Al día siguiente desperté con toda esa energía, súper encendido. Ahí vi que las personas me estaban mirando extraño, se preocupaban conmigo, ¿por qué sería? Estaba sintiéndome tan bien, ni siquiera estaba con resaca. Desperté, no me acuerdo lo que hice, en verdad, no logro encadenar linealmente los eventos que siguieron, fueron un espiral de acontecimientos conectados entre sí, de alguna forma que solamente tú podrías distinguir.
Fui a la piscina, el agua estaba helada, muy agradable, para curar todos los males… allí descargué mis energías y recargué las baterías. Me acuerdo que mi ex, en esa época aún novia, Natalia, estaba escuchando radio. Era algo sobre Maria Betânia, hablando sobre el Espíritu Santo. Eso despertó algo en mí. Un sentimiento de que había allí un mensaje para mí, yo necesitaba escucharlo. Aún más Maria Betânia, con esa voz tan dulce, mujer de Bahia. Casi impulsivamente le tomé la radio, y me quedé escuchando los mensajes. Eran mensajes católicos, algo sobre el Espíritu Santo, sé que esas energías no me hacían bien. En ese momento, en mi mente, los católicos eran enemigos. Al final, Jesús, el Maestro, vino al mundo con un mensaje tan bello, del Camino del Amor, Amaos os unos a los otros, pero los pobres hombres no oyeron. Construyeron templos, iglesias, doctrinas persecuciones, quemaron a aquellos que consideraban herejes, diferentes, brujos y brujas. Tanta culpa reflejada en aquellos pobres dogmas. Yo me agité con ese mensaje. No podía aguantar aquellas energías católicas persiguiéndome. Le dije a mi novia que todo eso eran tonterías… Destilé mi misticismo recién nacido, algunas ideas que venía aprendiendo con una amiga.
Esa amiga era un ser misterioso. Surgió en mi vida en una época triste, en que estaba deprimido, y vio en mí una luz, que yo mismo no podía ver. Conversábamos sobre poesía, Baudelaire, y Blake, era un alma libre, me parecía, y yo me veía como cautivo, en ese instante pasado. Aquello produjo una avalancha de emociones y la pobre Natalia tuvo que oír toda mi ira contra ese cinismo católico. Parece que los católicos me perseguían, yo sentía eso, sentía los dolores. Cosa de vida pasada, sólo puede ser eso… pero sé que discutimos, por causa de la pequeña radio, por causa de Betânia, de la voz del Espíritu Santo que hablaba por esa radio.
Después me acuerdo que andando por el espacio de diversión del edificio encontré unas cervezas en el refrigerador, agarré una botella de whisky vacía y vacié las cervezas adentro. Comencé a beber frenéticamente. Vinieron los frenos. Mi madre y Natalia me dijeron que no bebiera, que yo estaba alterado. Qué mal hay en estar alterado, yo estaba iluminado, tenía vislumbres poéticos, insights espirituales. Ellas no entendían, me condenaban, yo reaccionaba con agresividad, me transformaba en un animal.
Algunos días antes mi madre ya había intentado calmarme, mandándome a tomar quetiapina. Para ustedes que no saben, ese fármaco es una droga antipsicótica, no sé para qué me daban eso. Yo no estaba loco, y si estuviera, ¿cuál era el problema? Más locos eran los infelices y no iluminados. Pero yo no lograba controlar la avalancha energética que recibía. Eran muchas sinapsis, muchos estímulos, mucho deseo que reprimí la noche anterior. Necesitaba soltar mis leones, libertar mis fieras.
Estaba súper excitado. Sexualmente, una energía mágica me contaminaba. En realidad, debo confesar, en esa época ya conversaba con Daniela y tenía un deseo y amor creciendo por ella adentro. Natalia era la pureza, Daniela un ángel caído. Era como si yo viviese entre dos polos amorosos. ¿Pero cómo dos, si yo conocí un ángel más viejo y me enamoró rápidamente en sólo una noche? No es racional, ustedes tienen que abrir las almas y los corazones para entender.
Vivía creyendo que mi casa era una prisión. Que allí sería perseguido, que no podría ser pleno allí. Creía en eso, no porque me habían dicho, pero porque pasé a sentir eso, dirían algunos, entrando en una crisis psicótica. ¿Qué entienden esos psiquiatras y psicoanalistas creando conceptos para lo inefable? ¿Qué saben los doctos que nosotros los locos no sabemos? Hay una verdad profunda que sólo puede ser experimentada cuando se abren las puertas de la percepción. Sólo los sabios y los locos saben al respecto. Si usted me entiende, siente lo que yo digo.
La única cosa que logró calmarme esa noche fue el sexo. El amor que hice fue tántrico… sentía dos almas fundidas en un solo cuerpo. Veía a través de Natalia y veía por un lado a Daniela y por otro al angelito… Fue una explosión de placer. ¡Una delicia! Pero me morí después… exhausto, me acosté y dormí el sueño de los justos. O de los locos.
¿Cuando desperté? Todo se invirtió de nuevo… La persecución acabó llegando a mi mente. Yo entraba en las tormentas de la psicosis, en un simbolismo que dominó mi mente. Todo empezó dentro de mi cuarto. Ya no soportaba a Natalia, que en mi mente representaba las energías católicas, era como si yo hubiese sido perseguido por ella en alguna vida pasada. Esa energía me succionaba, me causaba terror. Yo quería salir de ahí, escaparme. Después mis miedos se fueron agigantando.
Mi madre vino a abrir la puerta de mi cuarto y la vi como un demonio. Sí, sus facciones habían cambiado, ella tomó trazos demoníacos. Yo sabía que era una de las trampas del Ego, o una especie de prueba para enfrentarme a mis peores miedos. Ella habló conmigo, yo me enfurecí y le grité: ¡Fuera de mi cuarto! ¡Ahora! – Ella se asustó porque no entendía mi proceso. Veía, cómo los racionalistas médicos alópatas, que era una psicosis de una mente atormentada. Mucho más tarde entendí que se trataba de una emergencia espiritual. Todas esas características, incluyendo la psicosis, eran en realidad un proceso de despertar, que yo pasaría, enfrentando locuras, miedos, éxtasis y transes para poder reconciliarme con Dios. O con los Dioses. De la forma en que lo quieras nombrar, yo estaba yendo al encuentro de mi Yo más profundo para poder vivir libre de las amarras del Ego. El diablo es el Ego, dice un sabio. Y yo enfrentaría a ese Diablo de las formas más locas durante la jornada.
Cuando mi madre me tocó, mi piel se quemó. Era un dolor profundo e insoportable. Yo gritaba, chillaba, ahuyentando a ese demonio que me atormentaba. Ella llamó a otras personas de mi familia. Mi abuelo, mi abuela, mi hermano mayor… A todos los veía como demonios y cada uno que me tocaba me hacía arder la piel. Quería salir de ahí desesperadamente, ir corriendo por la calle, encontrar algo o alguien que pudiese protegerme de aquellos demonios. Eran demonios porque eran burgueses, eran el lado capitalista de la familia, y eran aquellos con quien yo estaba más preso, de quien sería la tarea más difícil desprenderme y ser libre.
Me acuerdo de que en un intento de fuga, corrí para el área libre del apartamento. Las puertas, todas, estaban cerradas y sin la llave, mientras intentaba desmontar la puerta, sujetaba la puerta que daba acceso al área. Eran, de un lado todos mis familiares, del otro, yo solo, agarrando la puerta. En un momento dejé que se abriera y mi abuelo vino casi cayéndose al suelo por la sacudida. En ese día también recibí mensajes de los muertos, de las ex esposas del novio de mi madre. Me comuniqué con ellas y pasé los mensajes. Nadie lo creyó, claro, creían que yo estaba loco.
Los límites que separan la locura, la condición de médium y la genialidad son muy tenues. Después de algunos estudios y conversas digo que, en ese momento, lo que se llama psicosis eran iluminaciones, visiones de un estado alterado de consciencia. Así, como los antiguos chamanes, entré en un proceso de trance y éxtasis, que no debería ser reprimido, sino canalizado. Esos estados nos permiten entrar en otra realidad, tener vislumbres e iluminaciones.
Durante todos esos días yo creía que era Jesucristo, y que mi familia era el diablo. Yo necesitaba librarme de ellos para poder desempeñar mi papel. Ese Jesús debe haber sido un revolucionario de la espiritualidad, creí en eso píamente. Y de hecho hoy veo que no estaba equivocado. Todos nosotros al despertar para la espiritualidad, despertamos el Cristo Cósmico que hay en nuestros corazones. Somos todos hijos de Dios, o del Gran Espíritu, y Jesús es nuestro maestro, nuestro hermano más viejo.
Pero eran muchas las nuevas ideas y muchas creencias y experiencias para que mi familia lo soportara. ¿La solución? Me colocaron en un lugar donde no necesitarían convivir con mi estado alterado de consciencia. Me catalogaron nuevamente como un loco, bipolar, y me internaron una vez más, una prueba más. Otra batalla comenzó.