René Descartes – Frases – parte III – Método, Amor, Pensamientos sueltos
Cuatro métodos racionales
El primer método era el de jamás asumir alguna cosa como verdadera que yo no conociese evidentemente como tal, esto significa evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no incluir en mis juicios nada que no se presente tan clara y tan distintamente a mi espíritu, que yo no tuviese ninguna ocasión de ponerlo en duda.
El segundo método era el de dividir cada una de las dificultades que yo examinase en tantas partes como sea posible y en cuantas sean necesarias para resolverlas mejor.
El tercer método era el de conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para subir poco a poco, como por escalones, hasta el conocimiento de los más compuestos, y suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente unos a los otros.
El cuarto método era el de hacer en todas partes enumeraciones tan completas y revisiones tan generales, que yo tuviera la certeza de no omitir nada.
Amor
Me parece que podemos con mayor razón distinguir el amor en función de la estima que tenemos por lo que amamos, en comparación con nosotros mismos. Pues cuando estimamos el objeto de nuestro amor menos que a nosotros mismos, tenemos por él sólo un simple cariño. Cuando lo estimamos tanto como a nosotros mismos, a eso se le llama amistad, y cuando lo estimamos más, la pasión que tenemos puede ser denominada como devoción.
Ahora, la diferencia que hay entre esos tres tipos de amor se manifiesta principalmente por sus efectos, pues como en todos los momentos nos consideramos juntos y unidos a la cosa amada, estamos siempre dispuestos a abandonar la menor parte de todo lo que componemos con ella, para conservar la otra.
Esto nos lleva, en el simple cariño, a siempre preferir lo que amamos, y en la devoción, al contrario, preferimos la cosa amada y no a nosotros mismos, de tal forma que no dudamos en morir para conservarla.
Pensamientos sueltos
Los mortales son denominados por una curiosidad tan ciega que muchas veces envenenan el espíritu por caminos desconocidos, sin cualquier esperanza razonable, pero únicamente para arriesgarse a encontrar lo que buscan: es como si alguien, incendiado por el deseo tan estúpido de encontrar un tesoro, vagase sin cesar por las plazas públicas para ver si casualmente encontraba alguno perdido por un transeúnte.
Las meditaciones confusas obscurecen la luz natural y ciegan los espíritus. Quien se acostumbra a andar así en las tinieblas debilita de tal modo la agudeza de la visión que, después, no puede soportar la luz del pleno día.
Finalmente, considerando que los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos los podemos tener también cuando dormimos, sin que en este caso ninguno sea verdadero, decidí suponer que todo lo que hasta entonces encontró acogimiento en mi espíritu no era más verdadero que las ilusiones de mis sueños. Pero en seguida noté que, mientras así quería pensar que todo era falso, yo, que así lo pensaba, necesariamente era alguna cosa. Y notando esta verdad: pienso, luego existo, era tan firme y tan cierta que todas las extravagantes suposiciones de los escépticos serían impotentes para opacarla, juzgué que la podía aceptar, sin escrúpulos, para el primer principio de la filosofía que buscaba.
Todos los hombres dan más atención a las palabras que a las cosas; lo que hace que concuerden muchas veces con términos que no entienden y que no se preocupan en entender, o porque creen haberlos entendido en otros tiempos, o porque les pareció que aquellos que le enseñaron conocían el significado y que ellos lo aprendieron por el mismo medio.