesitaron diversificar su línea industrial, no sin pesados perjuicios.

Con todo eso, muchas acciones cayeron violentamente en la bolsa de valores. Dos grandes bancos quebraron, con ruidoso concordato que el Banco Central se negó a cubrir esta vez.

En el mundo intelectual se notaron rápidas mudanzas. Las Universidades Federales cerraron sus carreras de Derecho Penal, ahora víctimas del desinterés de los nuevos universitarios. Los antiguos abogados y criminalistas se vieron súbitamente sin tener qué hacer. Escritores especializados en criminología interrumpieron en la mitad pesados volúmenes de interpretación y análisis de los códigos de legislación penal. Cerraron cuatro editoras especializadas.

En la magistratura no era menor el caos: jueces de alzada, corregidores, ministros del Supremo Tribunal, todos perdieron sus funciones cuando el Poder Central decidió abolir el Ministerio de Justicia. El hecho causó gran conmoción pública cuando el ex ministro se suicidó ingiriendo una dosis monumental de cianuro de potasio.

En la calle los niños jugaban tranquilos. Las señales de tránsito eran respetadas. Ningún vigía conseguía empleo. Las puertas vivían abiertas y las ventanas ya no tenían rejas. Nadie temía de nadie.

*   *   *

Pero la balanza de los negocios oscilaba peligrosamente y el propio futuro parecía insustentable. Los hombres de Wall Street se reunieron a puertas cerradas y debatieron largamente los más variados planes económicos para enfrentar la nueva e imprevista coyuntura. Un supercomputador de quinta generación fue programado con todos los datos disponibles. Por varios días, y ante la ansiosa expectativa de los financistas y capitanes de la industria, el frío maquinismo molió y remolió las alternativas viables.

Al fin de la segunda semana, el monstruo expelió una larga tira de papel listado de su garganta grisácea. Era el Gran Plan. Con inmediata aplicación, el proyecto estableció la formación de una brigada de criminales especialmente entrenados para el robo, rapto, asesinato y soborno. En menos de un mes habían esparcido una ola de terror por todo el país.

*   *   *

El pueblo en masa exigió la reactivación del Ministerio de Justicia. Fueron readmitidos los magistrados y los promotores. Los abogados retomaron sus códigos. Las Asambleas Legislativas trabajaban a todo vapor, aprobando leyes de excepción, pena de muerte y corte marcial. Los torturadores renacieron, empuñando nuevísimas técnicas de lavado cerebral. Abrieron escuelas para verdugos.

Los constructores ganaban ríos de dineros con el levantamiento de nuevas penitenciarías. Las fábricas de armamentos trabajaban en régimen de tres turnos y los salarios subieron un 300% en toda la región. Las usinas siderúrgicas ya no producían barras de acero que atendieran la demanda de los fabricantes de rejas.

En la bolsa las acciones subieron hasta la ionósfera. Los inventores y genios de la electrónica creaban sofisticados sistemas de detección y seguridad. Perros policiales eran adiestrados en el campo, empleando la mano de obra ociosa de los campesinos. Los periódicos pasaron a vender el doble, valiéndose de titulares escandalosos sobre temas policiales. Las clínicas médicas volvieron a quedar repletas de toxicómanos y los médicos psiquiatras ganaban diez veces más.

En la calle las niñas son atropelladas. Los escolares compran piedras de crack junto al portón. Niñas-jóvenes son seducidas por sus tutores. El miedo oprime las mentes y los corazones.

Pero el crimen es demasiado importante para acabar con él…

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